Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El Perú no es un país. Es un reality show donde un grupo de tribus salvajes viven atacándose mientras el río se lleva sus cosechas y sus hijos mueren de hambre. La política peruana se ha degradado a tal punto que más parece una comedia burda de televisión barata, donde el público interviene como el principal protagonista, gritándoles insultos a los actores y órdenes para su actuación.
El último episodio de la serie ha sido de antología: nada menos que el Presidente de la República tuvo que salir corriendo una mañana para sentarse ante las cámaras de televisión, con cara de asustado, a dar explicaciones nerviosas de por qué se había reunido con Keiko Fujimori, la lideresa del principal partido político del país y dueño de la mayoría del Congreso. Como si tal cosa fuera un delito. A ese punto hemos llegado.
Solo en el Perú pueden pasar estas cosas. En un país normal los líderes políticos conversan. Para eso es la política. De lo contrario seguiríamos siendo un grupo de tribus salvajes en pie de guerra. Pero eso es justamente lo que somos ahora por obra y gracia de la caterva de enfermos mentales del antifujimorismo patológico, que vive odiando a Keiko y al fujimorismo y se pasan la vida ladrándoles como perros rabiosos con espuma en el hocico. Son el lumpen de las redes sociales y su léxico se limita a palabras como "táper", "corrupta" y "señora K". Lo curioso es que Vizcarra ansía que esta masa de indigentes mentales sea su base de apoyo político.
¿A alguien con dos dedos de frente se le ocurre que un gobierno puede actuar sin dialogar con la principal fuerza política de oposición, dueña de la mayoría en el Congreso? Obviamente eso es imposible, pero en el Perú, donde la estupidez cunde como una epidemia mortal, mucha gente lo cree posible y hasta necesario, empezando, curiosamente, por los líderes del partido de gobierno. Esto ya es para reírse, porque los pobres ni siquiera son un partido político, carecen de sustento social. Están solos. Por eso han decidido alimentar al gallinero del antifujimorismo con palabrería y payasadas contra el Congreso.
Resumiendo los hechos, Vizcarra y Keiko se reunieron porque obviamente era necesario. Ya no importa de dónde vino la iniciativa. Uno podría suponer que tuvo que venir de Vizcarra, interesado en poder gobernar con suficiente apoyo del Congreso, pero como este no es un país normal y la política está de cabeza, puede que Vizcarra haya pensado que puede gobernar enfrentándose a la mayoría del Congreso. No sería raro y es lo que parece pensar Vizcarra asesorado por mediocres de la talla de Vicente Zeballos. Entonces la pregunta sería ¿qué interés tenía Keiko de conversar con Vizcarra? Si ya este había armado su gabinete con puro rojo y caviar.
En todo caso, Vizcarra mintió, como mintió también ocultando su participación en una empresa familiar que hizo contratos con el gobierno regional de Tacna. Y habría que buscar en cuántas otras cosas más le mintió al país, el presidente que exigió la renuncia del Fiscal de la Nación por una mentira menor. La política no es obra de santos y es ridículo exigir santidad a funcionarios. Solo se les puede exigir legalidad en sus actos. Así que eso de irse a los extremos exigiendo renuncias por lo que sea, es propio de politiqueros baratos que usan cualquier pretexto para bajarse al rival y agradar al lumpen de las redes sociales.
Lo concreto es que Vizcarra ha preferido seguir el estilo confrontacional de PPK en vez de buscar el acercamiento a Fuerza Popular. ¿Qué gana con eso? Imposible saberlo. A menos que, como parece, tenga espiraciones políticas y sueñe con ser candidato el 2021 encarnando una vez más al antifujimorismo patológico. El hecho es que no solo ha negado sus reuniones con Keiko tratando de mantenerlas en la clandestinidad, sino que ha salido apuradamente a disculparse por ese "desliz" y ha cargarle el muerto a Keiko, en gesto poco elegante.
Por último, su reciente payasada de fiestas patrias lo pinta de cuerpo entero a Vizcarra. Eso de enviar proyectos de reforma política que solo sirven para confrontar al Congreso antes que para mejorar la situación del país, es clara muestra de que su estrategia es confrontacional. No solo manda proyectos que afectan al Congreso sino que pretende hacerlo por la vía del referendum, es decir, eludiendo las competencias del Congreso. Y como si eso fuera poco, le plantea un ultimatum en el plazo. Se trata pues de una clara muestra de confrontación. Y para colmo, los opinólogos de la mafia antifujimorista de medios sigue cacareando que Keiko busca la confrontación.
Como se ve, todo está armado para provocar una guerra Ejecutivo - Congreso. ¿Quiénes salen ganando con esto? En realidad nadie. Todos perdemos. Pero aunque el país se hunda en esta estúpida guerra, quienes se revuelcan como cerdos en el fango de su felicidad demencial son los enfermos mentales del antifujimorismo. Keiko no ha dado muestras de querer responder la confrontación. Al contrario, solo ha repetido que "no se opone". Sin embargo, lo más sensato y lo mejor para el país sería que el Congreso arroje a la basura los proyectos disparatados de Vizcarra.
Expertos constitucionalistas de la talla de Enrique Bernales (ex Izquierda Unida, ex CVR) así como Aníbal Quiroga y García Toma han opinado que los proyectos enviados por el Ejecutivo son mamarrachos mal pensados y peor redactados. Incluso añaden que son peligrosos. ¿Tendrá Fuerza Popular el coraje necesario para tirar al tacho esos proyectos? Veremos.