Por: Erick Yonatan Flores Serrano
Director del Instituto Amagi - Huánuco
Un 28 de junio, en 1969, la policía de New York iniciaba una redada en el barrio de Greenwich Village. El hecho fue el detonante de una serie de manifestaciones en contra de la persecución que sufrían los homosexuales por parte del gobierno de los Estados Unidos. Hoy en día conocemos esta fecha como el día internacional del orgullo LGTB, donde se conmemora la gesta histórica que buscaba un mundo más justo y más respetuoso para las personas que se cuentan dentro de este colectivo.
Si bien es cierto que la conmemoración de este día no puede dejar a ningún defensor de la libertad indiferente porque se trata de una lucha entre la imposición del Estado y la libertad de las personas, resulta evidente que muchas de las cosas que antes podíamos contar como las virtudes de este movimiento, hoy han cambiado y han terminado por pervertir su propósito inicial y se ha perdido el rumbo en la constante lucha contra la opresión estatal. Ya no es la libertad de una persona para escoger con quien compartir su alcoba, la base de la lucha; sino una larga lista de “reivindicaciones” que buscan instrumentalizar el aparato del Estado y la ley, para garantizar una serie de privilegios legales para las personas que conforman este colectivo.
El problema no está en que una pareja de homosexuales se den muestras de afecto en una plaza, tampoco en el hecho de que un hombre se vista de mujer o una mujer se vista de hombre; el problema aparece cuando un colectivo -el que sea- busca romper el principio de igualdad ante la ley para obtener privilegios que luego son otros los que tienen que pagar. Un creyente ortodoxo tiene la libertad de creer que los homosexuales son la encarnación del demonio, tiene la libertad de no establecer ningún tipo de relación cercana a un homosexual, incluso tiene la libertad de no recibir a ningún homosexual en su restaurante o su bar; lo que no puede hacer, es usar al Estado para perseguir a los homosexuales según su código moral.
Pero de la misma forma en que el monopolio de la violencia -el Estado- no puede usarse para perseguir la homosexualidad, tampoco puede usarse para promoverla. Esta es la gran diferencia entre los que defendemos la libertad individual y reivindicamos el propósito fundacional de este movimiento, y aquellos que sólo buscan extender una agenda política a través de los lobbies que han capturado a este colectivo y que no buscan otra cosa que conseguir privilegios legales para vivir a costa de los demás. Una persona que defiende la libertad individual se muestra tolerante frente a lo que no comparte mientras no se afecte físicamente su vida, su libertad o su propiedad. Una pareja de homosexuales no es un peligro para nadie, sí lo es la plataforma de lucha que los lobbies buscan llevar adelante a través del Estado.
Dicho esto y teniendo en cuenta todo lo que hoy existe en materia legal sobre este asunto, es evidente que la lucha de estas personas debe retornar a sus inicios. Si queremos una sociedad libre y justa, el reclamo no puede pasar por exigir más “derechos” al Estado, sino en exigirle más libertad individual. El objetivo final de su lucha debería de ser el expulsar al Estado de la cama y de la vida privada de la gente, no usarlo a su conveniencia por más romántico que sea el propósito.