Por: Erick Yonatan Flores Serrano
Director del Instituto Amagi - Huánuco
Hace algunos días, una turba de delincuentes (porque eso es lo que son) quemó un patrullero en el marco de las protestas contra los gastos superfluos que nuestro Congreso de la República hace con el dinero que nos extraen -por la fuerza- a través de los impuestos. Al margen del salvajismo de los hechos, lo que resulta muy llamativo es el móvil de la indignación. ¿Por qué la sociedad se indigna cuando estos señores se gastan nuestro dinero en arreglos florales o en pantallas LED, y no lo hacen cuando lo usan para los programas sociales o algún tipo de subsidio? Es decir, creo que nadie ha visto una marcha contra el Estado porque se va construir un colegio, ¿verdad? Entonces, ¿de qué trata este asunto?
El problema es que la indignación de la gente obedece a un juicio basado solo en la utilidad, cuando lo sustancial tiene que ver con la justicia y lo vamos a ver en el siguiente ejemplo: Supongamos que un asaltante le roba el dinero de la pensión a un jubilado, todos estaremos de acuerdo en que el acto de robar es deleznable en todos los sentidos posibles, peor todavía si se trata de un anciano; pero qué pasa si tenemos algo más de información, ¿qué pasa si el asaltante resulta ser Jesucristo y el dinero robado es para alimentar a los niños pobres del África? ¿Esto cambia en algo nuestro juicio moral sobre el robo? Vamos a cambiar un poco el ejemplo, la víctima del robo ya no es un anciano jubilado sino un importante empresario dueño de una transnacional y Jesucristo, en aras de cumplir su noble labor de ayudar a los niños pobres del África, le roba el dinero de sus cuentas. ¿Esto cambia en algo nuestro juicio moral sobre el robo?
Si somos personas coherentes y tenemos solidos principios morales, vamos a tener el mismo juicio moral sobre el robo en cualquier caso. Poco importara si el ladrón es Jesucristo o algún delincuente de los Barracones del Callao, como también es irrelevante si el dinero robado se usa para darle abrigo para los niños de Puno o para pagar una fiesta con juegos de azar, drogas y prostitutas.
Ahora vamos a llevar este ejemplo a un plano mucho más cercano. Imaginemos que yo tengo una pequeña bodega y Jesucristo, con saco, corbata y una credencial que dice: SUNAT, llega a mi negocio y me exige que le entregue el 20% del dinero de mis ventas, me dice que ese dinero irá al fondo nacional para la lucha contra la pobreza y que, si me niego, van a cerrar mi bodega. Sin ningún tipo de alternativa porque mi bodega es el sustento de mi familia, le entrego parte del dinero que me he ganado en forma honrada y luego Jesucristo se retira. ¿Qué es lo que hemos visto en este caso? Lo que ha pasado es que el Estado, a través de la SUNAT, me ha quitado mi dinero bajo la amenaza de cerrar mi negocio y ha justificado este acto porque es necesario luchar contra la pobreza. Si al ladrón le llamamos Estado y el dinero robado lo usa para luchar contra la pobreza, ¿cambia en algo nuestro juicio moral sobre el robo?, ¿se puede justificar el robo solo porque la finalidad quizá sea un acto noble?
Y esta es la pata coja en la indignación de la gente, gente que está muy consciente de que se trata del dinero que se le ha robado a través de los impuestos pero que encuentra en unos casos atenuantes y en otros agravantes. Justifican el robo si es que el dinero robado se usa para ofrecer desayunos escolares pero lo rechazan si es que se usa para comprar frigobares para el Congreso. Lo que debe de indignarnos no son las flores que se compran, sino la forma en que consigue el dinero para comprarlas. La indignación debe ser por el robo, no por la utilidad que luego le dan al dinero robado.
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