Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
“En política solo hay dos clases de problemas: los que se resuelven solos y los que no tienen solución”. Esta brillante frase del presidente chileno Ramón Barros debería colgar en las paredes del Congreso de la República. Me resulta tedioso ver constantemente la ingenuidad de nuestros geniales congresistas que creen que pueden resolver todos nuestros problemas con alguna maravillosa ley, reducir la delincuencia y otros males sociales con solo inventar un nuevo nombre para los delitos, aumentar penas o reimplantando la pena de muerte. Así de fácil ven las cosas.
Los únicos problemas que los políticos pueden resolver son los que ellos mismos han creado. Por ejemplo, el embrollo del empleo y el subempleo, la tramitología, los sobrecostos laborales y empresariales, el freno de la economía, etc. Lo que está fuera del ámbito de los políticos es toda la realidad sociocultural. Ninguna ley ni política pública puede cambiar la realidad sociocultural. Y lo peor es que ni siquiera se toman la molestia de estudiarla.
Lo cierto es que acá todos andan convencidos de que solo hace falta una milagrosa ley con penas draconianas para resolver nuestros problemas. Eso se le ocurre al ser más elemental del barrio. Lo malo es que también piensan así en el Congreso, o quieren actuar en función del sentimiento popular, en lo que se llama populismo y demagogia. Así es que nada mejor que volver a hablar de la pena de muerte, una medida que ya fue eliminada en nuestro país desde la Constitución de 1979.
Lo más curioso es que son los autoproclamados "defensores de la vida" quienes piden la pena de muerte con mayor convicción y ruido. Es decir, la extrema derecha conservadora que vive con la cabeza agachada ante la Iglesia Católica y otros cultos menores. Es obvio que en estos sectores también abunda la falsa moral, la doble moral y el populismo efectista que los lleva a defender causas cursis. En realidad, no son muy diferentes a la izquierda: nunca dan soluciones a los problemas, todo lo que hacen es defender sus dogmas y doctrinas. Solo les importa imponer su iluminada visión de la verdad y su pensamiento único y correcto. Y para esto pretenden usar la ley.
Ahora nos dicen que no hay incompatibilidad alguna entre defender la vida y exigir la pena de muerte. Y la explicación es que en un caso defienden a un “inocente niño” y en el otro, condenan a un miserable violador. El problema de esta argumentación es que carece de principio, pues se sustenta apenas en una emocionalidad circunstancial. En realidad no les interesa la vida. Los “defensores de la vida” solo andan muy interesados en que las mujeres no aborten. El cuento de que defienden la vida es falso. No me queda clara la razón de su obsesión por hacer parir a las mujeres y convertirlas en madre a la fuerza, aunque se trate de una niña violada. Por cierto: una verdadera "inocente niña". ¿Por qué entrometerse en la decisión personal de una mujer que no conocen? ¿Por qué aman al "no nacido"? Me parece muy extraño todo eso. Es una de las causas más absurdas y uno de los discursos más engañosos.
Afirmar que defienden la vida carece de sentido. Suena ridículo. La vida en este planeta existe desde hace 3,600 millones años y la vida humana actual supera los cien mil años. A diario hay gente que nace y que muere sin que podamos hacer absolutamente nada al respecto. Han muerto millones de seres humanos en absurdas guerras que incluso la Iglesia ha defendido y protagonizado. Así siempre ha sido el mundo. En definitiva, la vida no necesita que una banda de chiflados la defienda. Mejor sería que busquen otros argumentos o cuentos de fachada.
Además tienen un discurso bastante manipulador. Por ejemplo, hablan de defender a un “inocente niño”. ¿Inocente de qué? Uno es culpable o inocente respecto de algo. La inocencia no es una cualidad humana intrínseca como el lenguaje o el pensamiento simbólico. Se es inocente o culpable respecto de un hecho, y para eso primero habría que nacer y actuar. Un embrión no es inocente de nada y menos es un niño o un bebe, como lo llaman estos charlatanes en su embuste efectista, con lo que se evidencia que no respetan la verdad y son solo manipuladores.
Ahora estos defensores de la vida quieren matar. Siempre tienen buenas excusas para sus posturas. Sus representantes afirman que es una medida disuasiva para acabar con las violaciones. Pero eso es falso. Las penas nunca disuaden a nadie como es fácil inferir a partir de las penas que ya contiene nuestro voluminoso y manoseado Código Penal y la persistencia de la delincuencia. Tampoco las multas disuaden. Basta ver la conducta diaria de los conductores de autos en las calles. Y es que toda persona actúa guiada en función de su beneficio inmediato, exactamente igual a como actúan los políticos que se han subido a esta campaña de pena de muerte para violadores. Solo están reaccionando emocionalmente y buscando un placer emocional inmediato. Pero no van a solucionar nada con la pena de muerte. Para proteger a los ciudadanos basta con encerrar al delincuente.
Todo delincuente actúa guiado por sus impulsos primarios y en función de su circunstancia para buscar objetivos inmediatos. Esto significa que los delincuentes no analizan las leyes o las penas que corresponden a sus actos. Nadie lo hace. Por tanto, es ridículo pensar que las penas son disuasivas. No lo son, y está demostrado hasta el exceso. El delincuente siempre cree que podrá burlar al sistema y que se saldrá con la suya. Si pensaran que serán perseguidos y recluidos no actuarían. Pero no existe esa lógica en el accionar delincuencial. Siempre habrán violadores y miserables de toda clase porque así es la naturaleza humana, y peor en escenarios de pobreza.
En esta discusión sobre la pena de muerte siempre prima la histeria, y faltan opiniones versadas y sensatas, que no se dejen llevar por el apasionamiento ni las consignas de grupo. Reconozco la labor del congresista Alberto de Belaúnde por incorporar opiniones expertas en este debate. Por mi parte, no recuerdo haber leído un solo artículo académico de mi especialidad a favor de la pena de muerte. Recomendaría el excelente artículo de Brad J. Bushman titulado “It’s time to kill the death penalti”.
Que los políticos hablen de pena de muerte obedece solo a la presión de la chusma que grita venganza. Pero sería lamentable que el Estado ceda ante esa chusma excitada en lugar de fundarse en la razón. Como liberal, lo último que se me ocurriría en este mundo es concederle al Estado ineficiente y corrupto la facultad de matar ciudadanos. Eso sí que sería ridículo. Y no creo que haya un liberal a favor de otorgarle semejante poder al Estado. Esto no es una defensa de la vida. Es solo una defensa de la racionalidad.
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