Como en un flashback de los aciagos años 70 del siglo pasado, una vez más la Universidad Nacional de San Marcos fue asaltada y secuestrada por una banda de vándalos juveniles, asociados con trabajadores y docentes, según afirman, formando una curiosa alianza de intereses. ¿Qué pueden tener en común los problemas de los trabajadores, docentes y estudiantes? Nada. Por lo tanto esa es una primera señal de que algo extraño está ocurriendo en esa casa de estudios mantenida con los impuestos de todos los peruanos. Y hay que mirarla con cuidado, conociendo los antecedentes nefastos que tiene, al haber sido la cuna del terrorismo de izquierdas que asoló el país por más de una década. Ya no podemos andarnos con medias tintas en estos tiempos.
Por supuesto, como no podía ser de otra forma, los jóvenes progres en las redes sociales ha salido a respaldar a este grupito de desadaptados, justificando su accionar por "cobros indebidos". Si uno tuviera que tomar los bancos y empresas por cobros indebidos, este no sería un país sino una tierra de nadie donde tribus de salvajes se disputan a pedradas las cosas.
No es inusual que los jóvenes afectados por su inmadurez apelen a esta clase de exabruptos y las justifiquen. Pero el ingrediente principal es la tolerancia y permisividad de las autoridades. A estas horas, esos delincuentes juveniles han debido ser identificados, encarcelados y expulsados de la universidad, como corresponde a cualquier institución decente y respetable. ¿Lo serán? Desde luego que no. Muy por el contrario, han admitido una "mesa de diálogo". Ese es un defecto muy común en un país informal como el nuestro, donde la ley y el orden no se respetan, como tampoco la autoridad se hace respetar.
Hace tiempo que esperamos una reforma universitaria que le quite la absurda gratuidad universal a las universidades públicas. No hay por qué regalarle la educación a todo el mundo, y menos si no rinden y se dedican a la politiquería y el salvajismo, asaltando locales y causando daños. Ya es hora de que las universidades públicas, como cualquier otra, tengan un tarifario que vaya desde los cero soles hasta un nivel acorde con lo que el estudiante pagaba en su colegio privado, por lo menos. No es posible que luego de educarse diez años pagando en colegios privados leguen a una Universidad pública para estudiar gratis. La gratuidad solo debe ser para estudiantes provenientes de colegios públicos y de zonas de pobreza, siempre que rindan académicamente. El que no rinde debe ser expulsado sin miramientos, porque no es posible que el pueblo peruano mantenga a incapaces. De lo contrario son estos los que se dedican a parasitar por años la universidad pública y acaban en la politiquería barata, cacareando consignas con el puño en alto, cual zombies. Ya es una historia bien conocida. Que no se repita más.
Los pagos que exige la universidad pública son mínimos y hasta simbólicos, pero siempre han servido de argumento a los revoltosos y politiqueros de la izquierda. Hay que acabar con eso de raíz, con una adecuada reforma y con actitudes firmes que impongan la disciplina. Sin disciplina no hay nada que pueda hacerse en una institución. Hay que separar las manzanas podridas. No queremos volver a las épocas negras en que las universidades públicas eran manejadas por toda clase de salvajes de izquierda delirante que iban desde los rufianes revoltosos hasta los terroristas. No solo debemos repudiar a los infantes malcriados sino a la pandilla de retrasados que se ha dedicado a glorificarlos en las redes y a insultar a Magaly Medina por haberles dicho su verdad: aprendices de terroristas. Es lo que son y hay que botarlos de cualquier casa de estudios.
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