Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Penoso espectáculo el que están ofreciendo los hermanos Keiko y Kenji Fujimori, para delicia del progresismo y deleite de la prensa caviar. Aunque a decir verdad, el show viene por cuenta de Kenji, quien parece desesperado por ganar protagonismo en las filas de su partido y ser ungido candidato presidencial, una ambición que ya había hecho pública incluso antes de la última derrota de Keiko.
Al parecer las hormonas se le han alborotado a Kenji al punto de creerse presidenciable. Bueno, ese es un mal muy recurrente en en este país donde lo que sobran son candidatos presidenciales, aunque la mayoría de ellos están al borde de la razón. Pero también es cierto que en este país cualquier demente puede ser elegido presidente, especialmente si conviene a los intereses de la izquierda. Viéndolo así, es fácil darse cuenta que Kenji tiene amplias posibilidades. Por algo está siendo ya levantado en hombros por algunos opinólogos del progresismo y la caviarada.
En medio de la democracia precaria de nuestro país, todo intento de socavar la unidad partidaria debe ser mal vista. He escuchado a ciertos comentaristas que viven en las nubes, decir que es una buena señal de la democracia interna del fujimorismo que haya esta competencia fraterna. Las calabazas que así opinan confunden la democracia con el figuretismo mediático. La democracia partidaria tiene reglas y disciplina. En un partido nadie puede dispararse alegremente por su cuenta. La competencia interna se desarrolla en el debate y en las elecciones internas, no en las calles y en los medios.
Lo que está pasando en el fujimorismo es la quiebra de su unidad por parte de un desquiciado que cree que le han robado la herencia política de su padre y quiere su cupo. Su medio millón de votos conseguidos a punta de obsequios o -como dicen en la izquierda- de tápers lo han obnubilado. Ahora parece convencido de lo fácil que es conseguir votos. No necesita ideas sino tápers. Por lo pronto se ha propuesto ser la oveja negra del corral. Ha tomado distancia de su partido en cuestiones que van desde lo trivial a lo simbólico. Ponerse majadero por el archivamiento del caso Sodalicio en el Congreso, por ejemplo, le abrió repentinamente las simpatías y el interés del progresismo. Luego se ha distanciado rápidamente del proyecto de ley de medios presentado por Ursula Letona, pero no con su voto en contra sino con mensajes en Twitter que han sido muy celebrados por la izquierda.
Hasta Rosa María Palacios se ha ocupado de Kenji, mimándolo con manos muy suaves tratándose del fujimorismo que ella detesta con odio fanático. Ha hecho bien al compararlo con Claudio, el idiota emperador romano coronado por la guardia para conservar sus privilegios. Kenji es, de muchas maneras, el idiota de la familia Fujimori. Así quedó retratado en los vladivideos. Lo que falta ver es si la izquierda delirante y fanática será capaz de elegir a Kenji como caudillo, solo para combatir al fujimorismo desde sus propias entrañas. Conociendo el nivel de estulticia y vesania de la izquierda peruana, ninguna idea retorcida resulta tan descabellada en su horizonte político.
Desde luego que el apoyo de la izquierda a Kenji sería la mejor manera de matar al fujimorismo y poner a un monigote en el poder, a la manera de Claudio en el trono de Roma. Y si resulta tan astuto que acaba echando a la izquierda de su entorno, tampoco sería una experiencia nueva para el rojerío. Al menos habría cumplido el cometido de acabar con el fujimorismo, aunque haya entronizado a un idiota que lleva el mismo apellido. Es un buen negocio para la izquierda.
El único atributo interesante y positivo que tiene el fujimorismo en este siglo, es que sirve como dique de contención de la izquierda. Es el papel que el Apra jugó en el siglo pasado, aunque en esas épocas el aprismo no era solo un rival electoral sino fundamentalmente ideológico. En nuestros tiempos ya no hay ideología. Los grandes movimientos ideológicos del pasado se han disgregado hoy en una multitud de causas idiotas que van desde el ecologismo barato al animalismo infantil, pasando por el feminismo histérico y el igualitarismo ramplón. En estos días de escasa lectura y pobre comprensión lectora, hablar de ideologías es demasiado. La gente apenas entiende de causas que apelan no a la razón sino a las emociones. A partir del sentimentalismo emergen las más disparatadas tesis.
En este ambiente de caos mental y político, la única utilidad del fujimorismo ha sido detener a la izquierda. Más allá de eso nadie sabe para qué puede servir el fujimorismo. Ideológicamente es una mermelada de naranja con mango. Keiko ha demostrado ser un tiro al aire desde su famosa caviarización en Harvard. El fujimorismo en pleno ha dado muestras de ser tan estatista y populista como el peor de los líderes de izquierda. Ahora mismo, han presentado un proyecto de ley que una década atrás podría haber sido presentada por el mismo Javier Diez Canseco, ferviente luchador de la corrupción en el sector privado.
Así están las cosas en este convulsionado país. Así que lo más probable es que Kenji acabe desplazando a Verónika Mendoza en el liderazgo del rojerío. Después de todo, hasta podrían ser compañeros de carpeta en el jardín de la política improvisada y populachera. Tenemos circo para rato.
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