Por: Richard O. Campos Villalobos
La revelación de Jorge Barata de haber sobornado al ex presidente Alejandro Toledo con US$ 20 millones, pone fin a este patético personaje político, acaba con el mito nacido de la pataleta callejera, entierra a un genio de la pose barata y del gesto hipócrita. La caída de este farsante de la moral es además el triste final de toda esa jauría borreguil de tontos útiles, nacida del macartismo antifujimorista convertido en falsa bandera de lucha anticorrupción. Alejandro Toledo fue el primer ejemplar del oportunista político, personaje que acabó siendo la marca representativa de la democracia del nuevo milenio en un país carente de partidos. El primero de tantos trepadores salidos de la nada que conforman un “partido” para presentarse a las elecciones, en un acto que representa una auténtica asociación ilícita para delinquir. Toledo aprovechó una coyuntura política crítica para lanzarse como el “salvador de la democracia”, y una plaga de limítrofes mentales se lo creyó. Allí se dio cuenta que su potencial político dependía de convertirse en el adalid del antifujimorismo, pues esa ya era la forma más burda pero efectiva de engatusar a los tontos que lo seguían y que ya babeaban de odio.
Rodeado de una nube de adulones de medio pelo que nunca faltan en la política peruana, además de los oportunistas y trepadores de siempre, se construyó el mito de Pachakuti, el personaje de leyenda que había “recuperado la democracia” y que iniciaba la "lucha contra la corrupción", dando pie al más furioso macartismo de nuestra historia mediante la persecución de funcionarios del régimen fujimorista, pero también de militares que lucharon en la guerra antisubversiva, porque algo que hizo Toledo para ganarse el apoyo de la izquierda, fue entregarles en bandeja el Ministerio de Justicia, permitirles crear su circo de la CVR, y abrirles las puertas del poder a toda la plaga de caviares PUCP y ONGs rojas que se despacharon como les vino en gana. Toledo fue el creador del antifujimorismo progresista y juvenil como el falso símbolo de la lucha anticorrupción, mientras él y los caviares robaban a manos llenas con novedosas modalidades de corrupción.
Así fue como Toledo pasó de ser un provinciano pobre, inmigrante serrano que tuvo la suerte de ser acogido por una familia de extranjeros y estudiar en los Estados Unidos, para luego regresar y vender su historia como un éxito provinciano producto de su esfuerzo personal. Ese fue apenas el primero de sus embustes, pues si en algo es un especialista Alejandro Toledo es en ser un mentiroso consuetudinario, un descarado mitómano que miente hasta sin darse cuenta. Toledo es un trepador sin escrúpulos, capaz de cualquier fechoría estúpida por una falda o un trago. Carece de valores personales. Sin embargo, fue magistralmente utilizado por la caviarada rescatando su perfil provinciano para crear un personaje ficticio que sirviera para cautivar a las masas: un Pachacutec del nuevo milenio, suficiente para embelesar a tanto idiota que vive anhelando un líder.
Así fue como Alejandro Toledo se convirtió en un monigote de la izquierda. Siempre fue un ídolo de barro con aliento de alcohol. Le taparon todas sus fechorías, desde haber negado como un perfecto cobarde a su propia hija Zarai, hasta sus rochosas escapadas de putas, tragos y drogas en el Melody y el Queens. En el colmo del descaro, fue mágicamente convertido en una “víctima del montesinimo”. La cosa nostra caviar encubrió el proceso judicial que tenía Toledo por haber falseado las firmas de su partido. Desde el inicio de su gobierno se pusieron de manifiesto sus malas costumbres, como levantarse tarde, llegar impuntual a todas partes y coquetear con cuanta mujer se le cruzaba. No en vano se aseguró la presencia de Lady Bardales, la bella policía que le sirvió de resguardo, hasta que Eliane Karp hizo que la sacaran, tras un pleito conyugal que la llevó a largarse a Hawai.
En pocos días la ineptitud de Toledo en el poder hizo que su popularidad descendiera a extremos peligrosos. Medio país se levantó en paros regionales, hasta que a alguien se le ocurrió la magistral idea de recurrir por primera vez al cuento del “diálogo”. Todo el mundo pasó a dialogar a Palacio y al final acabaron firmando el mamarracho conocido con el nombre de “Acuerdo Nacional". Porque algo que es muy característico de Alejandro Toledo es hacer de cada gesto y palabra suya una gesta heroica e histórica con un nombrecito pomposo y huachafo, al mejor estilo chavista. Luego de aplacar la crisis a punta de floro y pose, Toledo tomó por costumbre irse de vacaciones a Punta Sal. Al final quién gestionaba el país era su ministro de Economía y jefe del gabinete PPK.
Durante la gestión de Toledo se empoderó la perniciosa tecnocracia caviar, que empezó con su obra prima la CVR, luego empezaron a vender su dulce basura de retórica social, sus típicos cuentos de los DDHH, la memoria histórica, las reparaciones, los juicios al Estado en la CIDH en los que la caviarada del MINJUS simplemente se allanaba sin defensa, en un acto de verdadera traición a la patria. También se hicieron comunes los actos de desagravio y monumentos a terroristas, la liberación de terroristas, los nuevos juicios a terroristas ordenados por la CIDH, las jugosas reparaciones, etc., y se dio inicio a la infausta cacería de brujas contra los militares. Mientras tanto montaban mitos sobre la corrupción fujimorista señalándola como “la peor de la historia”, inventaron casos como el de las esterilizaciones forzadas, y la más estrafalaria de las mentiras que fue el cuento de los US$ 6,000 millones robados por Fujimori, etc. Hasta contrataron a una famosa agencia internacional experta en pesquisas para hallar las cuentas de Fujimori en todo el mundo y no encontraron nada. Por el contrario, ese informe de la agencia Kroll fue escondido a la opinión pública.
La caviarada tomó prácticamente el mando del país con la venia de Toledo. Eso les permitió el manejo de los medios y así les resultó fácil reescribir la historia reciente. Pues eso es lo primero que siempre hace la izquierda en cualquier país en donde se apropia del poder. La izquierda empoderada durante el toledismo se encargó del adoctrinamiento infantil vendiendo las mentiras más perversas sobre los años 90, presentándola como los años más corruptos de la República y como una dictadura criminal. Implantaron en las mentes la idea de que los 90 fueron una “dictadura”. El discurso oficial siempre hacía referencia a la “dictadura de los 90” y señalaba a Alejandro Toledo como aquel que “recuperó la democracia”. Así quedó establecido que los 90 fueron los peores años de la historia y que en el nuevo mileno se recuperó la democracia. Un disparate total y absoluto.
Durante el toledismo caviar, el antifujimorismo se convirtió en la bandera de la moralidad. De allí que ahora haya tanto infante idiota cacareando esas consignas sin tener otra visión de la realidad histórica. Nadie les ha contado cómo era el Perú en 1990, un país a punto de desaparecer del mapa en manos de Sendero Luminoso y el MRTA, bandas de izquierda que a punta de terror estaban por tomar el poder. En 1990 el Perú estaba en la quiebra total, no había un sol en el BCR ni en el Banco de la Nación y nadie nos daba crédito. La hiperinflación era tan alucinante que cada semana había aumentos de sueldo del 100%. Los servicios públicos en manos del Estado eran un desastre total, Lima no tenía agua y la luz se cortaba a cada rato por los apagones del terrorismo de los rojos. Los sindicatos que la izquierda manejaba gracias a las 160 empresas públicas que dejó el velascato y que nadie se atrevió a cerrar o privatizar, organizaban paros que paralizaban el país cada mes. La infraestructura estaba destruida, tanto las carreteras como las torres de alta tensión. El Perú llegó a estar en una situación peor a la que atravesó tras la derrota frente a Chile. Acá no se podía vivir y la gente emigraba todos los días. Eso era el Perú en 1990. Si hubo alguien que fue capaz de sacarnos de ese desastre y salvarnos la vida, por lo menos deberíamos mostrarle algo de gratitud. Pero en este país el odio alimenta más.
Debemos celebrar que el fantoche de Toledo, convertido en mito caviar, se rompió debido a sus propias mañas, a su propia personalidad. Acá nadie le ha inventado nada a Toledo. Sus propios socios lo han vendido. No hay ninguna sorpresa en saber que Toledo es un farsante y un corrupto mentiroso. Siempre fue un trepador sin escrúpulos. Ahora pretende escudarse en la trama de empresas off shore creada por sus amigos de la mafia judía para recibir las millonarias coimas. Todo está clarísimo: la creación de esas empresas de fachada a nombre de sus compinches y los depósitos. Cómo será de miserable Toledo que hasta a su octogenaria suegra ha metido como dueña de Ecoteva, otra de las empresas de fachada cuyo único fin era manejar la plata de la corrupción. Ya es hora de que la justicia caviar deje de proteger a Toledo. Es hora de que sepamos la verdad y de que todos los mitos y falsedades sean tiradas al basurero y que Toledo vaya a la cárcel.