Por: Juan Carlos Vasquez Peña
Estamos asistiendo al mayor espectáculo de revelación de la podredumbre política. Ha sido peor que un huaico porque ha arrasado con casi toda la clase política de los últimos años y mucho más. Nunca vivimos el actual grado de putrefacción moral. Ni siquiera en la época de Fujimori o el aprocalipsis y apenas comparable con la gran “robolución” de Velasco. El escándalo presente de megacorrupción organizado por el Foro de Sao Paulo, en alianza con las más grandes empresas transnacionales brasileñas, creó durante casi 3 lustros un imperio de corrupción internacional, para influir en la política sudamericana mediante la coima, un mecanismo sistematizado a nivel de los MBA y ejecutivos de alta dirección de los países donde operaban, contando con el apoyo de los mejores estudios de abogados para perpetrar los contratos más leoninos y fraudulentos, junto a la complicidad criminal de periodistas que actuaban como mermeleros y sicarios a sueldo. Todo un sistema bien orquestado.
La izquierda latinoamericana (con excepción, hasta ahora, de Uruguay) ha demostrado su naturaleza corrupta dejando caer su careta de defensores de la moral. La corruptela de Montesinos que compraba jueces, políticos y medios de comunicación, ha quedado como pecata minuta frente a la profesionalización de la corrupción por parte del Foro de Sao Paulo y sus aliados de la izquierda caviar. ¿Qué tienen que decir ahora los eternos acusadores? ¿Cómo se sacudirán el polvo?
Una vez más la clase alta “formadora de opinión”, los MBA de la PUCP, la “conciencia moral” del país, los caviares y pituprogres que pretenden dirigir moralmente al país desde sus columnas de opinión, vuelve a caer en el fango. Mientras seguían cacareando sus consignas antifujimoristas, sus amigos del Foro de Sao Paulo ponían al presidente y a la alcaldesa para levantarse el país en peso. Un comportamiento repetido varias veces durante la historia republicana y que, sin duda, volverá a repetirse en un futuro, puesto que esa es la esencia traidora e hipócrita de nuestra “élite”, que siempre ha preferido las poses sociales a las verdades incómodas.
Lástima que Odebrecht no haya practicado la costumbre de Montesinos de filmarlo todo, para así ver desfilando por la salita de Marcelo o de Barata a todos los corruptos del nuevo milenio, empezando por los más lustrosos estudios de abogados, los mermeleros de la prensa caviar y los políticos apoyados por la izquierda. La actual corrupción es más grave tanto por su extensión como por su cuantía, pero da más náusea porque nos han robado en megaobras inservibles y sobrevaluadas en exceso y con el mayor descaro. Pero además, esta megacorrupción se perpetró mientras los sinvergüenzas montaban su circo de “lucha anticorrupción” con lemas como “honestidad para hacer la diferencia”, posando en las calles como indignados en marchas patéticas donde se llenaban la boca con condenas rabiosas al fujimorismo. Nunca nos habían engañado tanto.
Ahora llegó el momento de señalar con el dedo acusador a toda esa piara de farsantes, exigir justicia dura y pronta, pero también llegó la hora de reírnos de todos esos payasos de la moral, de los farsantes luchadores anticorrupción, ya podemos carcajearnos de los infantes pulpines y sus cuentas basura de la memoria en las redes, una vez más, quedando como los tontos útiles de la izquierda. Ese es el papel que siempre le toca jugar a los jóvenes, lamentablemente.
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