Por: Richard O. Campos Villalobos
¿Realmente es digno de elogio el ardiente amor por la miseria que hoy pontifica sin réplica el mandamás de la Iglesia Católica? ¿Debemos hacernos de la vista gorda ante tan grosero descaro de alabar la pobreza como si fuera la mayor virtud humana? ¿Acaso es malo ser próspero y exitoso con esfuerzo, trabajo y visión? ¿Es que el conservadurismo estulto de la Iglesia Católica, pretende ahora envenenar las mentes con el odio al progreso? Desde que Wojtyla y sus aliados occidentales lucharan con gran esfuerzo para derrotar al comunismo, primero en su patria al lado del Sindicato Solidaridad y luego en el resto de Europa, no se había visto tal nivel de degradación en el pensamiento eclesial. Antes la preocupación estaba alrededor de los pederastas y sodomitas, pero ahora es por un pontífice que despotrica contra el progreso, con frases que indignan hasta el asqueo. Definitivamente estas no son las enseñanzas del magnánimo Jesús de Nazareth, quién predicó entre los pobres dándoles esperanzas en el reino de los cielos, pero no felicitándolos por su miseria. Jesús aceptó sin problemas la compañía de los más pudientes y se abstuvo de intervenir en política con su famosa frase: darle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
¿Qué demencial puede llegar a ser el mensaje de la Iglesia en estos tiempos, si vemos que su jefe máximo es el propulsor de la indigencia? Sin duda Bergoglio es un personaje carismático, no solo por su evidente humildad, que la ostenta irónicamente con un lujoso anillo de brillantes sino también por no gustar del título de Vicario de Cristo, por aludir a la cabeza de una monarquía absolutista, pero tan intolerante como las satrapías que hoy visita sin rubor y sin respeto por las víctimas que ha generado.
La palabra de Bergoglio puede ser carismática en ciertos casos y controversial en otros, pero es en esa pobretolatría donde más incide su mensaje mosqueado ideológicamente por la miasma del comunismo. Es el mismo mensaje empleado por quienes han empujado a países enteros al precipicio económico social y moral, como pasa hoy en Venezuela y Cuba. Bergoglio es un monarca absolutista que aboga por el igualitarismo tribal y predica el amor por la pobreza con frases como “amad la pobreza como a una madre”. Pese a eso Bergoglio no deja de ser un promotor de la inopia en el mundo con sus peligros de dependencia crónica, resentimiento ponderado y odio ancestral. Su discurso sobre el muy conocido refrito del fraude del calentamiento global, ha terminado convertido en Encíclica, cual prueba irrefutable del cuento progresista.
Y no es que el Papa no pueda hablar de pobreza o desigualdad, ese no es el problema; el problema es que la promueve, la ensalza, la inculca y a la vez educa a los miembros de su Iglesia en esa doctrina, que es una doctrina del atraso y la miseria. La frase de Bergoglio “hay que amar la pobreza como a una madre”, no fue un error, fue un golpe artero, un insulto a la inteligencia, porque frases como esa no hacen sino inducir al conformismo y a la resignación. Y es más grave porque lo dijo en un país pobre, no por amor sino por el avasallamiento de la tiranía comunista que lo gobierna hace más de medio siglo.
Es allí, donde el Papa le dice a ese mar de gente oprimida por el comunismo que amen la pobreza como si fuera su madre, cuando se convierte en representante de un cristianismo que inicia la idolatría de la pobreza. Como bien decía Luciano Revoredo “El Papa debió más bien alentar a esa gente a salir de la pobreza con valentía y a luchar por su libertad. Pero sabemos que la pérfida Teología de la Liberación anida en la mente del pontífice argentino”.
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