Escrito por: Agustin Laje Arrigoni
Cuando el socialismo parecía totalmente acabado ante la monumental implosión de la Unión Soviética, nadie podía ser capaz de suponer que, apenas una década más tarde, algo llamado “socialismo del Siglo XXI” hegemonizaría la consciencia latinoamericana frente a una anorexia política y cultural de una derecha desconcertada e incapaz de reconocerse siquiera a sí misma.
En rigor, una ilusión asomó en el mundo en aquellos tiempos de fines del siglo pasado, y quedó resumida en dos tesis que nos acompañan hasta hoy: el “fin de la historia” de Francis Fukuyama, según la cual la victoria de la democracia y el capitalismo en el mundo era definitiva, y el “fin de las ideologías” de Daniel Bell, que anunciaba el arribo de un mundo dominado por la racionalidad técnica.
Hija de estas dos tesis que hoy las sabemos falsas, es la masiva opinión de que “las categorías derecha e izquierda ya no guardan ningún sentido relevante”. En efecto, se argumenta que hablar de derecha e izquierda en los tiempos que corren constituye un anacronismo incapaz de representar la complejidad y heterogeneidad de las ideas circulantes.
Frente a ello habría que decir que esa ha sido precisamente, desde su origen, la función social de las categorías “derecha” e “izquierda”: simplificar la realidad política en dos polos identificables. Se trata de una suerte de “atajo cognoscitivo”, disponible para aquellos que, en virtud de la escasez de información, necesitan ubicar las ofertas políticas en un esquema tan simple como sea posible: un segmento construido por dos puntos antitéticos.
Es cierto que a lo largo de ese segmento, que va de izquierda a derecha, se pueden encontrar matices. Pero esos matices por lo general no van más allá de agregarle la palabra “centro” a la categoría “izquierda” o “derecha”, como forma de significar que determinado actor o partido no lleva los principios al extremo. Es decir, la idea de centro no puede prescindir de la existencia de una derecha y una izquierda. La frecuente expresión de que determinado sujeto o partido “no es de derecha ni de izquierda” lejos de rebatir nuestra argumentación, evidencia que “derecha” e “izquierda” guardan todavía significados bien conocidos en los tiempos que corren. En efecto, si fuese cierto que “derecha” e “izquierda” constituyen categorías sin ningún significado actual, nadie podría calificar ni ser calificado como “ni de izquierda ni de derecha”, pues tal expresión conlleva una concepción previa sobre lo que ambas palabras significan.
La mejor prueba de que la lógica binaria que estructura los pares opuestos “derecha” e “izquierda” no constituye anacronismo, es que se continúan utilizando para describir y representar las ideas políticas hoy día. Jamás es difícil colocar en una comparación entre candidatos a uno a la derecha del otro, y viceversa. Lo propio es sencillo de hacer también respecto de los partidos políticos.
¿Qué significa entonces ser de “izquierda” o de “derecha”? Digamos, primero que nada, que “derecha” e “izquierda” no son en sí sistemas de ideas. Son, como venimos insistiendo, categorías que subsumen una pluralidad de sistemas de ideas y posiciones ideológicas no necesariamente armónicos entre ellos mismos.
Todo momento histórico tiene un conjunto de temas fundamentales sobre los cuales tomar posición. Las ideas de “derecha” e “izquierda” se van configurando a partir de las distintas posiciones que los sistemas de ideas van tomando respecto de esos temas centrales. Así pues, un sistema de ideas puede estar en distintos puntos de la díada dependiendo del tiempo y del espacio. El liberalismo del Siglo XVIII era ubicado, por ejemplo, en la izquierda. Los asambleístas liberales franceses el 27 de agosto de 1789 se sentaron a la izquierda del recinto y, entre ellos, estaba Frédéric Bastiat, cuyas ideas son hoy retomadas por un liberalismo del Siglo XXI que pocos espectadores contemporáneos tenderían a calificar como “de izquierda”.
La izquierda de nuestros tiempos, a su vez, se ha tornado profundamente estatista, diferente de la prédica del marxismo tradicional que versaba sobre la necesidad de abolir el Estado en el proceso que lleva al momento comunista. Y si la izquierda es hoy profundamente estatista, la lógica antitética inherente a las categorías que estamos analizando debiera conducirnos a concluir que la derecha de nuestros tiempos debe tender al minarquismo, esto es, promover un Estado mínimo abocado a sus funciones esenciales. Lo mismo vale para el análisis del resto de los antagonismos que estructuran nuestros temas centrales hoy.
Hay miedo por parte del espectro liberal, sin embargo, en asumir que el minarquismo constituye hoy una expresión de “derecha”, toda vez que el estatismo lo es de “izquierda”. El mismo miedo existe respecto de los demás temas fundamentales: miedo a asumir que si la igualdad material continúa estando en el horizonte de las aspiraciones de la izquierda, la libertad individual debe ubicarse entonces entre las características distintivas de la derecha, dado que si algo conlleva la igualación material, eso es la abolición de las libertades individuales; miedo a asumir que si el intervencionismo es rasgo izquierdista, la defensa del mercado libre debe posicionarse necesariamente en la derecha; miedo a asumir que si el relativismo cultural y moral es propio de la izquierda, una defensa del orden natural y los valores occidentales deben estructurar la axiología de la derecha; miedo a asumir que si el populismo es una característica del “socialismo del Siglo XXI”, el republicanismo hoy se posiciona a la derecha de aquél, y así sucesivamente.
Los liberales deben (debemos) hacer una autocrítica: el “fin de las ideologías” y el “fin de la historia” han sido falacias que, pretendiendo borrar a la izquierda del mapa ideológico, sólo lograron hacer del liberalismo un conjunto de preceptos tecnocráticos y economicistas sin mayor gracia. La ausencia de una derecha y un centro-derecha con cierta fuerza política en nuestro país obedece en gran parte a esto último: allí donde el “socialismo del Siglo XXI” asumió su lugar como la izquierda de nuestros tiempos, el liberalismo de nuestro siglo no asumió su propia posición, haciéndose ininteligible para las masas.
Gran favor le haría a nuestra democracia, en términos de su riqueza y variedad, ver consolidarse una nueva derecha o centro-derecha en nuestro país. Pero el principio de todo será admitir que estas categorías, guste o no, jamás perdieron su relevancia. Y una vez advertido ello, se deberá auspiciar una amplia coalición entre muchos de los sectores que hoy están contenidos en la “derecha”, fundamentalmente las distintas variantes de liberalismos, los nacionalismos moderados y los grupos conservadores, a través del hilo conductor que acerca a todos ellos y que, en rigor, es hilo conductor de la derecha en sí: el anti-igualitarismo (ver “Derecha e izquierda” de Norberto Bobbio).
Esta gran coalición de derecha luego podrá resolver sus matices y posiciones diversas en internas partidarias, tal como ocurre en la derecha chilena con la UDI, o como ocurre en Estados Unidos con el Partido Republicano. Un partido político donde hay una visión idéntica sobre todas las cosas y donde no se generan líneas internas heterogéneas, después de todo, no es un partido político sino una secta politizada.
Ha llegado la hora de reunificar a la derecha argentina con sus importantes variantes y dejar atrás los purismos sectarios que hemos visto fracasar una y otra vez.