Por Roberto Abusada
El notable desempeño económico del Perú en las últimas dos décadas ha descolocado por completo a la izquierda conservadora (la única que, desafortunadamente, existe en el país). Las predicciones apocalípticas acerca del estancamiento en el crecimiento y el empleo, la desindustrialización del Perú por la apertura, la hecatombe que sobrevendría a la firma de los TLC, el alza de los precios de los servicios básicos debido a su privatización, la pauperización del campesinado y las innumerables otras plagas que resultarían de la aplicación de lo que Cristina, Hugo y Evo gustan aludir como “el modelo neoliberal”, no se han materializado.
La creación de mitos por parte de la izquierda criolla se hace cada vez más difícil. Decir que el modelo peruano es “neoliberal” o primario exportador o concentrador del ingreso ya no convence, gracias también, entre otras cosas, a la ‘performance’ de la política económica que aplica la señora Cristina Fernández de Kirchner o la del socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez, o de aquello que en su momento promovió Juan Velasco y bautizó como una “economía autogestionaria de participación plena” (¿?).
Los tres pilares que sustentaron la crítica en el Perú han caído por tierra, uno tras otro, demolidos por la realidad de las cifras. ¿Cuál ha sido la secuencia en que se criticó al modelo económico? Veamos:
1. La economía no crece. Pero resulta que el Perú crece a más del doble que el promedio mundial.
Habría entonces que apoyarse en el otro pilar.
2. La economía crece, pero el crecimiento solo beneficia a los ricos; no percola ni “chorrea” hacia los sectores pobres. Las cifras muestran otra cosa. El crecimiento ha favorecido a las provincias más que a Lima, el empleo formal ha crecido de manera descomunal y la pobreza se ha recortado a más de la mitad.
3. Los sectores medios y pobres pueden haberse beneficiado, pero se ha generado el peor de todos los males: la desigualdad. Ello tampoco ha sucedido. No solo el índice Gini (el más usado para medir desigualdad) ha mejorado, sino que hoy –según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)– el Perú es menos desigual que Colombia, Chile, Brasil, Ecuador y Costa Rica, entre otros.
Para despejar dudas, enumeremos los elementos básicos del “modelo” que sirven para guiar a la economía del Perú y, dicho sea de paso, también a toda economía exitosa en el mundo.
En términos simples, el modelo aplicado en el Perú se basa en reconocer que: el mercado asigna mejor los recursos que un burócrata; que la riqueza la genera el sector privado, el cual debe ser regulado (cuando existen fallas de mercado); y que el Estado participa de esa riqueza a través de impuestos, para poder así cumplir las tareas fundamentales del contrato social: defensa, seguridad interior, promoción de la igualdad de las oportunidades para los ciudadanos a través de la administración de la justicia, educación y salud. Además de que el Estado debe proveer la infraestructura básica que el sector privado no puede construir en casos en que no es privadamente rentable. Finalmente, que el Estado debe garantizar la estabilidad monetaria con un banco central independiente, mientras que el Ejecutivo procura el equilibrio fiscal y formula un presupuesto público compatible con las funciones que se esperan de un Estado moderno.
No encuentro que algún individuo razonable discrepe de este modelo. Lo que sí debemos criticar es que el sector privado no cumpla con sus obligaciones o manipule a las autoridades. Más importante que todo, debemos criticar la pobre tarea que hoy realiza el Estado al administrar sus enormes recursos y su complacencia mientras no pone en marcha las urgentes reformas para la consecución de las tareas que le son propias. Es allí donde todos, incluidos los conservadores de izquierda, deberíamos dirigir nuestras críticas.
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