Por Felipe Cortijo Medina
En estos días volvía a leer a Ortega y Gasset, quien siempre tiene mucho qué decir para quien sabe leerlo. Hace casi 87 años que empezó a aparecer por vez primera uno de los libros guía del siglo, “La rebelión de las masas”, escrito en forma de artículos periodísticos en el diario “El sol” de España, su lectura actual aún me sorprende, allí dice: “En una buena ordenación de las cosas públicas, la masa es la que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada… Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida por las minorías excelentes. Discútase cuanto se quiera quiénes son los hombres excelentes, pero que sin ellos –sean unos u otros- la humanidad no existiría en lo que tiene de más esencial. Eso es cosa sobre la cual conviene no haya duda alguna”.
La lucha por el poder político de la derecha y la izquierda en el país es legítima, hay que comprenderlo así, el asunto hay que sincerarlo. Si hay una pelea franca y con las reglas claras de convivencia en nuestra sociedad, no tiene por qué temerse esa confrontación. En el caso actual de la Revocatoria a la alcaldesa Susana Villarán, se usaron y siguen usando hasta hoy todos los medios legítimos de defensa, e incluso se consideró ciertas acciones ilegítimas que pusieron en aprietos a los revocadores, como las injustificadas invalidaciones de firmas en la RENIEC por parte del inolvidable Carlo Magno Salcedo. El Jurado Nacional de Elecciones se pronunció al respecto, ya están claras las reglas de juego.
En un último intento, la izquierda quiere invalidar todo el proceso de revocatoria con tinterilladas de último momento, argumentan que procedería por la misma cantidad de votos o más de los que la erigieron alcaldesa, no importa que la Constitución no refrende esta posición. Veamos, todo es discutible, incluso estos intentos de fraude. Lo que jamás se le aceptará a la izquierda peruana son sus recursos ilícitos para alcanzar el poder, sus fatales tácticas para conspirar, aprovechar, promover, impulsar y difundir las ideas radicales comunistas, las ideas violentistas, esa estrategia que aunque lo nieguen, subsiste como parte de su metodología en su doctrina. Los ejemplos abundan para graficar la íntima conexión entre ideologías que se dicen moderadas de izquierda y el feroz radicalismo marxista, uno sólo de esos ejemplos son las operaciones de las ONG en Lima, y otro, la tolerancia pusilánime con los movimientos regionales.
El problema para la izquierda en el Perú es que si quiere tener carta de ciudadanía en la pugna por el poder, debería madurar. El primer paso sería abandonar las posiciones radicales, no ser cómplices nunca más, desterrar por siempre de su doctrina la idea de “lucha de clases”. Quizás sea pedirles demasiado, Chile y Brasil así lo entienden, ellos ya tienen sus “minorías excelentes”, aquellas de las que hablaba Ortega y Gasset. Nosotros todavía tenemos minorías inmaduras: Gregorio Santos, Wilfredo Saavedra, el cura Arana, Marisa Glave, Rocío Silva, Sinesio López, Julio Cotler, eso lo ameritan diariamente. No olvidemos que Bachelet y Piñera están en total competencia, pero alejados de esa etapa infantil de la política, la que perjudique su país, aquella que les impediría buscar juntos una normal y justificada alternancia en el poder.
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