Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Publicado en El Pollo Farsante el 19 de enero de 2022
El referéndum es un mecanismo de consulta popular muy apetecido y manoseado por dictadores, charlatanes y populistas autoritarios para legitimar sus tropelías y caprichos, incluyendo su permanencia en el poder. Esa es la mejor definición de referéndum, sacada de la experiencia histórica reciente del Perú y Latinoamérica.
El referéndum ha sido ampliamente utilizado por todos los dictadores del socialismo del siglo XXI, desde Hugo Chávez hasta Evo Morales. No hay un dictador al que no le encante convocar a un referéndum, incluyendo al tiranuelo de Martín Vizcarra, quien lo usó con descaro en su afán de legitimar su autoridad y golpear a la oposición. Gracias a ese referéndum en el que Vizcarra aleccionó al borreguismo nacional a marcar «sí, sí, sí, no», se convirtió en líder.
Tampoco es casualidad que esta nefasta figura del referéndum aparezca recién en nuestra constitución de 1993, bajo el régimen de Alberto Fujimori, al que muchos califican de dictadura. De hecho, Alberto Fujimori planteó la idea del referéndum para ratificar la nueva constitución de 1993, como si eso fuera necesario. Nunca lo fue, pero Fujimori necesitaba un referéndum para fortalecer su gobierno.
En ninguna de nuestras anteriores constituciones existió el referéndum. Esta es una novedad de la del 93, en la que aparece apenas en su capítulo primero, como uno de los derechos fundamentales de la persona, en un título repleto de demagogia populachera, tomada como herencia de la constitución del 79 y aumentada en el capítulo tercero como derechos políticos. Allí se institucionaliza esta funesta figura del referéndum, nada menos que para aprobar reformas a la Constitución (totales o parciales, sigue el absurdo), leyes y hasta ordenanzas municipales.
Quién sabe si Hugo Chávez se inspiró en Fujimori para iniciar su frenética era de transformaciones a punta de referéndums. Nada mejor que convocar a las masas ignorantes e histéricas a una consulta popular directa, para hacerlas «participar» y legitimar así las ideas y consignas de un líder populista, carismático, parlanchín y excesivamente eufórico. Solo para eso han servido los referéndums en Latinoamérica.
Hoy, el país está en ascuas gracias a esa nefasta figura del referéndum, introducida de manera absurda e irresponsable en nuestra constitución. Se la quiere usar para «consultarle al pueblo», como si tuviésemos un pueblo culto, pero lo cierto es que esa masa llamada pueblo ignora mayormente lo que es una constitución. Ya en el referéndum convocado por Martín Vizcarra, para legitimar sus cambios a la Constitución, pudimos observar que la gente no tenía la menor idea de lo que estaba decidiendo. En muchas comarcas alejadas del interior del país, la fórmula del «sí, sí, sí, no», ordenada por Vizcarra, ganó con el 100 %, sin que nadie supiera el significado.
Tenemos uno de los pueblos más ignorantes del planeta, víctima de un sistema educativo paupérrimo controlado por el comunismo, desde la escuela hasta la universidad. ¿Alguien cree que a este pueblo se le puede preguntar qué forma debe tener el Estado? ¿Qué instituciones deben ser autónomas? ¿Qué tipo de Congreso debemos tener? ¿Cómo debe ser el equilibrio de poderes entre las instituciones del Estado? ¡Ya pues! Paren de joder.
Una constitución es en esencia eso: definir el tipo de república, monarquía o tiranía que seremos, nombre y símbolos, definir el Estado con todas sus instituciones básicas y, por último, ponerle algunos frenos al poder político en un capítulo final (no inicial) llamado derechos de los ciudadanos. Nada más que eso es una Constitución. Pero para nuestra izquierda criolla, compuesta por una casta de limítrofes que aún delira con consignas trasnochadas, una constitución es la madre de toda la demagogia barata con que sueñan. Haciendo gala de su charlatanería hueca, llegan a decir que nuestra constitución «no garantiza los derechos a la salud y a la educación». Es decir, ni ellos la han leído y quieren consultarle al pueblo si desean cambiarla, luego de engañarlos con esta clase de afirmaciones.
Si hay algo que tiene en demasía nuestra constitución son derechos. No nos falta ninguno. Hasta le agregaron el derecho al agua, que nadie sabe para qué sirve. Ahora Verónika Mendoza quiere agregarle el derecho a la internet. Podemos seguir por ese camino hasta llenar varios capítulos de «derechos». Como el derecho a tener perros, el derecho a disfrutar de la primavera, el derecho a un mundo feliz, etc. Esa es la agenda infantil de la izquierda.
Lo cierto es que todo eso no pasa de ser pura charlatanería. Salvo el freno que le pone al Estado para no meterse en la economía y el respeto por la propiedad privada y los contratos, nuestra constitución es bastante mala. Hasta debilita la democracia con un Congreso mamarracho de una sola cámara. Y ya vimos lo inútil que resultó tras el golpe de Vizcarra. Pero, aun así, es mejor que abrirle las puertas a una asamblea constituyente repleta de ignorantes, demagogos, charlatanes, saltimbanquis, equilibristas y payasos que quieren refundar la patria, como lo están haciendo en Chile.
No solo hay que poner la figura del referéndum bajo llave, obligando a que pase por la aprobación del Congreso, sino que incluso habría que eliminarla de la Constitución de cuajo. Así le cerramos el paso a los candidatos a dictador.
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