Todo parece indicar que se nos viene la tormenta perfecta en la política peruana, a raíz de la inminente censura del ministro de Educación Jaime Saavedra. Las cartas están sobre la mesa. El fujimorismo presentará la censura si el ministro, advertido de la situación, no renuncia antes. El ambiente está crispado. Desde luego, la plaga de enfermos mentales del antifujimorismo salvaje no permitirá que la bancada fujimorista y aprista censuren al ministro, no tanto por amor al ministro sino por odio al fujimorismo y al Apra. Así es como funciona el cerebro reptil de estos sectores. Si les preguntas cuáles con las mejoras concretas en el sector educación nadie sabe dar una respuesta. Se limitan a cacarear mitos populares como la "reforma educativa" o la "reforma universitaria". Pero de cosas concretas nada.
¿Cómo llegamos a esta situación? Habría que recapitular los hechos hasta los últimos días de la campaña electoral, pues hay heridas que se infligieron en esa época y nadie se ha encargado de cerrar. La segunda vuelta degeneró en una guerra sucia en la que el mismo PPK tomó parte muy activa. Llegó al extremo de decir, en referencia a Keiko, que "la hija de un ladrón tiene que ser ladrona también". Para completar su faena, PPK se metió en la cloaca del colectivo "No a Keiko" y posó con los insultantes afiches de estos enfermos mentales que llamaban "narcoestado" a lo que representaba Keiko. Para colmo, PPK anunció que acudiría a la marcha de los fascistas anti Keiko. Aunque al final no lo hizo, fue parte de la comparsa de idiotas que se solaza en la guerra antifujimorista callejera.
Adicionalmente, Mercedes Araoz atizó la hoguera con tuits muy agresivos y sucios contra Keiko, donde mezclaba su maternidad con el refrito de las "esterilizaciones forzadas". Al final de esa guerra sucia y denigrante, PPK ganó por un puñado de votos, favorecido por los psicosociales de una prensa asquerosa que hasta la víspera de las elecciones seguían sacando notas falsas contra Keiko, a quien la vincularon hasta con el narcotráfico. Así fue el triunfo precario de PPK, un hombre sin partido, cobijado en un club de amigos ex toledistas y apoyado finalmente por las inmundicias de la izquierda que prefirieron un voto contra natura antes que permanecer neutrales.
La torpeza política de PPK era visible en todo momento. Parecía que solo quería ganar a cualquier precio, sin pensar en cómo podría gobernar si ganaba. En la segunda vuelta ya se sabía que en el Congreso habrían 73 fujimoristas y 18 ppkausas. Pero obviamente eso no inquietó a PPK quien prefirió seguir con su guerra sin cuartel, abrazando a los nakos como aliados. ¿Realmente pensaba que iba a gobernar con los descerebrados del colector rojo "No a Keiko"?
Ocurrido el triunfo de PPK obviamente Keiko no iba a correr a darle la mano, como muchos tontos esperaban. Keiko se limitó a reconocer su derrota y a desearle suerte a PPK con sus aliados del rojerío. Ya desde entonces las cosas estaban claras por parte del fujimorismo. ¿Qué hizo PPK? Nada. Absolutamente nada. Prefirió pasearse por palacio conversando con Ollanta Humala antes que tender puentes con la gran oposición del fujimorismo. A PPK no le interesó un comino acercarse a Keiko. Al parecer recibió de Ollanta el consejo absurdo de que el papel del presidente es ser confrontacional con todas las fuerzas políticas de oposición. Pésimo consejo.
La política bien entendida trata de encontrar lazos con los demás, tender puentes con los otros, dialogar para lograr consensos. formar alianzas, pactos, acuerdos, etc. Eso es hacer política. Pero PPK prefirió seguir la escuela de Ollanta Humala y Nadine Heredia. No solo se abstuvo de conversar con Keiko Fujimori, la lideresa del partido que controla la mayoría del Congreso, sino que nombró como ministros a representantes del antifujimorismo, como Salvador del Solar, un cineasta que se plegó a la marcha de zombies anti Keiko. ¿Eso no es provocar a la oposición? ¿No hay intelectuales en el país capaces de desempeñar mejor ese cargo fatuo de ministro de Cultura?
Las torpezas políticas de PPK son dejadas de lado por una prensa que aúlla como lobos infectados de rabia antifujimorista. Desgraciadamente, desde la creación de la CVR y el reinado de la caviarada en varios gobiernos, con su poder económico sobre la prensa, el antifujimorismo es la principal fuerza política del país, incluyendo a la chiquillería histérica universitaria que desconoce la historia y es siempre presa de la progresía. Son los tontos útiles de la izquierda siempre prestos a salir a marchar.
El presente no podía ser más patético. Dados los puentes rotos entre el gobierno y la mayoría de oposición, lo que tenemos es una censura ministerial. Claro que un ministro censurado tampoco es para tanto. Se le cambia y punto. Pero los enfermos mentales del antifujimorismo han hecho de esta censura una cuestión de Estado. Es como si el mundo se viniera abajo porque se va Saavedra. La verdad es que no pasa nada. La reforma universitaria seguirá su curso y el escenario de la educación tendrá oportunidad de enmendar rumbos, pues lo cierto es que Saavedra será un excelente burócrata de organismos internacionales pero no sabe nada del sector educativo peruano. Se le han escapado hasta las tortugas. Se llenó de asesores y le han pasado gato por liebre. Ya es hora de que pongan a alguien que conozca realmente bien ese sector complejo, y que sepa lo que es educación.
Lo que se viene es la censura, por un lado, y la marchita de los pulpines por otro. Si la censura se da el ministro tendrá que irse, y es el panorama más probable. En cuanto a la marchita de los tontos, es claro que no servirá para nada. Sería ridículo que el fujimorismo se deje amedrentar por una marchita de pulpines. Ya bastante roche hicieron derogando la Ley Pulpín por la marcha de estos vagos. El drama que están exhibiendo varios opinólogos no es más que humo. La verdad es que no pasa nada. El ministro Saavedra se va, lo reemplazan y la vida continua. Pero PPK y su gente tienen que tomar esta experiencia como una lección para que aprendan a conversar y pactar con la oposición, a menos que pretendan cinco años de confrontaciones y crispación, al estilo Ollanta y Nadine.
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