Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La izquierda mundial se ha estructurado alrededor de la tesis fundamental de que se deben eliminar los grupos de poder económico porque manejan la política para cuidar sus propios intereses afectando así a las grandes mayorías. Esta tesis es muy discutible y sigue siendo discutida, pero ha sido el origen de la mayor parte de las políticas mundiales, incluso de gobiernos que no se reclaman de izquierda. Otra consecuencia de esa tesis central es la aparición y/o fortalecimiento de una gran cantidad de organizaciones internacionales que ejercen gran influencia en los gobiernos nacionales. No son poderes económicos pero son poderes fácticos fundados apenas en el humo de su investidura.
La realidad es cambiante. Muchos de estos organismos pertenecen a una época en que el mundo era muy diferente. Hoy resultan dinosaurios anacrónicos que no desaparecen porque han asumido una especie de dictadura mundial perfecta. Representan una especie de templos sagrados, oráculos de la sabiduría desde donde se imparten los dictados para un mundo feliz. Uno de estos dinosaurios es la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que por estos días desarrolla una conferencia en Lima. Han venido a decirnos cómo debemos hacer nuestras leyes laborales.
Siguiendo la lógica de la izquierda, ya es tiempo de luchar contra los poderes fácticos representados por todos estos organismos internacionales, pues en los hechos resultan más nefastos que cualquier poder económico. El poder económico se funda al menos en la realidad, mientras que los organismos burocráticos internacionales solo se basan en la demagogia. Además ejercen un poder absoluto, sin contrapesos ni regulaciones. Para colmo, los países, en especial los subdesarrollados como el Perú, han suscrito convenios que en la práctica significa abandonar toda soberanía y agachar la cabeza a sus dictados. Hoy es el moderno colonialismo. Pero la izquierda mundial está feliz porque estos poderes fácticos son de su invención y están manejados por parásitos burócratas que no hacen más que soñar alegremente con un mundo feliz, regido por normas universales idílicas dictadas al margen de toda realidad concreta y, peor aun, al margen de sus funestas consecuencias.
La izquierda se pasó décadas detestando la injerencia del FMI en los asuntos internos de los países, pero hoy andan felices con la injerencia de organismos como la OIT y la CIDH, aunque cuando la Corte se confronta con un gobierno progresista es detestada. En fin. ¿No es hora de frenar la intromisión de la OIT en el manejo de nuestras leyes laborales?
Las normas de respeto y cuidado del trabajador ya son universales. Más aun, se han incorporado en la moderna administración. No hay empresa moderna que no conciba a sus trabajadores como un activo antes que un pasivo. Las empresas hoy tienden a ser centros de capacitación y hasta de investigación y desarrollo, vital para la competitividad, por lo que la capacitación y valoración de sus trabajadores resulta fundamental. Esto rige tanto en la minería como en la tecnología electrónica. La disputa por trabajadores calificados, desde los choferes de buses hasta los confeccionistas de Gamarra, ha hecho más por mejorar las condiciones laborales que todas las leyes juntas.
Por el contrario, las leyes laborales han perjudicado enormemente a la masa laboral sumiéndola en la informalidad y el subempleo. Si el 70% de la economía se desenvuelve en la informalidad es a causa de las leyes absurdas que se dictan al margen de la realidad. No hay nada más ridículo que una ley general del trabajo. La realidad es muy diversa como para pretender manejarla con una ley general. Todo intento por generalizar y uniformizar la realidad mediante una ley debe ser calificado como una estupidez sin atenuantes. Y lo mismo cuando se pretende establecer condiciones estables. Nada en este mundo es estable. Ni los costos ni los precios ni la demanda son estables ¿por qué debería serlo el empleo o los sueldos? A menos, claro, que se trate de un ministerio. Pero en el mundo laboral de la calle nada es estable ni puede ser generalizado ni uniformizado.
Gracias a las maravillosas leyes laborales que protegen al trabajador hasta del resfrío, hoy tenemos al 70% de los trabajadores en la informalidad. Los empresarios no son tontos. Prefieren despedir a un trabajador antes de cumplir el plazo de ley en lugar de hacerse de un empleado al que no va a poder despedir en caso sea necesario. Los trabajadores se quedan sin empleo por causa de la ley. He visto a otros limitados en su desempeño laboral porque no se les permite pasar de cierto nivel ya que entonces la empresa tendría que pagarle "derechos". Entonces prefieren contratar más gente ganando precariamente antes de emplear formalmente a unos pocos. La ley es causante del subempleo.
De este modo el mundo ideal de las leyes laborales que la OIT regula desde su torre de marfil no le sirven para nada a los trabajadores y mucho menos a los jóvenes que ingresan al mundo laboral. Los políticos, en especial los de izquierda, prefieren vivir en el dulce engaño de las leyes defensoras de los derechos antes que en la dura realidad de la calle. Y es que la gran mayoría de estos líderes nunca han trabajado de verdad ni mucho menos han dado empleo, por lo que en realidad no saben de qué hablan. Son solo parásitos burócratas que dictan recetas desde su oráculo mundial y prefieren lucir su imagen de bondad a los medios, engañando con demagogia barata y fracasada.
Ya es hora de rechazar la injerencia de la OIT como la izquierda rechazaba al FMI, es hora de rechazar a los poderes fácticos burocráticos internacionales que parasitan en la fantasía de su lirismo, es hora de defender la soberanía y condenar el neocolonialismo de estos organismos internacionales. Y lo hacemos porque no se puede continuar por el camino absurdo de las regulaciones laborales que ha precarizado el empleo en el Perú.
Ya es hora de rechazar la injerencia de la OIT como la izquierda rechazaba al FMI, es hora de rechazar a los poderes fácticos burocráticos internacionales que parasitan en la fantasía de su lirismo, es hora de defender la soberanía y condenar el neocolonialismo de estos organismos internacionales. Y lo hacemos porque no se puede continuar por el camino absurdo de las regulaciones laborales que ha precarizado el empleo en el Perú.
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