Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Y tal como se veía venir, el gobierno de Ollanta Humala promulgó la nueva ley universitaria. La alianza nacionalchakanista sacó adelante el mamarracho sin un debate apropiado en el pleno. Es una ley hecha en medio de campañas mediáticas de desprestigio de las universidades, con pleitos de callejón entre el general Mora y los rectores, finalizada con acusasiones, vetos y amenazas de por medio. Así no más ya se puede advertir que no es una ley conciliadora sino impositiva y caprichosa, sustentada en prejuicios y edificada con mitos ya fracasados.
No cabe duda que la ley enfrentará grandes resistencias y hasta es muy posible que sea reformada en el próximo gobierno, si es que algo no la paraliza antes. El nacionalismo dio el ejemplo cuando ni bien entraron paralizaron y alteraron para peor la reforma educativa que venía implementándose muy bien desde el anterior gobierno. Así que de leyes y reformas en este país somos los campeones. La reforma educativa y la reforma universitaria son viejos y permanentes cuentos de nuestra política.
La burda estrategia para sacar a delante la ley universitaria fue, una vez más, el desprestigio de todo lo que hay en el presente para luego presentarse como los profetas salvadores que nos llevarán a la tierra prometida de la calidad.Todos los oponentes eran confrontados con la clásica fórmula: ¿no estás de acuerdo con la nueva ley? Entonces estás a favor de las malas universidades. El caballito de batalla eran fotos de universidades en el segundo piso de un chifa o carteles que ofrecían el título en 4 meses, además del payaso de la Garcilaso que sirvió de bufón. Sin duda la guerra mediática la tuvieron ganada muy fácilmente. Pero una nueva ley no es buena solo porque hay malas universidades. Ni siquiera se ha analizado bien las causas de este boom de universidades (públicas y privadas) que tiene en sus raíces una absurda mentalidad de la población que ha visto a la universidad como el siguiente paso natural luego del colegio, además de las trabas que el mismo Estado ha impuesto a la creación de institutos superiores.
Por eso vemos que no hay soluciones a la proliferación de universidades. Todo apunta a su mala calidad, pero las ideas no son nada nuevas. Son más de lo mismo. Y tienen mucho de lo que ya ha fracasado tantas veces, empezando por la supervisión del Estado y acabando por el "tercio estudiantil". Es patético que se siga proponiendo al Estado como solución de todo, cuando todo lo que tiene en sus manos el Estado es un desastre, empezando por la educación, precisamente. Por desgracia las mentalidades mediocres de nuestros políticos no dan para más. Siempre apuntan a la misma gran solución: un nuevo organismo público donde un grupo de burócratas iluminados solucionará todo. De allí no pasan.
Es imposible saber cuál será el criterio de calidad que impondrán estos iluminados, porque una cosa es la calidad de las universidades en EEUU y otra acá, una cosa es la calidad universitaria en Lima y otra en provincias. Los estándares de calidad no se pueden aplicar de manera uniforme a todo el país ni a todos los países. Hay muchas formas de evaluar la calidad, empezando por la calidad de los alumnos que ingresan a las universidades. Acá se ha abusado en exceso del concepto "calidad" pero a la hora de materializar el discurso veremos que una cosa es con guitarra y otra con cajón. Si alguien cree que por exigir maestrías ya elevó automáticamente la calidad docente, es porque no sabe de qué está hablando. Es decir, ignora la realidad y se guía solo de apariencias. En tal sentido, esa ley está llena de demagogia barata de este tipo.
Además de la calidad se han levantado otras viejas banderas que más que clichés son taras mentales como la "democratización" y el "lucro". Al progresismo se le ha metido en la cabeza que nada es mejor que "democratizar" las cosas, lo que en buena cuenta significa someter todo al voto popular. Esto no es más que electorerismo y asambleismo burdo y nefasto. No sirve en absoluto para crear institucionalidad sino para formar mafias electoreras y bandas politizadas. Lo vemos en todos lados con sus nocivas consecuencias. La elección universal de las autoridades solo garantiza el caos de la universidad. ¿Por qué no convocar a elecciones generales para elegir a los miembros de la SUNEDU siguiendo ese mismo pensamiento?
En resumen, toda la suerte de nuestras universidades dependerá de un grupito de burócratas designados por el gobierno. El desastre que ocasionará esta ley tomará como mínimo unos 5 años. Esperemos que se corrija antes de que cause mucho daño. Es una ley hecha con buenas intenciones pero basada en clichés obsoletos, conceptos fracasados y escasa información, por no decir ignorancia de la realidad, junto a una excesiva confianza en los mitos urbanos del progresismo.
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