Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El liberalismo es una corriente de pensamiento que se fundamenta en la libertad. Pero básicamente en la libertad del pensamiento. No solo en la libertad de mercado. Esta libertad de pensamiento implica, como es obvio, la libertad para expresarlo, lo que deriva en la libertad de expresión y prensa. La defensa de la libertad de pensamiento no solo consiste en rechazar la censura sino que empieza por rechazar cualquier sistema de creencias dogmáticas. Lo que incluye ideologías políticas y cualquier otra que pretenda erigirse como guía en la vida y el pensamiento de las personas. No importa si vienen disfrazadas como ideologías salvadoras, liberalizadoras, éticas y morales, pues todas se disfrazan así.
Dicho esto debemos preguntarnos cuál debe ser la posición de un liberal frente a las religiones, ya que todas ellas son ideologías de salvación fundadas en dogmas, rituales y códigos de ética y moral que van más allá de lo privado, abarcando muchas formas de expresión social y pública que llegan hasta la política. Siempre se defienden las religiones alegando que se trata de la "libertad religiosa", es decir una especie de libertad personal para abrazar un dogma y vivir bajo su sistema de creencias. El problema es que las religiones han traspasado la esfera de lo privado para llegar a lo público y hoy hacen política abiertamente.
Desde luego un liberal tendrá que defender la "libertad religiosa" como se defienden otras libertades, pero ¿qué pasa si estas religiones actúan en el ámbito político oponiéndose a ciertas libertades (y derechos derivados de tales libertades) que el Estado pretende reconocer? El liberal tendrá que decidir entre las libertades y los dogmas de fe religiosos. Llegados a este punto ¿puede considerarse liberal quien prefiere defender los dogmas de fe por encima de las libertades y derechos ciudadanos?
El nacimiento del liberalismo tuvo mucho que ver con desembarazarse de la influencia religiosa en la política. Un gran logro de los padres de la patria norteamericana fue establecer la separación del Estado y la Iglesia, básicamente -y felizmente- porque en EEUU no había Iglesia rectora. Los colonos había escapado del totalitarismo religioso en busca de libertad para ejercer su fe a su manera. Tras doscientos años EEUU es hoy una feria de sectas religiosas unidas mayormente por la Biblia y el cristianismo, donde algunas han logrado ya un fuerte posicionamiento político haciendo peligrar los fundamentos liberales de su nación.
En el Perú jamás existió separación entre Estado e Iglesia y hoy dicha separación no es más que pura retórica. Pero mientras que el liberalismo propugna dicha separación en los hechos, existen sectores religiosos interesados en reforzar la influencia de la Iglesia en el Estado y la política. Lo curioso es que estos defensores de la Iglesia, quienes actúan como acólitos de la curia y comulgan con los dogmas de fe son los que hoy pretenden darnos lecciones de liberalismo. Por supuesto que carecen de firmes ideas liberales y solo actúan impulsados por su instinto de adoración y adulación a sus jerarcas clericales.
De este modo llegamos a observar en el segmento liberal el penoso espectáculo de columnistas que no se diferencian en nada de los clásicos escuderos de nuestros partidos chicha, donde los personajes más destacados lo son porque se limitan a defender a su líder contra viento y marea. El franelismo al cardenal no se diferencia en nada del que observamos en los diversos chupamedias de jerarcas políticos de medio pelo convertidos en dioses por una costra de trepadores carentes de valores democráticos y liberales. Está muy bien que quieran ser franeleros y dogmáticos de fe, pero que no vengan a darnos lecciones de liberalismo.