Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La psicosis social que se desataba ante los discursos presidenciales de 28 de julio están quedando atrás, afortunadamente. Aunque todavía queda algo de miedo. A algunos todavía se les escarapela el cuerpo al rememorar los días delirantes de Velasco Alvarado, quien no esperaba ni fiestas patrias, porque en cada fecha especial lanzaba un discurso anunciando una felonía con máscara de acto revolucionario. Por ejemplo, su perversa Reforma Agraria fue anunciada el 24 de junio, Día del Indio, que fue cambiado a "Día del Campesino". Alan García en los 80 utilizaba el 28 de julio para anunciar sus desvaríos mentales tales como estatizar el sistema financiero o no pagar la deuda externa al imperialismo. Así que Hugo Chávez en realidad fue una mediocre imitación de nuestros gobernantes.
Hoy que por fortuna esas épocas de delirio revolucionario progresista han pasado, y tras sobrevivir y recuperarnos de tanto desbarajuste social y económico, aun quedan progres que critican el discurso de Ollanta Humala por "continuista". Siguen esperando el anuncio de lo que llaman "las grandes reformas que el país necesita". No sabemos exactamente a qué reformas se refieren porque la cháchara progresista se queda siempre en la vaguedad de las generalizaciones y abstracciones, como el relamido "cambio del actual modelo neoliberal primario exportador" o una "mayor justicia social".
En realidad el discurso de 28 de julio no debería merecer mayor atención. Es un simple recuento de lo hecho en el año y el anuncio de las metas para el año que viene. Eso es todo. Es un discurso protocolar que no debería durar más de 30 minutos. Se trata básicamente de un ritual de fiestas patrias, una ceremonia que se ha institucionalizado como una costumbre, al igual que el te deum y el desfile militar. Más allá de la fiesta y la paranfernalia patriótica, todo debe transcurrir sin sobresaltos.
Los cambios siempre son necesarios pero estos deben darse fundamentalmente en el propio Estado, tal como está ocurriendo con la ley SERVIR. Ya es hora de que el Estado empiece a reducirse en lugar de seguir creciendo con más ministerios y organismos. La burocracia no dinamiza el desarrollo del país. Por el contrario, es una rémora. Tenemos un número escandaloso de ministerios y muchos de ellos son solo decorativo y completamente inútiles. Ya basta de hacer demagogia con la creación de ministerios. Es hora de podar el Estado.
No debemos pues esperar anuncios espectaculares. No necesitamos supuestos cambios de modelo ni de sistema, cuestiones que solo existen en el delirio y la estupidez progresista. Lo que se requiere es que el Estado funcione mejor, que deje de ser un estorbo para el desarrollo, que agilice los trámites, los reduzca o los elimine, y que se dedique básicamente a crear infraestructura que es tan deficitaria en este país. La inclusión social es imposible sin carreteras, hospitales y escuelas. Y todo esto es deficitario y precario, sin mencionar a la burocracia engreída que la maneja. Así que toda revolución tiene que realizarse al interior del propio Estado. Muchos ministerios y demasiada burocracia para tan pocos y malos servicios.
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