Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Si algo sabe hacer la izquierda es movilizarse por las calles. Parecen haber nacido para eso. En realidad es una necesidad para hacerse notar debido a la insignificancia de su existencia diseminada por infinidad de agrupaciones estrambóticas casi clandestinas. Se trata de un sector de alucinados donde cada loco quiere tener su propio manicomio. Tenemos a la vieja guardia de izquierda tratando de mantener vigencia, los ecológicos antimineros y los neosocialistas que se creen la izquierda moderna, los comunistas de caverna y mazo junto a los comechados y parásitos del sindicalismo mafioso. Para terminar están los twitterstars de la farándula, artistas fracasados y mediocres dirigidos por neuróticas sin empleo que se alucinan activistas sociales.
A todo lo anterior cabe añadir el lumpen social, los desadaptados juveniles y universitarios deficientes que se suman a las marchas para expresar sus miserias interiores y frustaciones personales. Esa es en suma la variopinta composición social de las marchas de protesta que ha soportado el centro de la ciudad en estas fiestas patrias. Cada segmento con sus propias consignas y objetivos. Los sindicalistas rechazando la ley que trata de imponer un criterio de mérito en la carrera pública, los ecocomunistas rechazando la minería, los socialistas exigiendo nueva Constitución, los pro terrucos de los derechos humanos figureteando siempre, los faranduleros tomándose fotos y tuiteando, y los demás jodiendo por joder, como la barra de la U y jóvenes universitarios desaprobados.
Si alguien cree que todo ese montón de lunáticos, vagos y bullangueros constituye una expresión política que deba tenerse en cuenta está equivocado. No hay manera de entender mensaje alguno en ese circo de payasos multicolores y equilibristas de la politiquería criolla sustentada en consignas y gritos de batalla. Es por eso que nadie los ha tomado en cuenta. No existen. Así lo reflejan los medios al señalar que Ollanta ignoró al malestar de las calles en su mensaje. Pero no podía ser de otra forma.
Para empezar se trató de una manifestación informe, un sancochado de extremistas que no logró reunir más de tres mil personas. Siempre hubo cuatro veces más policías que manifestantes. El cuento de los indignados no pasó de ser un chiste. Más aun cuando los indignados eran los mismos que votaron por Ollanta Humala y toda la escoria de Gana Perú. Ahora resulta que la mediocridad social que votó por los mediocres, protesta por estos mediocres precisamente por ser mediocres. ¿Alguien los entiende? Una masa de mamarrachos marchando no constituye una propuesta política. No se puede hacer política en las calles.
La izquierda sigue creyendo que generar el caos social es una buena estrategia para desestabilizar al gobierno y lograr cambios políticos. En el pasado solo conseguían cambiar al ministro del interior cuando a un policía se le escapaba un tiro y mataba a un manifestante. Pero hoy ni eso consiguen porque ahora las marchas son bien escoltadas, filmadas y controladas. Los detenidos son pocos y rápidamente puestos en libertad bajo la vigilancia de activistas y abogados de los organismos de DDHH. Así que hoy las marchas ya no consiguen nada. Ni siquiera las gigantescas marchas que tuvieron lugar en Buenos Aires hace unos meses y donde se movilizaron cerca de 4 millones de personas en contra del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner. Al cabo de semejante demostración de descontento popular no pasó absolutamente nada.
Antes protestábamos con razón en contra de dictaduras o gobiernos ilegítimos. Pero hoy tenemos una democracia y partidos que nos representan en el Congreso. No serán muy buenos pero la verdad es que tampoco los marchantes son mejores. Si la izquierda quiere entrar al mundo moderno tendrá que empezar a cambiar sus costumbres. No le pediremos que cambien de mentalidad, pero al menos que aprendan a respetar el Estado de Derecho y la democracia institucionalizada, haciendo política por los canales adecuados del diálogo. Es una irresponsabilidad que los dirigentes azucen las marchas para luego tocar las puertas y sostener una reunión con el premier. Pueden tener la misma reunión sin originar caos social. La política no se hace en las calles. Ya es tiempo de que abandonen esas costumbres primitivas, al menos mientras tengamos una democracia.
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