Por Juan Sheput
Si hay una palabra que de inmediato convierte en virtuoso a quien la menciona, esa es la palabra institucionalidad. Se ha puesto de moda en nuestro país. En nombre de la institucionalidad se hacen críticas, se defienden fueros, se promueven candidatos y también se anulan candidaturas. Todo sea en nombre de la bendita institucionalidad. Pero, la realidad es distinta. La institucionalidad no es sinónimo de virtud, sino que a veces puede ser todo lo contrario.
Ya es un lugar común señalar que las instituciones son las reglas de juego permanentes en el tiempo. La definición de Samuel P. Huntington es la que más ha calado en la memoria ciudadana. Es una definición que se ajusta a la realidad y prueba en esta su certeza. La mafia y el crimen organizado son instituciones. En ambas lacras, se respetan las reglas de juego. En el otro extremo hay hacedores de justicia que son verdaderas instituciones por su carácter predecible: la Corte Suprema de los Estados Unidos. Y, también en el ámbito de las Relaciones Exteriores: Itamaratí en Brasil.
Aquí en Perú, también hay instituciones. La informalidad es una de ellas, causante de movilizarnos hacia la decadencia, sobre todo en el ámbito político. En nombre de la institucionalidad, la señora Nadine Heredia anuncia que no postulará en 2016, pero no son las instituciones formales las que hacen el anuncio, no es el presidente: es la primera dama.
Se critica al Congreso de la República por la selección de candidatos al Tribunal Constitucional, al Banco Central de Reserva y a la Defensoría del Pueblo porque, dicen, dicha elección afectará la institucionalidad. Sin embargo, no hay nada más institucionalizado que el proceso de selección político de dichos funcionarios. La Constitución obliga a que los partidos se pongan de acuerdo y eso es lo que han hecho. Es obvio que la política va a generar que se defiendan intereses de parte, partidarios, pero esas son, precisamente, las reglas de juego. No es culpa de los congresistas hacer política. El sistema los obliga a ello y en buena hora. Que se necesite cambiar al sistema es otra cosa. Se requiere cambiar las reglas vigentes, y eso es modificar la Constitución.
Si seguimos con la actual institucionalidad, no dudemos que cada vez tendremos un Congreso de menor calidad en el cual los parlamentarios con experiencia no son la excepción sino son arrastrados por la decadencia. Hemos visto cómo se destruyen los acuerdos políticos con chismes e infidencias, los cuales aceptamos sin escándalos pues forman parte de la institucionalidad. Los medios invitan a quien insulta y chismea, pues estos gestos son parte de una cultura aceptada por todos, así nos conduzca al declive, pues es parte de nuestro conjunto de reglas de juego. Los empresarios no se quedan atrás: en aras de la defensa de la institucionalidad, no quieren perder otro sistema, el de sus privilegios. Así, todo se revuelve para que nada cambie en tanto el país sigue sin entender lo que viene aconteciendo. Sin embargo eso, también es parte de nuestra institucionalidad.
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