Por: César Del Aguila Ochoa
Nuestra Fuerzas Armadas, como el resto del contexto nacional, haciendo abstracción de la época colonial, han tenido una trayectoria bastante accidentada que no es más que el reflejo del trajinar de nuestra vida republicana.
Durante el siglo XIX, particularmente el Ejército, ante la carencia de escuelas militares cuya necesidad nunca fue percibida , tenía cuadros superiores y de mando medio con origen en un sistema de caudillaje secuencia que podía partir del contexto de un hijo de familia acomodada que decidió servir a la patria, del revolucionario, hasta del bandido que luego devenía en guerrillero para terminar accediendo a los grados más altos de la institución conferidos en un ambiente de gran carga política sustentada en intereses y ambiciones. Esto no fue óbice para que surgieran de este particular semillero, algunos militares de buen desempeño como Castilla, Bolognesi, Alfonso Ugarte, Andrés Avelino Cáceres
Luego de la desastrosa Guerra del Pacífico, el gobierno recurre a la misión Militar Francesa que llega al Perú afines del siglo XIX para diseñar el Ejército bajo parámetros afines del nuevo milenio del siglo XX, creando una Escuela Militar de donde empezaron a egresar oficiales profesionales para integrarse a los cuadros de mando, sin embargo nuestra política, no fue buena receptora de este nuevo ámbito al que accedía particularmente el Ejército, pues las puertas continuaron siendo tocadas por los políticos y aventureros de turno quienes, nutriendo el nocivo atavismo de que en esta Institución descansaba el origen de la Patria y la preservación de ella, dieron lugar a la alternancia de gobiernos legítimos y dictaduras militares que supuestamente "componían y ordenaban" el país luego de cada crisis, período en el que se menoscabó la pobre percepción de institucionalidad particularmente en el Ejército. La Marina y luego la Fuerza Aérea por el contexto técnico del ámbito de su accionar se mantuvieron algo alejados de este escenario. En cambio, la presencia importante de las tropas del Ejército en la vastedad del territorio nacional y el hecho de ser el que más contacto tenía con las fuerzas políticas, hicieron de él, el protagonista principal en esta continua perturbación .
A través de esta alternancia civil-militar, llegamos a la época del prolongado gobierno de Fujimori que si bien ordenó algunos aspectos importantes del país, melló profundamente el contexto de las instituciones militares a las que Montesinos sumió en un pernicioso proceso de descomposición nunca antes vista, conduciendo particularmente al Ejército a la pérdida total del imprescindible profesionalismo, entendiéndose por ello, la sumatoria de una sólida formación académica y un marco de valores del que se nutre la conducta. Terminado este período nada edificante, se dio inicio a un espacio de gobiernos legítimos conducidos por políticos que fueron acosados durante este período, agresión en el que el ejército participó.
Pero estos gobiernos cometieron un error al optar por una suerte de venganza contra estas instituciones desprestigiadas por un grupo de sus integrantes, procediendo a relegarlas e ignorarlas en lugar de decidir reformularlas, olvidando que son los gobiernos quienes deciden el tipo y calidad de las fuerzas armadas. De esta manera, las instituciones armadas inmersas en este proceso, llegaron a la situación actual, contexto en el que se ha intentado dar algunos pasos con miras a aportar algo, pero resultaron poco efectivos por ser pasos aislados.
Este transcurrir nos condujo a la inquietante situación de disponer de fuerzas armadas incapaces de cumplir con el rol que señala la Constitución, lo que reclama la necesidad de un cambio radical ya que lo que se requiere es una reformulación integral que conduzca a profesionalizar estas instituciones, especialmente el Ejército, incidiendo en la búsqueda de la calidad profesional enmarcada en la promoción de principios de manera que el liderazgo descanse no solo en los grados, sino en la práctica del ejemplo edificante en todos los niveles y a la sombre de las honrosas tradiciones militares, tomando distancia de las arraigadas prácticas de corte delincuencial que en el decenio de los noventa devinieron en una suerte de perversas “virtudes”. Todo esto, complementado por el marco del adecuado bienestar y la premisa fundamental de que estas instituciones se encuentran exclusivamente al servicio y sometidas a la autoridad del Estado y de la sociedad, entes en los que se encuentra su origen y razón de ser.
Esta reformulación debe empezar por diseñar un sistema académico coherente con los tiempos actuales en el que debe haber espacio, para la hoy, inexistente capacitación científica y tecnológica en el nivel adecuado, pues las fuerzas armadas por la innovación técnica del material y evolución de la doctrina militar, requieren de miembros capaces de algo más que jalar gatillos o presionar botones, sin dejar de lado el adecuado entrenamiento, equipamiento, formación humanística y el culto a principios que lleven a moldear una nueva identidad militar que induzca a los componentes de estas instituciones, a conceptuarse como ciudadanos comunes y corrientes agrupados en un gremio dotados de una especial vocación de servicio, que en algunos casos, puede requerir no tener límites
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