Escribe Dante Bobadilla Ramírez
Si hay algo que la izquierda sabe hacer muy bien es contar cuentos. Es decir, crear una narrativa adecuada a sus intereses para contar la historia a su manera. Son especialistas en la narrativa épica de sus acciones vandálicas convertidas en gestas democráticas que son etiquetadas por los narradores con términos grandiosos y fabulosos. Recordemos el caso de las protestas vandálicas de octubre 2019 en Chile tituladas "El despertar de Chile" o "El estallido social". Las protestas en Perú por la vacancia de Martín Vizcarra, fueron etiquetadas como "lucha por la democracia", cuando en realidad buscaban derribar a un gobierno legítimo por no ser afín a los intereses de la izquierda. Los revoltosos fueron etiquetados candorosamente como "Generación Bicentenario" y sus muertos convertidos en héroes. Al mismo tiempo, la izquierda tiene el arte de desacreditar a sus enemigos políticos convirtiéndolos dictadores, genocidas o corruptos. Así fue como tuvieron el descaro de llamar "dictador" a Manuel Merino, quien asumió el cargo de presidente tras la vacancia de Vizcarra, respetando escrupulosamente las normas constitucionales. Algo que se repitió con Francisco Sagasti tras la caída de Merino. Todo ese penoso episodio solo demostró que la izquierda quería seguir detentando el poder.
La principal arma que usa la izquierda en su guerra política e ideológica es la desinformación y el relato manipulado. Así es como convierten en héroes a sus delincuentes, en mártires a sus muertos y en gestas democráticas su vandalismo y terrorismo urbano. Ellos se erigen como los dueños de la verdad, la memoria y la moral. Para conseguirlo, la izquierda no tiene ningún rubor para mentir y cambiar los hechos como mejor le parece. Para ellos, la destitución constitucional de Martín Vizcarra es un "golpe", el presidente que asumió siguiendo las reglas constitucionales es un "dictador", y quien vino después siguiendo esas mismas reglas es un "presidente" solo por pertenecer a las filas de la izquierda. Todo esto fue lo que vimos y oímos alrededor de las marchas que se produjeron contra Manuel Merino, tras la vacancia de Martín Vizcarra, quien sí protagonizó un auténtico golpe de Estado al cerrar el Congreso de manera inconstitucional e ilegal, y de manera express, con el único objetivo de impedir el cambio del Tribunal Constitucional de mayorá izquierdista.
Recapitulando los hechos, Manuel Merino fue elegido presidente de un Congreso que resultó electo luego del golpe de Estado perpetrado por Martín Vizcarra cerrando el Congreso inconstitucionalmente. Y no estamos acá cambiando los hechos ni tergiversando la verdad. Martín Vizcarra perpetró un golpe de Estado al cerrar el Congreso sin tener los argumentos constitucionales para hacerlo. Simplemente forzó la figura apelando a una supuesta "denegación fáctica" (que no existe en la Constitución) a una cuestión de confianza írrita interpuesta al caballazo por su premier Salvador del Solar, quien se metió a patadas a un pleno del Congreso tratando de impedir que el Congreso cumpla con su labor eligiendo a los nuevos miembros del Tribunal Constitucional. En buena cuenta, el golpe de Vizcarra tuvo como única finalidad impedir que el Tribunal Constitucional de mayoría izquierdista fuera renovado. Dicho de otro modo, se planteó una cuestión de confianza artificiosa solo para impedir que el Congreso cumpliera con una de sus funciones y atribuciones constitucionales como es elegir a los miembros del TC. Así de absurdo fue todo. Lo evidente fue que Vizcarra no quería que se cambiara al Tribunal Constitucional y cerró el Congreso con una leguleyada, aprovechando el desprestigio de esa institución ante los ojos del pueblo, pero fundamentalmente por el apoyo de la gran prensa comprada a través de la abundante publicidad estatal, así como de los colectivos de izquierda y de sus oenegés que lo mimaban porque era funcional a los intereses de la izquierda.
Vacado Vizcarra la reacción de la izquierda no se hizo esperar, especialmente porque el accesitario Manuel Merino, era un personaje de derecha y muy lejano a los círculos de la izquierda. Esto significaba la pérdida repentina de todo el poder detentado por parte de izquierda, y muy en especial por la mafia caviar que medra de los favores del Estado mediante consultorías. Asimismo, ponía fin a los procesos de reforma que la izquierda venía impulsado a través de Vizcarra, cuyos objetivos eran liquidar a la clase política y sus liderazgos, en especial al Apra y al fujimorismo, implantando un esquema en el que los partidos eran controlados por agencias del Estado en todos sus aspectos, desde su organización interna hasta su financiamiento. Por todo esto, tras la vacancia de Vizcarra, de inmediato aparecieron en los sectores de la izquierda muestras de rechazo, tanto a la vacancia como al nuevo presidente asumido según las reglas de juego constitucionales. De hecho, no lo iban a permitir. Había demasiado en juego.
Martín Vizcarra se había convertido en un semi héroe ante los ojos de amplios sectores de izquierda porque durante su gobierno se dedicó básicamente al show. Desde el principio apeló al viejo truco de erigirse como un "luchador anti corrupción", pero esta actitud estaba dirigida simplemente a la guerra contra el Congreso, al cual se le identificó como la fuente de la corrupción por estar dominada por el fujimorismo en alianza con el Apra. En alianza con los medios de prensa más importantes y una casta de periodistas que estimaban a Vizcarra como a un profeta de la salvación, la guerra contra el Congreso fue implacable. Lejos de ocuparse de investigar las acciones del gobierno, esta prensa estaba ocupada día y noche en fiscalizar los actos del Congreso al que rápidamente tildaron de "obstruccionista" sin razón. Todos los días aparecían cuestionamientos al "Congreso obstruccionista" y diversos miembros de este, en particular a los de filiación aprista y fujimorista. La consigna de cerrar el Congreso estaba dada y todos contribuyeron a crear el ambiente favorable atizando el odio popular.
Lo cierto era que el Congreso nunca obstruyó un solo proyecto del Ejecutivo. Fue un Congreso muy obsecuente y débil, sin un norte ideológico marcado y menos de oposición al gobierno. Tanto así que el fujimorismo y la izquierda se abrazaban dando leyes con enfoque de género. Asimismo, el Congreso no se atrevió a ponerle trabas al referéndum planteado por Vizcarra para perpetrar reformas constitucionales sin ser su función. Esas reformas planteadas mediante referéndum eran sumamente dañinas para la vida política del país y el Congreso no se atrevió a frenarlo pudiendo hacerlo. Fue parte del show al que Vizcarra se dedicaba cada día, buscando la manera de golpear a la clase política y al Congreso. Salía de palacio con sus carpetas bajo el brazo e iba caminando hasta el Congreso escoltado por la prensa. Todo el gobierno de Vizcarra fue un espectáculo permanente. Hizo de la política un show y una guerra.
Pese a que la gran prensa casi no se ocupaba de Vizcarra, poco a poco se fueron filtrando algunos de sus manejos turbios, tanto en su gobierno como de la época en que fue ministro y también gobernador regional. Los escándalos y denuncias contra Vizcarra empezaron a aparecer sin que despertaran el interés de la fiscalía, institución que ya había sido capturada por Vizcarra y la izquierda tras la guerra implacable que le armaron al ex fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, hasta destituirlo del cargo por el pecado de no ser funcional a la izquierda. Todos los cargos que se inventaron contra él fueron falsas. Lo echaron únicamente por no ser funcional a la izquierda. Por todo esto se empezó a hablar en algunos círculos de la "mafia caviar", haciendo referencia a esa oscura organización que tras bambalinas accionaba los resortes del poder político, de los medios y de la justicia para controlarlo todo, destruyendo a sus enemigos y protegiendo a sus aliados. Así fue como destituyeron no solo al fiscal de la Nación Pedro Chavarry, sino a otros fiscales supremos que no servían a sus intereses. Así fue como cerraron el Congreso para impedir que cambiara al Tribunal Constitucional. Y así fue como arriaron a las calles a contingentes de jóvenes para crear desmanes hasta conseguir los muertos que hicieran renunciar a Manuel Merino, por el solo hecho de no servir a los intereses de esta mafia.
Pero llegados a este punto, la mafia se hacía cada vez más evidente. Era obvio que estaban accionando palancas y resortes para liquidar a sus enemigos y favorecer a los suyos. Eran una fuerza que operaba al margen de la ley. Habían forzado un golpe de Estado cerrando el Congreso y, luego, se encargaron de desmontar a un presidente legítimo mediante una semana de protestas callejeras muy violentas. Para colmo, se las arreglaron en el Congreso para elegir una nueva mesa directiva solo con gente de izquierdas. ¿Cómo pudieron hacer todo esto? Mediante el chantaje. Así fue como finalmente el caviar Francisco Sagasti resultó ejerciendo el cargo de presidente para complacencia de la mafia. Su primer acto de gobierno fue rendirles tributo a los muertos en las marchas vandálicas que obligaron a renunciar a su antecesor. La consigna de la mafia fue convertir toda esa maniobra golpista dirigida desde sus oenegés, en una "gesta democrática" ejecutada espontáneamente por jóvenes a quienes tildaron candorosamente como "Generación Bicentenario". Los dos muertos resultaron ser delincuentes de poca monta, pirañita uno y paquetero el otro, pero fueron travestidos en "héroes de la democracia" cuyos rostros aparecieron en murales callejeros. Y, desde luego, se acusó al gobierno de Manuel Merino como responsable de esas muertes. Las oenegés de izquierda no tardaron nada en interponer sendos recursos legales para acusar a los mandos policiales, el ministro del Interior, el premier y al presidente Merino por toda la violencia ocurrida durante las marchas convocadas por las oenegés y los medios.
De este modo se montó una nueva narrativa muy conveniente a la izquierda, convirtiendo en dictador y asesino a Manuel Merino, a quien ya se le acusa de delitos de "lesa humanidad". Mientras tanto, los dos delincuentes muertos son sistemáticamente idolatrados por la izquierda, para cuyos familiares se siguen exigiendo mayores compensaciones que las otorgadas por el gobierno de Sagasti. En su peculiar estilo, la izquierda rememora cada aniversario de la "gesta democrática" que recuperó el poder para la mafia caviar. Y toda esta narrativa llena de convenientes etiquetas y rótulos candorosos, acompañada de ceremonias y rituales de homenaje, salpicada de entrevistas y romerías, tiene gran éxito en las masas porque muy pocos se oponen a esas campañas de desinformación y manipulación de los hechos y de la memoria histórica. La izquierda se adueña de todos esos espacios de moral y verdad porque pocos les salen al frente a desmentirlos y recordar los hechos como en verdad fueron. Es tiempo de que salgamos al frente de estos mendaces manipuladores de masas. Ya bastante daño han hecho contándonos la historia del terrorismo a su manera y capturando los espacios de la verdad y la memoria sobre los años del terror de izquierdas.