“La solidaridad es espontánea o no lo es, decretarla es eliminarla”. Frederic Bastiat
Una
de las consecuencias más preocupantes que ha generado la llegada del virus
chino a esta parte del mundo, es que el escenario político se ha convertido en
un festín de demagogia y populismo. No es que antes de la tragedia fuera muy
diferente que digamos pero parece que la posibilidad de que todo lo que
conocemos lo terminen destruyendo está cada vez más cerca.
Escribir
sobre cada una de las locuras que se han propuesto desde que comenzó la crisis,
da para un ensayo completo pero en esta ocasión sólo vamos a reparar en una de
las medidas que más simpatía ha causado entre la gente y es la posible
asignación de un bono universal, sin ningún tipo de distinción, para asegurar
una especie de contención frente al trágico escenario que hoy padecemos a causa
del virus y también del quiebre económico al que nos ha conducido el gobierno.
Desde
el punto de vista económico, es sencillo sustentar la inviabilidad de este tipo
de medidas, ¿de dónde saldrá el dinero que se requiere?, ¿más impuestos?, ¿un
salvaje ataque a las grandes fortunas?, ¿deuda?, ¿austeridad por parte del
gobierno para cubrir el hueco?, esto último no es más que un mal chiste porque
jamás veremos al gobierno dejando de hacer contratos de miles y miles soles con
sus amigos de la prensa, encuestadoras y gente que “apoyó” en la campaña.
¿Alguien puede imaginar un escenario donde Vizcarra cierre unos 4 ministerios
inútiles para usar el dinero que cuesta mantenerlos para aliviar la ruina
económica de millones de peruanos? Eso jamás, estos prefieren meter la mano en
bolsillos ajenos antes que sacrificar sus privilegios.
Sobran
razones económicas para rechazar la demagogia y el populismo detrás de estas
tonterías: desde la sostenibilidad en el tiempo pese a los intentos
oportunistas de hablar de la temporalidad de la medida, todos saben que no hay
nada más permanente que las medidas transitorias de los gobiernos; pasando por
la eliminación de los incentivos al trabajo y la dependencia que genera en la
gente; hasta el origen de la financiación. Sin embargo, el argumento central
que permite oponerse a esta medida, tiene su origen en una discusión mucho más
profunda y de corte estrictamente moral.
Si
el samaritano quiere ayudar al prójimo caído en desgracia, pues lo hace si tiene
los medios y la voluntad para hacerlo. Usando el lenguaje cristiano, será un
peldaño más que pone en su escalera personal hacia el cielo. Y hemos visto que
miles de personas han sacado a relucir su mejor versión y han puesto el hombro
para apoyar a los más golpeados. Esfuerzos individuales y empresariales han
servido como sostén para que los niños en zonas marginales puedan comer y en
ese tipo de acciones podemos ver la moralidad que sobrevive todavía en nuestra
sociedad.
¿Pero
qué pasa cuando alguien quiere hacer caridad con billetera ajena?, ¿podemos
decir que se trata de un acto solidario? Si Juan le roba a Pedro y usa el
dinero robado para alimentar a los niños de un albergue, ¿el robo deja de ser
robo? Pues no, y esto es lo que tenemos que entender como sociedad. La
solidaridad sólo es virtud si aflora en forma espontánea, no si mañana el
gobierno usa la mano violenta del Estado para expropiar a la gente de su dinero
y lo usa para alimentar al hambriento.
Quizá
los niños del albergue puedan ver a Juan como un héroe, su condición no les
permite ver la realidad de las cosas. Esto explica la popularidad de medidas
como la asignación de un bono universal, las personas despojadas de
oportunidades para poder atender las necesidades de sus familias no pueden ver
la inmoralidad detrás de su beneficio. Y no es que sean malas personas al estar
de acuerdo con estas cosas, sólo son un instrumento que algunos usan para
calcular y cosechar réditos políticos.
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