Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El presidente Martín Vizcarra ha tenido la desfachatez de pedirnos "grandeza" para traernos abajo el Estado de Derecho y acceder, una vez más, a sus caprichos de reforma constitucional, tal como a él le parece que debe ser. Es decir, en los hechos, Vizcarra ya asumió todos los poderes, pues ahora es él quien reforma la Constitución poniendo bajo amenaza al Congreso, además de involucrarse en la marcha del Ministerio Público, donde logró hacer expulsar al Fiscal de la Nación Pedro Chávarry, a quien todavía no deja en paz, ya que sigue opinando sobre su suerte en el Congreso.
El Perú está en manos de un pequeño tiranuelo que se cree dueño del poder absoluto, ignora todos los modales democráticos y hace lo que le viene en gana. Y todo lo hace con la torpeza propia de un campesino sentado en la mesa del rey. En cada gesto y palabra, Vizcarra demuestra ser un completo ignorante de la política, un déspota disfrazado de demócrata, que habla de unidad y diálogo mientras zarandea al Congreso y amenaza la estabilidad institucional y democrática del país.
Y como suele suceder en la historia, el tirano goza de popularidad. Esto es fácil cuando se tiene el control casi absoluto de la prensa, como lo tiene Vizcarra. Los más grandes grupos de medios le deben su existencia al gobierno, pues viven de la fabulosa publicidad estatal. Allí tenemos pues a los principales diarios, canales de TV y emisoras radiales vomitando fuego contra el Congreso todos los días y alabando al tirano que "ha puesto en jaque al Congreso". La masa de borregos en las calles es arriada por estos conductores de medios y columnistas baratos que glorifican al dictador y braman contra el Congreso.
A esa masa de ignorantes y tontos útiles que aplaude al tirano desde las calles y las redes sociales, hay que sumarle la izquierda, siempre atenta a agitar más las aguas turbias de la política. La gusanera de la izquierda cobra vida cuando huele el cadáver de la democracia, se arremolina en torno a la putrefacción de las instituciones y aprovecha para darle el toque de muerte final al Estado burgués. La izquierda juega su propio partido en espera de que todo colapse y pueda exigir una nueva Asamblea Constituyente, para cambiar la odiada Constitución de 1993 que sacó al Estado del rol central de la economía. De este modo, Vizcarra juega en pared con la izquierda retrógrada y fracasada.
Este es el triste panorama de la democracia peruana ad portas del bicentenario: una democracia amenazada por el propio presidente que ha resultado ser el sujeto más incapaz que haya ejercido ese cargo en toda la historia, un ignorante político devenido en tirano, como suele suceder con los ignorantes en el poder, y que a falta de planes de gobierno y de capacidad de gestión, ha terminado siendo una amenaza para la institucionalidad del país. Martín Vizcarra es un patán de la política, sin modales ni voluntad de lograr acuerdos. Todo lo que ha hecho Vizcarra hasta ahora es imponerle sus caprichos al Congreso bajo amenaza de disolución. Y como no le dieron el gusto en sus reformas, y no puede disolverlo, ha montado en cólera como un niño engreído y malcriado. Ahora golpea las estructuras del Estado exigiendo que se vayan todos porque no le hacen caso. ¿Se puede ser más infantil y estar de presidente?
Tenemos que aguantarle más caprichos a este felón que tenemos de presidente. Caprichos que ponen en riesgo la estabilidad del país. Exigencias histéricas y arrebatadas que son impropias de un gobernante serio y respetuoso de la Constitución, que es lo mínimo que se puede exigirle a quien detenta el cargo más alto de la nación: respeto a la Constitución y a las formas democráticas en la política. Pero el tiranuelo de Vizcarra es un matón de barrio que se cree por encima de la Constitución y del Congreso, convencido de que los aplausos de la chusma ignorante y de la prensa prostituta lo avalan para hacer lo que le viene en gana. Tampoco debe extrañarnos que salgan por allí la tradicional fila de ayayeros, opinólogos, constitucionalistas de carretilla y politiqueros del ayer, que aparecen con poses de patricio avalando las trapacerías de Vizcarra, no por amor al país sino por odio a la mayoría del Congreso.
Ahora le toca al Congreso la fundamental e histórica tarea de defender la institucionalidad del país, hacer prevalecer la Constitución, la democracia y el Estado de Derecho, por encima de los arrebatos de ese felón con aires de dictador caribeño que detenta la banda presidencial por azar. Esperemos que Pedro Olaechea esté a la altura de las circunstancias y del reto que el momento plantea. El Perú tiene muchos serios problemas que enfrentar antes que perder tiempo discutiendo las boberías que se le ocurren al inepto de Vizcarra. Lo que le corresponde a Martín Vizcarra es renunciar y dejar el cargo en el que ha demostrado ser un completo inútil. Eso sería lo mejor para el Perú si queremos llegar como nación al bicentenario.
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