Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Las confesiones de Miguel Atala y del Hijo de Luis Nava acerca de los dineros que recibieron de Odebrecht, en el sentido que estos tenían como destinatario final a Alan García, ponen al ex presidente en una situación muy poco defendible. Nunca fuimos parte de la jauría rabiosa que perseguía al extinto ex presidente, y hasta, en ocasiones, lo defendimos de las imputaciones gratuitas que le hacían sus críticos de siempre, generalmente desde la izquierda y la prensa, sectores que carecen de moral para señalar y condenar a nadie en este país. Sin embargo, ante la información que ya se tiene es imposible asumir defensa alguna.
Si bien es cierto, como han dicho líderes del Apra, aun falta corroborar los dichos de los testigos, no parece que sea algo difícil hallar la ecuación que señala a Alan García como parte de la maquinaria mafiosa urdida por Odebrecht a lo largo de tres gobiernos nacionales, varios gobiernos regionales y municipales. Donde habían grandes obras, allí estaban las coimas de Odebrecht, indefectiblemente. Y para nadie es novedad que este país está podrido en corrupción por todos lados.
Alan García huyó del Perú perseguido por la dictadura de Fujimori, que torpemente asaltó su casa no se sabe claramente con qué propósitos. No es creíble la tesis de que querían matarlo. Lo más probable es que el dictador hubiera querido mostrarlo en público esposado, para ofrecerle un show a las masas histéricas, más o menos del mismo estilo en que hace poco Vizcarra pudo hacer con Keiko Fujimori, ganándose los aplausos de la chusma que delira ante este tipo de espectáculos.
Finalizado el fujimorato, Alan García volvió al país y movilizó a sus huestes judiciales para que le expidieran una resolución express, declarando prescritos todos sus delitos y así poder postular una vez más a la presidencia. Perdió frente a Toledo pero luego se impuso al chavista Ollanta Humala. Su segundo gobierno se benefició de la estructura económica saneada del país y de los altos precios de los minerales, por lo que salió airoso en las estadísticas.
Luego vino el gobierno de Ollanta Humala, quien reinició la práctica nociva de la persecución política del rival, organizando una comisión en el Congreso que se dedicó a investigar los cinco años de Alan García, solo para ver qué se le encontraba, mientras Humala se dedicaba al insulto y el desprestigio del gobierno anterior. Paralelamente ganaron mucho poder los sectores caviares. Es allí cuando las fuerzas democráticas salen al frente para impedir que la política se convierta en una vendetta. Por un lado están quienes quieren hacer política mediante la persecución de Alan García, tal como habían hecho antes con el fujimorismo, y del otro lado están los demócratas que exigen debido proceso y respeto a la presunción de inocencia.
Siempre ha existido esta clase de políticos y periodistas especializados en el linchamiento. Hemos visto por años las portadas difamatorias contra Keiko y Alan, personajes favoritos de estos enfermos, a quienes simplemente le dedicaban toda clase de psicosociales. Nunca fuimos parte de esos sectores a los que consideramos enfermos de odio, y nos ganamos el apelativo de "fujiapristas". Pero tienen fuerza y a la gente le gusta el espectáculo que brindan. En especial, cuando al fin consiguieron poner a Keiko Fujimori tras las rejas, recurriendo a triquiñuelas, farsas jurídicas y a un juez carcelero que es parte de su comparsa política. Así hicieron realidad el sueño de muchos enfermos de odio.
Todo estaba preparado por esta mafia de fiscales para capturar Alan García y brindar otro espectáculo similar. No pudieron esperar las evidencias y las delaciones para proceder en derecho. Al parecer era urgente apresar a Alan García para que los resultados del show se vieran reflejados en las encuestas de ese fin de semana, frenando la caída de Vizcarra. Pero Alan García no les dio ese gusto. No quiso ser parte del espectáculo funesto de esta mafia que aprovecha el cargo y la ley para sus fines nefastos. Alan García prefirió meterse un tiro y acabar con todo. Esta vez no huyó por los techos sino que prefirió huir hacia la eternidad en la que él creía.
Ahora se tienen más luces acerca de la situación. ¿No hubiera sido mejor esperar un par de semanas más para ordenar la captura de Alan García y hacerlo sin tanto drama y show? Hubiera bastado con que un par de policías judiciales se apersonaran a la casa de García con la orden judicial. Pero la mafia requiere el espectáculo televisado y el escarnio público. Apenas hemos cambiado algunos detalles tecnológicos de cuando en la Edad Media el rey ordenaba la ejecución de sus enemigos en la plaza pública repleta de gente. Ya no se decapita al condenado ni se muestra a la chusma su cabeza sangrante, pero se le humilla de las formas más perversas para el deleite y disfrute de esa chusma que sigue siendo la misma.
Ya no se le podrá juzgar a Alan García. Saldrán a la luz los detalles y tal vez se confirme lo que muchos sospechaban: que había también sucumbido ante el poder de la mafia corruptora brasileña que se apoderó de la política peruana y de otras instituciones durante años. Sus enemigos tendrán que sufrir la decepción de no poder ver a García como querían: vejado y maltratado. La muerte rápida de Alan no es algo que hayan celebrado. Hubieran preferido el circo morboso y el show.
Pero todavía quedan muchos personajes por juzgar. Y a ver si estos fiscales se dignan en dar inicio a un juicio. Toledo y Ollanta siguen sin juicio. Villarán sigue tomando sol en su casa de playa. Pero más allá de la casta política corrupta de este país, a muchos nos gustaría que la pus saltara también en otras instituciones que fueron igualmente corrompidas por Odebrecht, como la prensa. Por lo pronto ya se sabe que hubo árbitros corrompidos. ¿Y los jueces y fiscales? ¿Son incorruptibles? No. No lo son. Claro que son corruptos, como se descubre a cada rato. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
No hay comentarios:
Publicar un comentario