Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El lío desatado entre los hermanos Kenji y Keiko Fujimori, disputándose la herencia política de su padre, no solo trasciende a la familia Fujimori sino que incluso traspasa las fronteras del país. Ya son muchos los que desde afuera nos miran con compasión. El reality show que tiene al país en vilo ha entrado en una etapa crucial, en que el menor de los hermanos, Kenji, puede ser desaforado del Congreso y puesto en manos de la justicia.
El caso es bastante simple de entender. La heredera natural del legado de Alberto Fujimori era su hija mayor Keiko, quien además lo acompañó en la mayor parte de su gestión en el rol de primera dama, que asumió a los 19 años. Al colapsar el gobierno de Alberto Fujimori y mientras el ambiente se caldeaba con las hogueras encendidas por el antifujimorismo histérico desatado en las calles, Keiko fue la que se quedó hasta el final dando la cara, mientras los colaboradores de su padre eran encarcelados. Desde luego, también se irían luego contra Keiko acusándola de diversos delitos, y hasta la fecha Keiko nunca ha dejado de ser investigada por la Fiscalía. Toda la vesania del antifujimorismo patológico fue dirigida contra Keiko, mientras Kenji jugaba con muñecos.
El antifujimorismo se convirtió rápidamente en la ideología oficial del país, y en la pose correcta para los políticos y la prensa. Aun así, en las elecciones generales del 2006, el fujimorismo no se amilanó sino que presentó como candidata presidencial a la abogada Martha Chávez Cosío y a Keiko al Congreso. En pleno auge la furiosa campaña antifujimorista desatada por el gobierno de Alejandro Toledo y la Comisión de la Verdad, a los que se sumaron las ONG de izquierda y la mayoría de periodistas subidos al cargamontón del antifujimorismo para posar como decentes luchadores anticorrupción y defensores de la moral política y la democracia, Martha Chávez cosechó cerca de un millón de votos quedando en cuarto lugar, y Keiko salió elegida congresista con la más alta votación. Esos fueron los rostros que presentó el fujimorismo en sus horas más duras.
Por su parte, Kenji postuló sin éxito al gobierno regional de Lima en el 2006, pero luego fue elegido congresista en el 2011 con la votación más elevada. Desde entonces se mantuvo con un perfil bajo, siempre detrás de su hermana, sin tener una participación relevante en la escena política. Pero todo cambia en las elecciones del 2016, cuando Kenji da muestras de alejamiento. Ni siquiera fue a votar por su hermana, la candidata presidencial. Al parecer se cansó de vivir a la sombra de su hermana, le crecieron las ambiciones políticas y empezó a abrirse paso buscando construir su propio liderazgo, algo que pasaba necesariamente por quitar del trono a Keiko, y de cualquier manera.
No es pues ningún secreto que a Kenji lo picó el bichito del poder. El problema es que en lugar de mostrar claramente sus intenciones y crear su propio movimiento desde el principio, prefirió ser la oveja negra del partido Fuerza Popular. Sus ansias de poder y figuración lo llevaron a confrontarse públicamente con las posiciones del partido, incluso en cuestiones nimias. Sin embargo, era obvio que con solo malcriadez y rebeldía no iba a conseguir un papel relevante en la política. La prensa pronto lo perfiló como un sujeto díscolo y desorientado que solo buscaba cámaras. Por lo tanto, la estrategia que utilizó Kenji fue asumir la libertad de su padre como meta política.
Fue una buena estrategia, finalmente, porque consiguió jalar la simpatía de las bases fujimoristas que viven idolatrando a Alberto Fujimori como el caudillo mítico. Mientras que la estrategia de Keiko fue no politizar la libertad de su padre, la de Kenji fue exactamente lo contrario, por lo que no le importó meterse a palacio de gobierno a sacurdirle el polvo al saco del presidente Kuczynski. De pronto Kenji se volvió franelero presidencial y prácticamente se pasó a las filas del oficialismo. El punto crucial se presentó durante la vacancia del presidente en diciembre último, cuando Kenji no dudó en negociar la libertad de su padre a cambio de salvar a PPK. En la hora final, fueron los congresistas que Kenji pudo reclutar para su causa quienes salvaron temporalmente a PPK. Una semana después Alberto Fujimori era indultado por el presidente.
Desde luego que la libertad de Alberto Fujimori catapultó la fama de Kenji y este se convirtió en el nuevo líder de la facción albertista del partido. Para pulir más su estrella, Kenji no dudó en culpar a Keiko del encierro prolongado de su padre y de pretender desestabilizar al país con la vacancia. Las bases estaban enardecidas con la libertad del patriarca de los Fujimori y vitorearon a Kenji.
Pero toda fama es temporal y tal vez la de Kenji sea la más temporal de todas, pues las revelaciones de los enjuagues a los que siguió recurriendo para volver a salvar al presidente de la siguiente vacancia, han puesto su cabeza en la picota. Tal parece que la única expertise política de Kenji es la maquinación y compra de lealtades a cambio de prebendas. El compromiso político adquirido con PPK al liberar a su padre a cambio de votos, lo mantuvo en la misma tarea de reclutamiento de congresistas para superar el segundo proceso de vacancia. Lo que Kenji nunca previó es que sería sorprendido por uno de estos congresistas convocados para vender su voto.
Kenji nunca contó con la astucia de un tal Mamani. Un congresista puneño que no dudó en filmar los enjuagues sucios en los que andaba el menor de los Fujimori. El escándalo de los #KenjiVideos precipitó la renuncia de PPK y dejó a Kenji como palo de gallinero. Hoy que todo acabó para PPK y que Alberto Fujimori anda suelto, el pobre Kenji parece no tener mayor razón para seguir viviendo políticamente. Su pretendido partido propio "Cambio 2021" tendrá que esperar a que la Fiscalía acabe de investigarlo si es que antes el Congreso no lo desafora.
El último video de Kenji lo pinta de cuerpo entero como el pobre diablo que es, y deja notar sus evidentes limitaciones mentales, que van más allá de andar identificándose con figuritas de anime. En su video de respuesta desesperada, Kenji no solo abandona a su más leal seguidor, el congresista Bienvenido Ramírez, de quien se desembaraza y marca distancias, lavándose las manos. Además acusa a su hermana de algo que él mismo está practicando: la lucha por el poder. En una evidente confesión de su propia conciencia, Kenji dice que acá no hay ninguna lucha contra la corrupción sino una guerra por el poder político. Habló su subconsciente. Es claramente lo que él ha venido haciendo al tratar de salvar a un presidente hundido hasta el cuello en la corrupción.
El fujimorismo tiene solo dos opciones. Seguir a Kenji, un sujeto que ya demostró carecer de escrúpulos y valores, con claras limitaciones mentales, cuyo único logro político es haber negociado suciamente la libertad de su padre, y quien además pretende convertirse en abanderado del viejo fujimorismo noventero bajo la sombra de su padre, incluyendo las artimañas como metodología política, o, de otro lado, seguir apostando a Keiko con un partido ya institucionalizado que pretende renovar la política mirando al futuro. A decir verdad, sería muy tonto para las bases fujimoristas abandonar el barco de Fuerza Popular que marcha sólidamente hacia el futuro, para treparse a un bote flotador infantil que ya empezó a desinflarse en las aguas tempestuosas del desprestigio temprano. Pero todo puede suceder en la política peruana.
Tal vez estemos a poco del final de la telenovela, cuando Kenji acabe haciéndose el harakiri y Keiko termine en la soledad, abandonada por las bases que se irán a sahumar al patriarca japonés en su agonía final.