Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Una de las cosas más sorprendentes de la política nacional y mundial es la existencia de la izquierda. Lo digo porque a pesar de sus fracasos constantes, sus perversiones morales, sus genocidios y sus líderes de pacotilla, sigue teniendo acogida en muchos lugares. Desde luego, esto ya no requiere un análisis político sino psicológico. Algo tiene la izquierda que despierta no solo interés sino apoyos, al margen de sus resultados históricos y la carga ética que pesa sobre sus hombros, al haber sido causantes de miserias, hambrunas y genocidios.
Una vez más, la izquierda representada por ese mamarracho de régimen que gobierna Venezuela desde hace 18 años, tiene el cuajo de reclamar autoridad moral y predicar democracia. Lo que ocurre en Venezuela ni siquiera es novedad. Durante medio siglo acá decidieron cerrar los ojos ante lo que ocurría en Cuba, convertida en una miserable isla del cuarto mundo, cuando seis décadas atrás, antes de la llegada de las hordas comunistas lideradas por los hermanos Castro y el Che Guevara, era uno de los países más desarrollados de América Latina.
Una vez más, la izquierda delirante vuelve a llevar a un país inmensamente rico como Venezuela a la miseria, el hambre y la emigración en masa. Lo patético de la izquierda es su obstinación con la ideología y su desprecio por la realidad y las evidencias. Hugo Chávez, tuvo la estupidez de utilizar el fracasado modelo cubano como inspiración, cuando ya era evidente que se trataba de un fracaso total. Si eso no es estupidez, ya no sé qué podría serlo. No solo se copió hasta donde pudo el modelo cubano de miseria, sino que contrató asesores cubanos para montar el socialismo del siglo XXI, nombre con que bautizó su barbaridad política. ¿Qué otro resultado podía tener semejante despropósito? No había que ser adivino para saberlo. Hoy Venezuela es ya una nueva versión de Cuba en el siglo XXI.
Mientras eso pasaba en Venezuela, la izquierda peruana no se cansaba de aplaudir el modelo chavista, al cual defendían sin pudor, tal como lo hicieron desvergonzadamente con Cuba a lo largo de cinco décadas. El mismo Ollanta Humala no ocultaba su admiración por Hugo Chávez, de quien dijo que era un "ejemplo a imitar para Latinoamérica", pese al claro abuso de poder que ostentaba Chávez, estatizando empresas y fundos, cerrando medios, amenazando a todo aquel que osara cuestionar sus medidas, incluyendo a la mismísima iglesia católica, para no hablar de los insultos que profería a cuanto líder mundial lo criticaba.
El silencio y la indiferencia ante las tropelías de Hugo Chávez, confundidas equivocadamente con la doctrina de no intervención en asunto internos de otros países, como si las cuestiones de derechos humanos no le pertenecieran a la humanidad en pleno, junto a la hipocresía de la diplomacia que recibía con brazos abiertos a Hugo Chávez a cuanto foro asistía, mientras este trataba por todos los medios de dinamitar la OEA y reemplazarla por el foro de su propia invención, la CELAC, hecho para evitar a los EEUU, introducir a Cuba y manipular los acuerdos regionales comprando los votos de los países del Caribe a cambio de petroleo, con el propósito de imponer su hegemonía ideológica, toda esa funesta manera de convivir con un demente regional tenía que llevar a lo que hoy vemos en Venezuela, un país manejado por una verdadera mafia envalentonada y desafiante.
El gobierno de Venezuela ya no es un experimento político a cargo de un demente de izquierda. Hoy es solo un país secuestrado por una banda de criminales armados, dispuestos a todo con tal de seguir saqueando la riqueza de Venezuela. Si bien a todos les cabe algo de culpa por la condescendencia mostrada con la satrapía chavista y los coqueteos con sus políticas regionales, quienes más culpa cargan son los partidos de izquierda que encubrieron al régimen que prometía resucitar el socialismo en el nuevo milenio.
La izquierda peruana vive hace tiempo sus épocas más negras. Desde la derrota de los grupos terroristas, no han tenido otra tarea más que combatir al fujimorismo obsesivamente. La lideresa de izquierda, Marisa Glave, ha tenido la desfachatez de responder a las críticas urgentes que provoca la situación de Venezuela, diciendo que "acá se habla mucho de Venezuela porque quieren hacernos olvidar lo ocurrido en los noventa". ¿Se puede mostrar mayor estupidez y pobreza mental? Y es que para la izquierda la única lucha política que existe hoy es el antifujimorismo patológico.
Ya totalmente desprestigiados, los grupos y líderes de izquierda no tienen nada más que mostrar. Han hecho todo lo posible para pasar por agua tibia las perversiones totalitarias del chavismo, mientras se dedican a criticar todos los días el autoritarismo de los noventa. Se han negado a calificar de golpista a Maduro, pese a sus desplantes al parlamento y los ataques a sus congresistas de oposición, mientras no se pierden un cinco de abril para condenar el golpe de Fujimori. Si hay algo que identifica plenamente a la izquierda peruana es su doble moral y su hipocresía.
Como decía al inicio, pese a todas las evidencias de lo funesto que es la izquierda, lo increíble es que todavía quede gente dispuesta a oír las boberías que proclaman sus líderes.
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