Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Demasiada tinta ha corrido sobre el tema del matrimonio gay luego de que el Tribunal Supremo de EEUU lo legalizara en todo el país, por lo que no es mucho lo que podemos añadir. Más que el asunto mismo, preocupa también la forma y el nivel en que se discute, con altas dosis de violencia, ignorancia y los más atroces prejuicios contra la homosexualidad, vista mayoritariamente como una perversión en la que ciertas personas caen por voluntad propia, algo semejante a la drogadicción y otros vicios. Esta circunstancia se refleja incluso en las encuestas donde tendenciosamente preguntan si “aprueban” la homosexualidad.
Una parte de la responsabilidad de esta visión popular de la homosexualidad tiene un trasfondo religioso. Resulta sorprendente la forma en que las iglesias cristianas han salido de sus cultos para hacer campañas intensas en contra de una ley del Estado que solo busca reconocer derechos a la unión de dos homosexuales. ¿Qué daño puede causar eso? ¿Cómo afecta eso a la fe? ¿Qué clase de amenaza representan los homosexuales para los seguidores de Cristo?
Así como se habla del “lobby gay” es obvio que las diversas iglesias han conformado el lobby antigay más grande y poderoso jamás visto. ¿Cuál es la verdadera razón de esta intromisión de la fe en asuntos tan mundanos? Este interés se ha recubierto como “defensa de la familia”, pero obviamente eso no pasa de ser un mero pretexto.
Incluso el tema de las adopciones se introduce de contrabando para fomentar el odio a los homosexuales pintándolos como monstruos indignos. Sospecho que el problema que motiva a las iglesias es otro. El sexo ha sido siempre un tópico perturbador para las religiones. Hay versículos bíblicos puntuales citados como argumento antigay. Están los anatemas conocidos como “sodomitas” y “pecadores”. Se escuchan sacerdotes conminando a los homosexuales a arrepentirse y volver a las riendas del Señor. Es evidente que la religión, y la mayoría de personas, ven la homosexualidad como conducta y no como una condición humana.
En una reciente encuesta publicada por una Facultad de Teología se leen preguntas curiosas como “¿qué tan importante es la familia para usted?” junto con “¿está de acuerdo con la homosexualidad?”. ¿Por qué no preguntan si están de acuerdo con los zurdos o con los diabéticos? Son también condiciones humanas. Me intriga el rubro 6.2 “Nivel de aprobación de la homosexualidad”. ¿Tiene uno que aprobar la condición de los demás? ¿Tengo el derecho de vetar la vida de los demás debido a que la “desapruebo” por mis creencias o gustos? No me queda claro a qué se refieren en esa encuesta cuando hablan de los “valores de la religión”, pero sin duda la tolerancia, la libertad y el respeto por los demás no forman parte de tales valores, para no hablar del conocimiento científico de la realidad humana.
La campaña internacional de las diversas iglesias contra el matrimonio gay se parece mucho a “La guerra del fin del mundo”, narrada por Mario Vargas Llosa, donde un ejército marcha a combatir guerrilleros que están contra el Estado republicano; mientras que del otro lado hay en realidad un grupo de pobladores fanatizados por la fe, convencidos de que luchan por Jesús enfrentando a las huestes de Satán. Esta clase de guerras santas se libran muy a menudo, y las seguiremos viendo lastimosamente mientras la sociedad permanezca regida por viejos dogmas e instituciones que pertenecen a otras épocas de la historia y del desarrollo social.
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