Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero
Realmente ya cansa ocuparse de las fechorías y frivolidades de los inquilinos de Palacio y de su pandilla parlamentaria. Deberíamos preocuparnos más bien por el futuro del país y exigir las reformas que cambien el patético panorama político, así como la informalidad, la corrupción, inseguridad, y las barreras burocráticas que paralizan a la nación.
Dedicamos debates a leyes parche que pasan como reformas sin serlas. Hemos transitado por leyes sobre oficios diversos, como la del enfermero y el canillita, leyes de enfermedades como la del autismo y la diabetes, pasando por algunas leyes salvadoras como la del anti bullying y la comida chatarra. Nada de eso sirve. Son solo piruetas para las tribunas. Todo congresista sueña con su ley propia y hace gala de su “producción legislativa” prometiendo las leyes más insólitas y absurdas. La legismanía producto de la demagogia no conduce a ninguna parte más que al caos y al deterioro social. Las pocas leyes que podrían servirle aunque sea a un sector reducido y necesitado, son bloqueadas por el conservadurismo más rancio que se preocupa más por imponer sus criterios morales absolutamente hipócritas.
La eterna reforma del Estado ha sido olímpicamente dejada de lado por todos los gobiernos, que, en cambio, se deleitan agrandando el Estado. Cada gobierno deja sus propios ministerios así como una red de organismos entre concejos, secretarías y superintendencias que agrandan el presupuesto. Los candidatos prometen ministerios para la juventud, el deporte, la ciencia y todo cuanto se les viene a la cabeza. Ya llegamos a 19 ministerios y el país está peor que antes en ineficiencia administrativa, gestión pública y corrupción estatal. Ningún país necesita más de una docena de ministerios. ¿Alguien se atreverá a proponer en esta campaña eliminar ministerios en lugar de seguir creando ministerios? ¿Alguien propondrá eliminar leyes en vez de prometer más leyes? Todo el mundo se queja de las barreras burocráticas, de la tramitología y la corrupción pero, paradójicamente, pretenden resolverlo con más leyes y más organismos de control. Es como hacerle más nudos a la soga del ahorcado, como quejarse del sobrepeso y seguir comiendo.
Debemos exigir ya una reforma fundamental del Estado eliminando ministerios y otra tanda de organismos parásitos creados por el floro político, así como derogando regulaciones y reduciendo impuestos y cargas laborales. Todo ello no es más que estorbo para la fluidez de la vida y la economía, encarece los proyectos o los detiene por años. El Estado debe reducirse y atender lo prioritario que es la seguridad, y a la vez descontar a las empresas sus gastos en seguridad y seguros. El Estado pretende ser socio al 30% de todos los negocios pero no aporta nada, ni siquiera la seguridad.
El gobierno y los congresistas deberían cobrar en relación al PBI al que han logrado contribuir con su trabajo político, para que sientan en sus bolsillos los efectos de sus decisiones. El Estado no puede cobrar más impuestos ni debe crecer más si no ofrece mejores servicios en los sectores más elementales, que son su verdadera responsabilidad y razón de ser. Sin seguridad no se puede crecer.
No podemos premiar la ineficiencia con nuestros impuestos. Debemos exigir una reforma inmediata y radical. Hay que empezar eliminando ministerios y oficinas, desregulando el sector laboral y rebajando impuestos y sobrecargas. No se puede combatir el 70% de informalidad de otra manera. A más Estado mayor corrupción. A más controles y más impuestos y cargas, mayor informalidad. Esa ecuación elemental debería formar parte de la doctrina básica de nuestra clase política. Y hasta debería ser parte de la educación escolar para que cada ciudadano lo tenga presente.
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