jueves, 23 de abril de 2015

Un fracaso más y volvemos



Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Fuente: El Montonero

Faltando pocos minutos para finalizar el partido, Ollanta Humala pierde por goleada. Los cambios de última hora no parecen ayudar a revertir el marcador abultado. La delincuencia, el narcotráfico y la corrupción han crecido a niveles de escándalo, envolviendo al propio gobierno; la economía se tambalea y el país entero siente la crisis: grandes proyectos paralizados, los precios en alza y la rentabilidad de las pensiones bajando. En política exterior distanciamiento de Chile, roces con Bolivia y encubrimiento de la mafia chavista. Es pues un fracaso más de los clásicos “salvapatrias” y modernos “luchadores anticorrupción” que aparecen de la nada en la política nacional.

Nos lo merecemos por prestarle oídos a charlatanes improvisados que creen que la gestión pública es una pichanga de fin de semana, y que los problemas se solucionan solo con buena voluntad. Aún debemos sentirnos aliviados de que Ollanta no haya intentado las trasnochadas reformas del plan rojo “La Gran Transformación”, que era en realidad un plan para medio siglo de gobierno, si es que hay país que lo soporte. La orfandad ideológica de Ollanta facilitó dejar de lado el delirante plan rojo. Pero al final ni siquiera hemos estado en piloto automático sino a la deriva, porque hasta el piloto automático necesita mano firme. Ollanta apenas se dedicó a lo más fácil: regalar dinero mediante programas sociales de nombres rimbombantes que, en la mayoría de los casos, son costosos aparatos burocráticos con limitado beneficio social, cuyo objetivo final es engrandecer la imagen del Gran Benefactor de la Patria.

Los cuervos que Ollanta ayudó a criar en su militancia izquierdista le han sacado los ojos. Los petardos que ayer lanzaba contra la gran minería hoy le estallan en la cara. Su discurso anticorrupción suena hoy lejano mientras el olor a podredumbre se siente muy cerca. Y, para colmo, su partido se quebró, sus amigos lo declararon traidor, su mujer le quitó el mando y hasta su padre lo critica por sacolargo. ¿Qué le queda a Ollanta Humala? Solo clientelismo político en programas sociales y burocracia, ambas recetas chavistas. La compra exagerada de pañales es una señal muy evidente.

La moraleja de todo esto es que no debemos votar más por un saltimbanqui improvisado, un salvador de la patria disfrazado de luchador anticorrupción, sin trayectoria ni formación, aunque se rodee de amigos y avales poderosos. Siempre será preferible apostar por partidos tradicionales institucionalizados y con cuadros propios. No podemos aspirar a ser un país con instituciones si vivimos en la constante destrucción de los partidos. No debemos convertir en políticos a los saltimbanquis que se trepan al estrado con el viejo discurso de la estigmatización del pasado y el petardeo de instituciones políticas, posando como héroes salvapatrias. Así nació el chavismo.

Debemos superar la etapa de país adolescente sumergido en pleitos infantiles de odio cainita, con predicadores de la moral que se presentan como solución enlodando a los demás. Ahora importa poco si es la voz de un Nobel la que nos advierte de terribles riesgos a la democracia para vendernos a un fantoche sin curriculum. Ya nadie cree tampoco en esos colectivos de clowns que marchan con carteles de odio y riegan su veneno por las redes. Seguramente estos sectores primitivos insistirán en lo único que saben hacer, pero ahora ni siquiera tienen un candidato que apoyar. La izquierda anda desorientada como hormigas tras la lluvia. Los famosos outsiders han aparecido y se han desvanecido como pompas de jabón en el aire. ¿Habremos aprendido?

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