Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El cuarto pulpinazo se desarrolló con el mismo libreto de los anteriores, aunque en esta ocasión se ha visto más violencia y salvajismo juvenil. Esto es natural pues en cada ocasión los jóvenes agarran más confianza, tienen más experiencia y se van poniendo más guerreros, le pierden el miedo a la policía y no tienen ningún problema en agredirlos, más aun, sabiendo que no cargan armas y que la ley protege a los revoltosos y desampara a las fuerzas del orden. Así funciona este disfuncional país.
La marcha es alentada por los eternos agitadores de izquierda, amantes del caos social y la violencia, quienes instigan a las protestas callejeras con el concepto ridículo del "derecho a la protesta". Otra de esas retorcidas ideas con que la izquierda sorprende a todos sin que nadie las cuestione. Según este desopilante concepto, existe el "derecho" a salir a las calles en masa, tomar la ciudad por asalto, dar rienda suelta a la histeria colectiva y el vandalismo con sus clásicas secuelas de violencia, destrucción de la propiedad pública y privada, incendio de locales públicos, asalto de instalaciones estratégicas como el aeropuerto (una estúpida obsesión de los cusqueños) y, a veces, su cuota de sangre y muerte. Aunque los mentores del "derecho de protesta" nunca admiten que todo esto es parte permanente de sus protestas, y siempre salen con el cuento de los "infiltrados".
No es novedad que la izquierda culpe a otros de los desmanes. Estos angelitos salen siempre a su "marcha pacífica" armados con palos camuflados con banderas y nunca respetan la ruta autorizada por la autoridad. Siempre quieren pasar la barrera policial y marchar por donde les da su regalada gana, como ir al Congreso o palacio de gobierno. A las marchas se suma siempre el lumpen, por un lado, y los infaltables figuretis de la política, como los congresistas de izquierda y los dinosaurios de la CGTP que solo viven de las marchas. Ahora hay que sumar a las estrellitas apagadas del mundo artístico que tuitean paso a paso las marchas. Son las vedettes de las protestas que fungen de líderes marginales, expectorados de los medios por sus arranques de histeria y malcriadez, y que hoy viven pidiendo limosna al público bajo una columna de La República, campo de refugiados del progresismo y la caviarada de toda clase, incluyendo el lumpen artístico.
Ahora quieren más. Como no hay quinto malo, acaban de convocar a la quinta marcha pulpín justo para el día en que el Congreso revisará la norma en cuestión. Y ya anunciaron que marcharán hacia el Congreso. El "derecho a la protesta" de unos 3 mil insatisfechos y desadaptados está por encima del derecho al libre tránsito de las decenas de miles de personas que se movilizan a diario por la Av. Abancay y del derecho al trabajo de las miles de personas que desarrollan sus actividades en el centro, para no hablar del derecho a la paz y tranquilidad al que todos tenemos. Para estos energúmenos solo cuenta su "derecho a la protesta". Al diablo con la seguridad ciudadana y la propiedad privada y pública y todos los demás valores de un Estado de derecho.
Los jóvenes están recibiendo sus primeras lecciones de izquierda: cagarse en el Estado de derecho, retar a la autoridad, atacar a la fuerza pública, desconocer la ley y utilizar la violencia como argumento. No es casualidad que MOVADEF se sume a las marchas con entusiasmo. Lo vergonzoso es que partidos democráticos como el APRA se sumen al alboroto solo por su afán de mortificar al gobierno, pese a tener representantes en el Congreso. También la izquierda tiene representantes que llevan la voz de esos sectores. Así funciona la democracia representativa, algo que a la izquierda detesta. Ellos prefieren una farsa de democracia que se basa en la presión popular, en la que solo los sectores más violentos se hacen escuchar mediante marchas callejeras. El Estado fallido en que nos estamos convirtiendo acabará tirando al tacho procedimientos civilizados como el debate público sustentado en datos antes de ir a una votación final, y cederá ante la histeria de unos cuantos indignados sin razón. Además la percepción de las mayorías ya está en contra de la famosa ley porque la retórica de los derechos laborales que bajan del cielo para todos, sin el menor esfuerzo, es más poderosa que la fea realidad terrenal del esfuerzo individual bien compensado pero sin gollerías.
Es obvio que la ley pulpín acabará siendo derogada. El gobierno no tiene fuerza en el Congreso y la gran mayoría de congresistas de oposición se han sumado a la protesta o han cedido al chantaje. Lo que demuestra que en el Perú ya hemos dejado de lado la democracia para reemplazarla por una clara oclocracia, donde las masas histéricas gobiernan a gritos y empujones. Lo paradójico es que se trata de las mismas masas que eligieron a Ollanta Humala aplaudiendo su idiotizante retórica de izquierda.
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