Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
A pesar de los disforzados gestos del ministro Manuel Pulgar Vidal para convencernos de que la COP20 fue un éxito liderado por el Perú, lo cierto es que fue un fracaso. A última hora tuvieron que prolongar la convención para llegar al menos a acuerdos mínimos, de lo más etéreos, y que solo expresan buena voluntad de continuar dialogando. En resumen, podemos decir que la COP20 fue la convención de chiflados climáticos más grande y costosa del planeta que sirvió solo para el floro y lucimiento de algunas personalidades del progresismo mundial.
Paralelamente, como una feria de ambulantes rodeando el evento, se desarrollaron otras cumbres climáticas que aportaron su cuota de bulla y color, exhibiendo especímenes exóticos del radicalismo mundial, como Evo Morales y el ex terrorista Gustavo Petro, alabado por Susana Villarán. Desfilaron delegaciones de parásitos ambientalistas que marcharon desde México y Cajamarca luciendo carteles que pedían cosas ignotas como "justicia climática", pero también viejas consignas del progresismo como "cambiemos el sistema, no el clima", moderno lema del ecocomunismo que ha cambiado las banderas rojas por las verdes, ocultando la hoz y el martillo por un dibujo infantil que luce un sol radiante, una montaña y un árbol feliz. Es la nueva estrategia para ganar ingenuos infantes.
Tras el grito "salvemos el planeta" una plaga de zombies asaltó las calles amenazando comerle el cerebro al capitalismo, acusándolo de todos los males que aquejan al mundo, desde la pobreza hasta los huracanes. Evo Morales repitió por enésima vez su discurso anticapitalista. La cereza de este pastel climático la pusieron los vagos de Greenpeace, pisoteando las líneas de Nazca y dejando en claro ante todo el mundo la clase de idiotas que son los cruzados del ambientalismo. Y no faltaron los progres que defendieron tamaña estupidez alegando que los geoglifos ya estaban bastante dañados y abandonados por le Estado neoliberal.
Al final de la fiesta climática solo quedaron platos sucios y una enorme cuenta que pagar. Cerca de 70 millones de dólares del tesoro público despilfarrados, a los que deberemos sumar los 6 millones que Ollanta Humala ha ofrecido para la Teletón ambientalista que espera recaudar US$ 100 mil millones, destinados básicamente a seguir fomentando más circos climáticos, continuar con la prédica del alarmismo ambiental, desarrollando la guerra mental del catastrofismo planetario, la desaparición del agua y los hielos, y el hundimiento de las costas y las islas. El apocalipsis climático es la nueva religión del progresismo mundial y cuenta con grandes seguidores convencidos.
Provocar miedo al futuro es una vieja estrategia de manipulación mental. Lo descubrieron los predicadores de las religiones más antiguas y hoy lo utilizan hasta los mercachifles que venden panaceas para la prevención. ¿Por qué no lo iba a utilizar el progresismo? La idea se vende sola. Y más si es entusiastamente apoyada hasta por el cine de Hollywood. "Save the planet" ha reemplazado los stickers de "Dios te ama" en los autos. Incluso han echado mano de la ciencia.
No es la primera vez que el progresismo manipula la ciencia y vende sus teorías como científicas. Lo han hecho siempre. En el siglo pasado los seguidores del marxismo no solo pasaban por más cultos e inteligentes sino por científicos, pues aseguraban que el marxismo era una ciencia. Los científicos sociales del marxismo se paseaban por los claustros anunciando el fin del capitalismo debido a sus contradicciones internas y la llegada inevitable del nuevo orden mundial basada en el comunismo. Era lo que la ciencia marxista pronosticaba. Pero la realidad nos confirmó que no era más que basura en la mente de fanáticos alienados. Hoy la historia se repite con otro guión. Dejando al margen la delirante teoría del fin del mundo climático, basta ver a los chiflados. Son los mismos de ayer y nos ofrecen lo mismo: un nuevo orden mundial.
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