Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El progresismo puso el grito en el cielo esta semana al ver este encarte de Saga Falabella y armó la de San Quintín en las redes. Medios progres y caviares como utero.pe y Dedomedio, respectivamente, se encargaron del bullying mediático a través de "sesudos" artículos de ignotos escribas que criticaron la falta de conciencia social de la empresa, ponderaron las bondades de la ética profesional que el publicista había dejado de lado, y mencionaron algo curioso que llaman "responsabilidad social de la empresa", una especie de cupo, sacrificio o penalidad que la empresa debe cumplir por el pecado de existir, según entiendo. O sea que no basta que una empresa resuelva necesidades de la sociedad, que ofrezca empleos, genere riquezas (a veces también conocimientos y tecnología) y pague impuestos. No. Una empresa sigue cargando con una especie de "pecado original" por existir y debe "devolverle a la comunidad" algo que no sé qué es, francamente. A veces la ética progre me resulta inaccesible.
En concreto han acusado a Saga de racista por mostrar un grupo de niñas blanquiñosas que, según el elevado sentir del progresismo, no representan la identidad nacional ni muestra la diversidad étnica de nuestro país. ¿Desde cuándo un encarte publicitario debe "representar la identidad nacional"? ¿Hace falta mostrar la diversidad étnica en un encarte publicitario como si se tratara de un tratado de antropología? Parece que volvimos a las épocas de Velasco. Y tal cual, una multitud de voces progres indignadas han invocado la intervención del Estado, particularmente del Ministerio de Cultura, su buque insignia, para que intervenga y ponga orden. Es el mismísimo velasquismo redivivo con sus poses de nacionalismo chauvinista y xenofobia rabiosa, especialmente antichilenismo y antinorteamericanismo, tan pero tan cercano al racismo que tanto critican. Solo falta que veten el árbol de Navidad por no representar la rica y diversa flora de nuestro territorio.
No creo que el encarte sea racista por mostrar niñas blancas ni deje de serlo por mostrar niñas negras o indígenas. Eso es francamente estúpido. Cuanto más se le puede acusar de discriminación, pero es algo propio de la publicidad. Ese es su trabajo. Se discrimina todo el tiempo para atinarle al gusto del público objetivo, y por eso se muestran por lo general chicas delgadas de buen cuerpo y sonrisa fácil que posen bien un vestido, por ejemplo. ¿A alguien no le gustan las niñas del encarte? Estoy seguro que incluso a los progres quejosos les encantan esas niñas. Lo que molesta su elevada sensibilidad es que sean niñas blancas no representativas de la identidad nacional. Pero, señores progres, ese no es el objetivo del encarte. Como tampoco lo es el de las muñecas Barbie, que siguen siendo rubias de ojos azules, aunque las vistan con toda clase de indumentarias nacionalistas.
Puede que resulte más atinado mostrar un grupo mejor matizado de niñas, es cierto. Pero eso es entera libertad de la empresa, no es asunto mio. Lo único que yo, como ciudadano con "conciencia social", con ética progresista y capacidad de indignación nacionalista puedo hacer, es no comprar en esa empresa. Punto. Se acabó el asunto. Allí muere el payaso. También puedo escribir un artículo indignado, es cierto, mostrando mi desagrado con la publicidad de una empresa. lo cual sería tonto porque a nadie le interesa, y eso sí sería todo. Pero de allí a armar el bullying a la empresa y al publicista, organizar mítines, plantones, marchas, cruzadas de indignados es ya delirante. Pero lo realmente peligroso es pedir que el Estado empiece a regular la publicidad y las imágenes para resguardad la identidad nacional y la conciencia social, sea lo que sea eso. Algo así ya rebasa toda forma de cordura y llega a la estupidez, lo que es tan típico en el progresismo. Ya lo vivimos con el velasquismo y lo vemos ahora en el mundo del chavismo continental.
Todo progresista invoca siempre al Estado para que intervenga y ordene el mundo según el elevado criterio de la ética progre. Así poco a poco nos convertimos en esclavos de una burocracia iluminada que, desde el Ministerio de Cultura o alguna otra aberración semejante, nos dicta los cánones de una sociedad perfecta, donde los valores son defendidos escrupulosamente, castigando toda forma de desviación. Es la Santa Inquisición del progresismo, celosa vigilante de la ética social que cautela los intereses de la nación, la identidad nacional, la cultura, que defiende los derechos, los animales, la naturaleza, el ambiente y la madre Tierra. Es un Estado repleto de ministerios en los que un ejército de sociólogos y antropólogos diseñan un mundo nuevo, donde queden eliminadas "las viejas taras que la sociedad arrastra desde la Colonia y que han perpetuado inconscientemente los mecanismos de la dominación". Ese es el sueño progresista al que todo liberal debe oponerse. Siempre preferiremos la libertad, con toda su simplicidad y sencillez.
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