Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Ollanta Humala no pierde ocasión de sacarle brillo a su mediocridad. Ayer, frente a la prensa extranjera, no tuvo mejor idea que insultar al fujimorismo y al aprismo en el mismo estilo de matón de barrio que hizo famoso a Hugo Chávez y que también practica hoy el camionero de Caracas, Nicolás Maduro. Después de todo, tanto Chávez como Humala son asaltantes del poder salidos del cuartel militar con bajo rango, hartas ambiciones y pobre mentalidad. La única diferencia es que Ollanta ni siquiera sabe hablar.
Días atrás, luego de su debate con Reymond Manco, Humala tuvo la genial idea de rajar de la descentralización y de los presidentes regionales, pero lo hizo nada menos que en un foro de la APEC, en China, frente a potenciales inversionistas. Si eso no es ser un perfecto imbécil, por lo menos califica como desubicado. Y es que el nivel mental de Ollanta es francamente deplorable. Hacía bien al inicio de su gestión escondiéndose en palacio. Lástima que ahora salga a declarar, pues cada vez que lo hace avergüenza al país. Nunca la banda presidencial había caído tan bajo. Ni siquiera con Toledo.
Decir que el fujimorismo nació de la cloaca solo puede entenderse como aquella a la que nos llevó el delirio velasquista con la hiperinflación del aprocalipsis y el infierno atroz del terrorismo de izquierda. Es cierto que el Perú era una cloaca en 1990. Nadie tenía esperanzas. Sendero Luminoso estaba en Lima, los coches bomba explotaban cada semana matando e hiriendo personas, el país estaba quebrado, sin reservas ni crédito. Eramos parias en el mundo. Vivíamos con apagones de luz, con el agua potable racionada y haciendo colas para comprar productos básicos. Nadie sabía cuánto costarían las cosas al día siguiente. Ese fue el país cloaca que recibió Alberto Fujimori. Nadie en la historia ha recibido en peor situación el país.
En diez años Alberto Fujimori resolvió todos los problemas del Perú y lo colocó en la senda del progreso. Lo único que han hechos sus sucesores ha sido aprovechar la buena estructura macroeconómica diseñada por Alberto Fujimori. Resulta muy cómodo tomar el gobierno de un país que ya no tiene más problemas que seguir creciendo. Sin embargo, lo que ha hecho Ollanta Humala es frenar ese crecimiento con su demagogia de la inclusión social y sus programitas sociales. Nada de grandioso ha hecho por el Perú. Solo se ha limitado a inaugurar obras ajenas, enredarse en corrupción y criticar a los gobiernos pasados insultando al fujimorismo. Esa es toda su grandeza.
A la patética mediocridad personal de Ollanta habría que sumarle su insignificancia histórica. Algo que ha tratado de remediar ridículamente convirtiendo la payasada de Locumba en "gesta heroica". El nivel que le corresponde a Ollanta es el de una caricatura en el poder. Su origen está en un manicomio familiar. Su pyme familiar llamada "partido nacionalista" fue un verdadero camión de basura con el que recolectó la peor escoria que encontraba por todo el país, para luego llevar al Congreso la plaga de improvisados y trepadores más abyecta jamás vista.
Ollanta Humala quiere pasar piola desembarazándose de sus aliados del ayer, como las narcococaleras, los mineros ilegales, sus corruptos financistas y toda clase de arribistas y ayayeros de mala entraña que lo escoltaron a Palacio. Insultar a los demás no lo va a convertir en ángel ni va a cambiar su triste realidad de cachaco mediocre llevado al poder por las aguas pestilentes del odio al fujimorismo, que es donde quiere bañarse todos los días confiado en que la fórmula del antifujimorismo salvaje seguirá funcionando. Pero el idiota debería ver que cada día está más solo.
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