Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El chavismo debería figurar ya en el DRAE definido como un amplio sentimiento popular que se deleita en la masacre del sistema legal y democrático, dando rienda suelta a sus descontentos y frustraciones con un odio dirigido siempre hacia objetos simbólicos que cargan con la culpa de todo. Cualquiera que sea capaz de encarnar esas pasiones populares con poses y discursos será elevado a la cima del liderazgo, sin importar si se trata de un pobre diablo peor que la enfermedad. Este es un mecanismo social y político que se repite en diversas sociedades con mucha frecuencia en los últimos tiempos, y que ha colocado a los sujetos más limitados mentalmente en el poder.
En el siglo pasado el marxismo trató de encarnar la frustración de los "pobres y oprimidos" (en la expresión que acuñaron) utilizando a los EEUU como el objeto simbólico al que se debía odiar y culpar de todo. Los revolucionarios salían de todos lados queriendo guiar al pueblo hacia la toma del poder. El único problema es que en aquellos tiempos el pueblo no recibía demasiada información y no tenía muchos motivos para odiar a nadie ni seguir a nadie. Así los revolucionarios se quedaron solos, sin masas que guiar, y acabaron apelando al terrorismo para tomar el poder.
En el presente las cosas han cambiado. La superabundancia de información a través de diversos medios hace que la gente se sienta rápidamente indignada por cualquier cosa y los objetos simbólicos a ser odiados aparecen con mucha facilidad, siendo con frecuencia aprovechados políticamente. Fue el caso de Orión, símbolo empleado por Susana Villarán para representar la insatisfacción de la gente hacia el transporte público, logrando así que su cuento de la reforma sea aceptado. Ahora ha surgido, una vez más, la figura de Manuel Burga como el símbolo perfecto para representar la frustración de la afición futbolera nacional y objeto de los odios y pasiones. Burga es el hombre más odiado del Perú, encarna los 35 años de debacle del fútbol.
Desde luego que los políticos han aprovechado las aguas movidas del sentimiento popular para tratar de ganar esas voluntades. Daniel Abugattás salió al frente, vestido con su traje de superhéroe, dispuesto a luchar por la justicia y la democracia del fútbol peruano. Hecho un Velasco amenazó con invadir la FPF con tropas y tanquetas para rescatar la dignidad nacional humillada por una entidad extranjera transnacional como la FIFA. Empleando su conocido léxico gruñó ¡que se larguen del país! mientras sus ojos escapaban de sus órbitas. Una gran legión de fanáticos aplaudió al barbudo y lapidó a Burga en las redes.
La situación generó un abierto chavismo popular que exigía al Estado intervenir la FPF para hacerse cargo del fútbol, y hasta pedían la desafiliación de la FIFA, como si ellos fueran a ser los afectados y no los clubes de fútbol, los futbolistas , el periodismo y una gran cantidad de gente que vive del fútbol, así sea malo. El espectáculo no podía ser más penoso. Una vez más queda demostrado que la irracionalidad alimentada por intensas cargas emocionales clama por la intervención del Estado con totalitarismo y autoritarismo salvaje. Eso es el chavismo en su estado más puro. Afortunadamente -en este caso- tenemos una clase política llena de mediocres de baja estofa. Eso, y no la sensatez, ha impedido que la barbarie se consuma mediante un iluminado que coja la antorcha para guiar al pueblo al linchamiento de Burga.
Pero allí están todavía los demagogos tratando de hacer leyes para recuperar "la grandeza del fútbol peruano" (sic), como si el asunto se resolviera con leyes. No han faltado los clásicos papanatas que claman por un Ministerio del Deporte y que critican, para variar, "la falta de políticas públicas", frases de cliché que resuenan con eco de catedral en la boca de todo ignorante disfrazado de político. La crisis del fútbol peruano es apenas una expresión menor de la crisis generalizada de la cultura peruana que afecta diversas esferas, incluyendo ¡qué duda cabe! la política. De ella saldremos naturalmente cuando los tejidos sociales, destruidos por décadas de decadencia peruana en los 70, 80 y parte de los 90, se hayan recuperado en su totalidad. Mientras tanto hay que alertar que estas oleadas de indignación no nos lleven, una vez más, al colapso del estatismo controlista, intervencionista y totalitario que ya padecimos en el pasado y del cual seguimos pagando la factura.
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