Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Que Cajamarca haya votado por el ambientalismo antiminero no debería sorprender a nadie. Hace tiempo que es una zona liberada por el ecocomunismo. Marco Arana se pasea por esas tierras como todo un shogún montado a caballo, producto de la cobardía con que Ollanta Humala enfrentó a los agitadores antimineros desde que pronunció su famosa frase "Conga va".
Parecía que Ollanta iba a sacar su vena militar para imponer el orden en Cajamarca, Quitó al pusilánime y complaciente Salomón Lerner para reemplazarlo por Oscar Valdez, precisamente por el conflicto antiminero. Pero duró poco. Las idas y venidas en la errática gestión humalilsta fueron aprovechadas por los radicales que se parapetaron, dando lugar al surgimiento de líderes por todos lados. De allí en adelante, Ollanta no ha hecho más que ceder, hacerse el ciego y zafar el cuerpo.
La receta política de no negociar con los subversivos debe respetarse como un dogma, pues el Estado solo tiene las de perder. Los subversivos, para empezar, están fuera de la ley y, por consiguiente, ya la ley no les importa. Están dispuestos a todo para ganar. De manera que mentir y engañar es lo más fácil y primero que pueden hacer. Esto es lo que hicieron en Cajamarca: cojudearon al gobierno de Ollanta con un diálogo que solo sirvió para fortalecer a los agitadores y debilitar al Estado.
El proyecto Conga tenía un EIA aprobado por el Estado y este debió simplemente imponerlo, como corresponde. Pero cedió ante los agitadores que cuestionaban el EIA exigiendo un ridículo "peritaje internacional". Se perdió tiempo gastando millones en ese peritaje que ratificó las bondades del EIA, pero acto seguido, como no podía ser de otra forma, los subversivos antimineros rechazaron el peritaje. ¿Acaso podía esperarse otra cosa de estas alimañas? Entre tanto se multiplicaron los frentes de defensa y surgieron más líderes antimineros como pulgas en la panza de un perro.
Los ecocomunistas se empoderaron y le declararon la guerra al Estado. Gregorio Santos tuvo la desfachatez de exigir la renuncia de Ollanta Humala. Estaba listo para dar un golpe. Después de todo ese es el instinto de todo militante de izquierda: tomar el poder por la fuerza despreciando el orden constitucional burgués. Fue entonces cuando desde Lima le cerraron las cuentas y se inició la batalla legal hasta dar con sus fechorías, aunque no con todas, y meterlo preso.
Ahora, ante el triunfo electoral, la flora bacterial ecocomunista de Cajamarca renace y pretende venir a Lima en marcha para liberar a su líder. El shogún de Cajamarca, Marco Arana, sonríe feliz y atiza el fuego con los dólares de su ONG ambientalista y el apoyo incondicional de las demás ONGs de la izquierda infecto contagiosa. Quieren olvidarse de Susana Villarán y su fracaso anunciado en Lima y retomar su fuerza alrededor del ambientalismo antiminero. Pero ahora con más fuerza.
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