Escrito por: Elvis Occ
Nunca
desaprovecho la ocasión para ir a dejarle unas flores a Don Pedro, el difunto
esposo de mi madre y a quien considere -no mi segundo padre- el
extraordinario amigo, mi pata que vivía con nosotros. No era perfecto, era
"el antiguo“pues, como yo solía llamarlo. Tome el autobús y a pocos
minutos de estar sentado cerca al conductor (para no ir a parar hasta
Huarochiri) note la insidiosa mirada de un tipo en sus veintitantos. Tan pronto
el asiento quedo vacío, este curioso lo tomo casi por asalto y sentose a mi
lado. Mi cabeza estaba llena de signos de interrogación y el tipo seguía mirándome
con irritante acuciosidad. Primero pensé que sería algún admirador de derecha y de allí
mude con preocupación a la posibilidad que sea algún mal herido proterruco vapuleado por
mis comentarios.
La situación
se hacía incomoda y cuando pensaba dejar mi asiento y acercarme a la puerta
posterior del microbús, el tipo no pudo más y me dijo con henchido pecho por
su descubrimiento:
-Yo Ud. lo
conozco Sr. Ud. no recuerda porque yo estaba chibolito.
Me extendió
la mano y se presentó, para agregar como si fuera una pista excepcional:
-Yo vendía
caramelos en el centro de Lima y Ud. me compro un montón. No se acuerda? ...atrás
del Palacio de Gobierno? ...por donde esta una plaza con quioscos que venden anticuchos,
crema volteada, mazamorra morada?
De repente
me acorde, sí. Yo tenía la costumbre de ir a comer dulces por ese rumbo, casi hasta
quedar al borde de la diabetes. Fue en una de esas ocasiones que se me apareció
este chibolito y su cajita de dulces. Lo que me llamo la atención fueron sus
enormes ojeras, tan fuera de lugar en un chiquillo de su edad. Recuerdo que
compre como cinco soles de caramelos y lo arengue para que siga adelante en su
negocio, que algún día podría llegar a ser un comerciante de cuidado si
trabajaba duro. Bueno pues, hasta le dije que conocería Disneylandia
como premio a su esfuerzo. Es que lo vi tan desanimado, tan vencido.
A pocas
cuadras de llegar al cementerio me invito a almorzar a su casa -no pude
negarme- para conocer a su esposa y su
bebe. El muchacho vivía en un AAHH de Jicamarca, un área de SJ. de Lurigancho
que colinda con Huarochiri, allí tenía su casa y la única tienda de abarrotes
de ese lugar. Afuera de la casa estaba una camioneta cargada de pertrechos
para la tienda y su esposa atendiendo el negocio. El muchacho me la presento y
mientras yo oteaba el horizonte de casitas, él se acercó a su mujer para
susurrarle algo al oído. La Sra. cerró la tienda y se fue en la camioneta, aun
cargada.
Mientras conversábamos
en la sala, se abrió la puerta y entro su esposa con rebosantes bolsas de pollo
a la brasa -es la comida del que te aprecia, caracho- y se dirigió a la cocina.
Me invitaron al comedor y le dimos curso al plumífero con su respectiva Inca
Kola. De un momento a otro el muchacho sugirió un brindis con gaseosita.
- Chola,
este Sr. es el que te dije que me animo con sus palabras cuando vendía
caramelos. La Sarita me lo puso en el camino por segunda vez, pero para
agradecerle Sr. Salud!
Profundamente conmovido y satisfecho de mis ideas, me dispuse a retomar mi camino al cementerio pero el muchacho me contuvo para mostrarme orgulloso su recién nacido hijo. Pregunte por su nombre, como se acostumbra en estas circusnstancias. Se llama Elvis, me respondió la esposa y el muchacho medio pregunto:
- Es su nombre, no Sr?
Para luego agregar pícaramente:
- La señorita
que estaba con Ud. ese día que me compro caramelos, le dijo Elvis.
Bueno, olvide
mencionar que en aquella ocasión estaba acompañado de una graciosa damisela. Es
que los caballeros no tenemos memoria. Mientras iba en el autobus me preguntaba si ese era el "destituido" al que apelaria la izquierda o si esa joven familia era el futuro de la derecha, de nuestra derecha. Ay "antiguo"! Cuanto trabajo hay por hacer!
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