Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La tan mentada desaceleración de la economía no era fantasía ni campaña antigobiernista sino realidad. A pesar del fácil recurso del piloto automático el país se iba frenando. Ollanta Humala sintió el frenazo pero prefirió culpar a factores externos anunciando que llegaban las vacas flacas. Después de ver cómo el paciente perdía el pulso sin que nadie hiciera nada, de pronto apareció el ministro de economía anunciando un paquetazo económico tratando de inyectarle suero a la economía en busca del dinamismo perdido.
Sin embargo, como ya lo han advertido muchos, este ha sido un paquete tibio de medidas cobardes que no solucionan de raíz los problemas que nos afectan. Se ha preferido el maquillaje y el parche. Por ejemplo, algunas atribuciones del Ministerio del Ambiente han sido asumidas por el Concejo de Ministros, en lugar de simplemente eliminar de cuajo ese adefesio burocrático creado por Alan García con pose de gran demagogo. Y es que los políticos suelen ser muy generosos para crear toda clase de organismos públicos rimbombantes, pero muy cobardes para eliminarlos, pese a comprobar sus nefastas consecuencias en la vida del país. Y hemos comprobado en los hechos el efecto negativo de los ministerios creados por el alanismo posero y populista.
No han sido pocos los que han venido advirtiendo desde hace tres años que la permisología estaba asfixiando los proyectos de inversión. El tiempo que demanda sacar las casi 180 licencias para un proyecto minero había pasado de dos años a casi cuatro, aumentando los costos de inversión. Se sabe que varias compañías mineras y hasta hoteleras han prefrido irse a otros países para evitar esa pérdida de tiempo. Varios expertos señalaron que la creación de los ministerios de cultura y ambiente habían impactado negativamente en el escenario de la economía y el crecimiento.
Pero claro que la intelectualidad de izquierda, el progresismo vendehumo, expertos en la paja mental y la idealización de conceptos y sueños de opio, defenderán esos ministerios apelando a su exquisita retórica y charlatanería versada, pues los consideran una gran conquista del pensamiento progresista. Estos conocidos fumones de la izquierda intelectualoide prefieren sus verdes alucinaciones de progreso espiritual por encima de la realidad concreta. Pretenden que el Perú, un país subdesarrollado que aun vive exportando piedras y está muy lejos de la industrialización, tenga las mismas regulaciones ambientales que los países superindustrializados como EEUU, China o Canadá. Creen que eso es estar a la vanguardia.
Lamentablemente el ambientalismo se ha convertido en la nueva religión de izquierda. Se asemeja más a un movimiento místico que pretende adorar el ambiente y combatir todo lo que consideran una amenaza al ecosistema. Claro que a ellos les interesa más combatir a la gran minería antes que a los mineros informales que arrasan impunemente con ríos y bosques enteros. La izquierda mundial utiliza hoy el psicosocial del cambio climático para detener el avance del capitalismo industrial. De paso es una plaza muy interesante de empleo para toda clase de parásitos e inútiles de izquierda, incapaces de insertarse en un medio productivo. De hecho, los ministerios del Ambiente y de Cultura ya están plagados de abogados, sociólogos y antropólogos. Casi el 80% de sus funcionarios son abogados.
La cuestión es muy simple, y puede considerarse una ley científica: a más Estado menos desarrollo. Lo que ha frenado el desarrollo del Perú desde las reformas de los 90 es el incremento incesante del tamaño del Estado, culminando con el golpe de gracia que ha significado esos dos ministerios del alanismo. El Perú no necesita más organismos públicos ni más leyes. Lo que se necesita para dinamizar la economía y la sociedad productiva es que el Estado deje de fastidiar a las empresas y se dedique más a hacer lo suyo que es garantizar la seguridad, ampliar la infraestructura con grandes obras y mejorar sus servicios públicos. La mejor medida que para dinamizar la economía es eliminar burocracia y cancelar regulaciones absurdas. El único responsable de la informalidad es el Estado con su maraña absurda de regulaciones laborales.
Ya es hora de podar el Estado. Tenemos demasiados ministerios de adorno que se obstruyen en sus funciones. El Ministerio del Ambiente es un pavo real que solo estorba. Lo único que ha hecho es poner un enorme huevo burocrático que es la OEFA, un organismo regulador que, para colmo, se pretende que sea mantenido con un aporte adicional de las empresas mineras. Concha que le dicen. En otros ambientes eso se llama simplemente extorsión. Ya basta de burocracia y de obstruir el desarrollo.
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