Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
Cuando observamos sobre el mapa del mundo los lugares donde hay restricciones o prohibiciones para el aborto vemos que estos coinciden plenamente con los lugares de mayor pobreza y subdesarrollo, pero también con el mapa donde la religión ejerce mayor influencia sobre la sociedad y sus gobiernos. En esta situación se encuentran África, Sudamérica, Oriente medio y gran parte de Oceanía. ¿Es esto coincidencia? En lo absoluto. Una cosa está íntimamente conectada con la otra. Son causa y efecto.
En un país como el Perú, donde la educación es de mala calidad en todos sus estratos, los niveles de lectura son paupérrimos y la palabra ciencia es tan solo una etiqueta comercial y una idea exótica, el pensamiento de la sociedad tiende a ser dominado por la religión y toda clase de creencias místicas y mágicas, donde los chamanes, brujos, predicadores y sacerdotes tienen un gran mercado de incautos. Las calles empiezan a llenarse de iglesias extrañas, la vida gira en torno a la fe, al fetichismo y a extravagancias vinculadas a la adoración de lo sobrenatural. En resumen, la sociedad se hunde penosamente en un mar de misticismo que empobrece el pensamiento y alimenta el subdesarrollo. Eso es lo que tenemos hoy. Estamos aun en la Edad Media con celular y en HD. No nos engañemos.
En esta situación no es nada raro que el principal referente de un debate nacional sea el cardenal Juan Luis Cipriani, y que además tenga la sartén por el mango en una discusión que tiene que ver exclusivamente con la salud pública y la vida de personas reales y no con creencias religiosas sobre la vida eterna, el juicio final y la resurrección de los muertos. Se trata de temas que afectan, en un caso, la vida y la salud de las mujeres, y en otro, la situación de parejas de hecho que enfrentan dificultades reales porque viven sin el amparo de la ley. ¿Qué pito toca el cardenal en estos temas?
Aceptaría que el cardenal levantara su voz y metiera su cuchara si se pretendieran quitar, por ejemplo, esos ridículos feriados religiosos que a nadie le interesa un pepino, como el del día del Papa o el de la inmaculada concepción, para empezar. O que se elimine la asignación del Estado a la Iglesia Católica. Pero nada de eso está aun en discusión. De lo que se trata es de atender la realidad social y no la fantasía religiosa. Se trata de salvar la vida de mujeres reales y de dar cabida dentro de la legislación a una forma de existencia real como son las uniones homosexuales. Y lo increíble es que estos seres humanos reales estén al margen de la visión de la religión y de un Dios magnánimo, caritativo y amoroso, como lo pintan.
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