Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
El escándalo desatado luego de la revelación periodística de Cecilia Valenzuela sobre el impresionante resguardo policial dedicado a custodiar la casa de Oscar López Meneses, ha puesto en apuros no solo a los ministros y miembros del oficialismo sino a toda la progresía en su conjunto, en especial a aquellos que se erigieron como los incorruptibles luchadores anticorrupción y entraron a Palacio con la espada desenvainada dispuestos a cortar las cien cabezas de la hidra corrupción. Por buen rato quedaron mudos los ayayeros del gobierno y esforzados combatientes de la mafia fujimontesinista. No sabían qué decir. Y lo más increíble es que cuando al fin reaccionaron, no dejaron de culpar a Montesinos, al fujimorismo e incluso al aprismo. Es decir, todos menos ellos.
Incapaces de cambiar de escenario, los columnistas de los diarios chicha de izquierda seguían llamando a Oscar López Meneses "el operador de Montesinos" cuando está claro que ahora es operador de Ollanta o de Villafuerte. Pero esto es algo que no le cabe a la progresía, tan convencidos como están de que ellos son inmaculados y puros. Los ojos de los progres están puestos siempre fuera de su propio entorno. Pase lo que pase con ellos seguirán gritando "al ladrón, al ladrón". Y acaban de hacerlo. En medio de sus escándalos de corrupción, chuponeo, nepotismo, ineptitud y sospechosas compras a Francia, sus esbirros han salido a la Vía Expresa con banderolas que dicen "Alan robó al Perú. Todos contra la corrupción".
Lo que la izquierda hasta ahora no aprende es que la corrupción no es privilegio de nadie en particular. Es parte de la cultura y, por tanto, no es algo que esté solo en el gobierno o en un partido. Está en las calles y en todas las oficinas públicas y hasta en cada patrullero. Pero ese afán progre de culpar de todo a la derecha, los grupos de poder, las grandes empresas, la CIA, el FMI, los EEUU, Fujimori, Alan, Keiko, etc., solo revela su limitado nivel de comprensión de la realidad y su triste papel de meros guerrilleros de la palabra. Actitud que a menudo los lleva a quedar en off side cuando la culpa recae en sus propios cuadros. Allí es cuando tienen que apelar a su conocida doble moral y su tradicional hipocresía. Algo de lo que hoy nos están dando una gran muestra.
A la corrupción hay que combatirla esté donde esté. Declamar que la corrupción está en la derecha y en los empresarios solo revela que la izquierda no ha crecido mentalmente con el cambio de siglo. Siguen siendo presos de su ideología del fracaso, siguen jugando a dividir a la sociedad entre buenos y malo, apostando a la lucha social y a la doble moral.
A la corrupción hay que combatirla esté donde esté. Declamar que la corrupción está en la derecha y en los empresarios solo revela que la izquierda no ha crecido mentalmente con el cambio de siglo. Siguen siendo presos de su ideología del fracaso, siguen jugando a dividir a la sociedad entre buenos y malo, apostando a la lucha social y a la doble moral.
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