Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
La característica más patética de la especie humana es esa ridícula tendencia hacía la adoración, conducta ociosa que alcanza su grado máximo de perversión cuando está orientada hacía una persona, y peor aun cuando se trata de una persona viva, en cuyo caso asume las formas adicionales de adulación y genuflexión. Pero si añadimos que tal persona objeto de culto carece de mérito alguno, la adoración adquiere incluso ribetes de estupidez y delirio mental colectivo. Aunque usted pueda estar pensándolo no hablamos de Hugo Chávez o del Che, mamarrachos humanos convertidos en dioses por una masa ignorante en busca de ídolos. Estamos hablando de algo que sucede hoy en el Perú, pues nos encontramos ante la paciente construcción de un nuevo ídolo nacional cuyo personaje no es otro que Ollanta Humala Tasso.
La industria de los ídolos ha crecido desde que Hollywood apareció a principios del siglo pasado. México se convirtió en una fábrica de artistas y cantantes, así como Venezuela es ya la fábrica de mises universos. Pero en el mundo nadie igualó al comunismo en la capacidad para fabricar dioses humanos. Ni siquiera los romanos le harían sombra a Corea del Norte, donde el amor y la adoración al líder tiene fuerza de ley y penas severas para los infieles. Venezuela, Cuba y Bolivia ya han endiosado a Hugo Chávez y hoy está en el Olimpo de los dioses del socialismo, junto al Che y Bolívar, como lo muestran las caricaturas montadas por el régimen para la educación de los niños. En el Perú solo habíamos visto semejante delirio por un personaje durante el velascato. Todavía quedan nostálgicos adoradores de la dictadura velasquista idolatrando la imagen y memoria de su general, totalmente ciegos ante la clamorosa mediocridad de su líder y el desastre que le causó al país.
Por lo general en el Perú no pasábamos de la melosa salamería dedicada al líder por parte de una permanente nube de mediocres felpudinis y perritos falderos que suelen rodear al jefe, peleándose por una caricia o una mirada, empujándose por estar más cerca de él y ser el primero en sacudirle una pelusa o recibir una orden para salir corriendo a complacerlo. Pero hoy nos encontramos además con una novedosa cofradía partidaria dedicada a construir la imagen endiosada de Ollanta Humala como líder supremo de la nación, al mejor estilo socialista. Se trata de una típica maquinaria de prensa y propaganda que no solo se ocupa de fotografiarlo sino de diseñar una compleja estrategia estalinista de endiosamiento, que necesariamente pasa por ocultar sus penosas limitaciones mediante elaboradas fantasías y una especie de fotoshop biográfico donde aparecen méritos, hazañas y grados académicos como si fueran implantes mamarios de silicona que realzan su figura.
Una muestra de como se fabrica el ídolo Ollanta Humala puede verse en la página oficial de la Presidencia de la República, que más parece una versión electrónica del panfleto nacionalista "Ollanta", aquel que era repartido por reservistas etnocaceristas. Mientras que el perfil biográfico de otros presidentes de la región es manejado elegantemente por su cancillería y contiene, además de información verídica, una muy breve y prudente reseña de quién es el presidente, acá la información presidencial de Ollanta parece redactada por un escribano de Azángaro o Pachitea, alguien que abusando de un lenguaje ordinario se desata en elogios a Ollanta Humala a lo largo de una delirante página repleta de datos irrelevantes, embustes y medias verdades, en un penoso esfuerzo por revestir al ídolo con algo de oro de fantasía y perfume francés.
Así es como leyendo esta biografía novelada podemos enterarnos de que "sus padres le inculcaron a Ollanta el hábito por la lectura". Algo que se revela fácilmente como falso dado el lamentable nivel de comunicación que luce el mandatario peruano. Además cada paso en la vida de Ollanta es aderezado y endulzado con referencias poéticas y épicas. En lugar de decir simplemente que ingresó al ejército declaman que "se comprometió con la defensa nacional" y además habría escogido el arma de artillería no porque le gusta disparar sino "por su identificación con el héroe nacional Francisco Bolognesi".
Hasta las más banales etapas de la vida de Ollanta son elevadas a la categoría de episodios históricos por parte de un biógrafo con vena de chupamedia típico, quien nos narra con su indigesto candor que Ollanta "vivió el paso de gobiernos militares a civiles y el inicio de la guerra armada desatada por Sendero Luminoso y el MRTA" como si fuera un sacrificio heroico que solo Ollanta vivió. Un dato curioso y contradictorio es que Ollanta se habría comprometido en la lucha contra el terrorismo pero al mismo tiempo se dio cuenta muy pronto que "se estaban cometiendo graves errores como la aplicación de una doctrina militar por el uso de la Guerra de Baja Intensidad". ¿Y entonces qué fue lo que hizo? ¿Luchó o no lucho?
Pero más curioso es leer que fue enviado a Panamá, a la Escuela de las Américas, donde "lo instruyeron en cursos de combate bajo esa concepción que siempre rechazó". Sin duda el pobre Ollanta Humala estaba en una crisis mental terrible. Tener una profesión militar y rechazar la doctrina de guerra que le enseñan es crítico. Afirman que ya en 1987 decide formar una "agrupación conspirativa" fundada en el etnocacerismo. En realidad lo único que revela todo esto es la vida transtornada de Ollanta Humala bajo el influjo pesado de un padre autoriatrio y temperamental que le imponía sus ideas, ambiciones y planes. Por supuesto la biografía no puede dejar de elogiar hasta el delirio esa travesura infantil propia de un limítrofe, a la que llaman "gesta de Locumba" y que según sus lunáticos creyentes ayudó a la caída de Fujimori. A partir de la caída de Fujimori surgió una larga fila de personajillos de baja estofa peleándose la gloria de haber derrotado a Fujimori y "luchado por la democracia".
En el afán de endiosar a Ollanta, la biografía llega a copiar frases enteras de otros textos para decir cosas tan ridículas como "en Francia, se relaciona con la intelectualidad peruana, latinoamericana y europea". Algo que podríamos leer en la vida de Haya de la Torre o Mario Vargas Llosa, pero en Ollanta Humala solo provoca risas. Lo más grave no es que esta biografía llegue a mentir con descaro mencionando acciones que Ollanta Humala jamás realizó, como denunciar los TLC "que solo buscan hacer intocables las 'inversiones' de las grandes empresas transnacionales y empobrece a los pequeños y medianos agricultores" o haber sido el que llevó adelante el litigio contra Chile en La Haya. Esos embustes pueden pasar porque después de todo solo los idiotas pueden creerlos. Más grave aun es que una página oficial del Estado peruano llegue a referirse a otros gobiernos y gobernantes con desprecio y malos términos.
A este grado de bajeza hemos llegado en el Perú de manera oficial gracias al electarado que decidió apoyar a un sujeto sin oficio ni beneficio, sin trayectoria política sino psiquiátrica y judicial, sin preparación alguna ni equipo ni cuadros. Una penosa decisión que recae sobre todo en los sectores de izquierda que decidieron colocarlo como el mascarón de proa de su combi electoral.
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