Por: Mónica Mullor
Empecemos por lo obvio: no existe ni puede existir la universidad gratuita. Siempre habrá alguien que la pague; la cuestión es quién. Por ello, los que quieren universidad gratuita quieren, en realidad, que otro la pague. Es decir, derechos para unos y deberes para otros. Eso es lo que quieren los progres, porque consideran justo que paguen otros.
Veamos cómo funciona la justicia progre con un ejemplo muy simple: el panadero y sus trabajadores.
Si usted piensa abrir una panadería, ni se le ocurre que ponerla en marcha será gratuito, y menos aún que otro se la va a regalar. También sabe que tendrá que pedir un préstamo al banco o gastar lo que ha ahorrado tras años de mucho esfuerzo, ¿verdad? Bien. Además, ha considerado que en el mejor de los casos le irá bien y recuperará con creces su inversión, pero también sabe que corre el riesgo de perder el capital invertido y el trabajo que puso en su proyecto.
En todo esto, hasta los progres estarán de acuerdo y lo considerarán justo, si bien estando en el poder querrán quedarse con una buena tajada de las ganancias del panadero vía impuestos.
La pregunta es: ¿por qué hay algunos que no piensan de la misma manera respecto de la universidad? Es decir, ¿por qué están de acuerdo en que la universidad sea gratuita para los estudiantes, pero no en que haya también panaderías y otros emprendimientos gratuitos para la gente que quiera labrarse un futuro de esa manera?
Los progres seguramente dirán que la educación es más importante, que beneficia a toda la sociedad y que por eso es bueno que sea gratuita, para que todos puedan tener una oportunidad de llegar a la universidad. Pero ¿acaso no es importante que el panadero venda el pan que usted demanda cada día, y que además dé trabajo a aquellos que no van a la universidad? ¿No es esto bueno para la sociedad?
Puesto que el panadero decidió no ir a la universidad, hay algunos que estiman que es justo que, además de su panadería, financie vía impuestos los estudios universitarios de aquellos que deciden no invertir en una panadería, sino estudiar una carrera universitaria, gracias a lo cual no sólo terminarán ganando mucho más que el panadero, sino gozando de mejor posición social.
Este pequeño ejemplo nos muestra que la famosa gratuidad universitaria nada tiene de justa. Es una demanda que, hablando de justicia social y de derechos, sólo quiere encubrir una lucha redistributiva de esos futuros académicos en detrimento de todos aquellos que no van a la universidad. Por eso los progres rechazan, indignados, cualquier argumento que diga que la educación universitaria debe ser vista como una inversión que se hace, como en el caso del panadero, con la esperanza de obtener una retribución futura.
Sí, ya sé que todo esto es demasiado para los oídos progres. ¡Cómo comparar a un estudiante universitario con un panadero! ¡Pedir que el estudiante invierta en su futuro! ¡Que corra riesgos! Pero yo estoy convencida de que es hora de defender a los panaderos, a los tenderos, a los obreros, a los campesinos, y pedir igualdad de trato para ellos, es decir, justicia social de veras y no privilegios para algunos.
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