Por: Felipe Cortijo
En septiembre del 2001, una famosa periodista italiana que radicaba en Nueva York desde hacía varios años, rompe un silencio voluntario para dedicarse a escribir lo que sería su último legado a todas las naciones del mundo occidental. Estaba enferma, tenía un cáncer al pulmón que la obligaba al retiro, pero el 11 de septiembre del año en mención fue testigo excepcional de un hecho sin precedentes, frente a su apartamento en Manhattan, el atentado a las torres del World Trade Center.
Oriana Fallaci cuenta en su libro “Rabia y Orgullo”, el estremecimiento espiritual que experimentó al ver caer a las “torres gemelas” como si fueran “mantequilla derretida”. Ella, que por lo general era una curtida corresponsal de guerra, y que incluso alguna vez recibió una bala en el cuerpo, ella que despertó una vez en medio de una pila de cadáveres, amontonados para su incineración, ella que ya no tenía más lágrimas para este mundo, decidió sentarse una vez más frente a su ordenador, y escribía:
“Habituados como estáis al doble juego, afectados como estáis por la miopía, no entendéis o no queréis entender que estamos ante una guerra de religión. Querida y declarada por una franja del Islam, pero, en cualquier caso, una guerra de religión. Una guerra que ellos llaman Yihad. Guerra santa. Una guerra que no mira a la conquista de nuestro territorio, quizás, pero que ciertamente mira a la conquista de nuestra libertad y de nuestra civilización. Al aniquilamiento de nuestra forma de vivir y de morir, de nuestra forma de rezar o de no rezar, de nuestra manera de comer, beber, vestirnos, divertirnos o informarnos...
No entendéis o no queréis entender que si no nos oponemos, si no nos defendemos, si no luchamos, la Yihad vencerá. Y destruirá el mundo que, bien o mal, hemos conseguido construir, cambiar, mejorar, hacer un poco más inteligente, menos hipócrita e, incluso, nada hipócrita. Y con la destrucción de nuestro mundo destruirá nuestra cultura, nuestro arte, nuestra ciencia, nuestra moral, nuestros valores y nuestros placeres... ¡Por Jesucristo!
¿No os dais cuenta de que los Osama Bin Laden se creen autorizados a mataros a vosotros y a vuestros hijos, porque bebéis vino o cerveza, porque no lleváis barba larga o burka, porque vais al teatro y al cine, porque escucháis música y cantáis canciones, porque bailáis en las discotecas o en vuestras casas, porque veis la televisión, porque vestís minifalda o pantalones cortos, porque estáis desnudos o casi en el mar o en las piscinas y porque hacéis el amor cuando os parece, donde os parece y con quien os parece? ¿No os importa nada de esto, estúpidos? Yo soy atea, gracias a Dios. Pero no tengo intención alguna de dejarme matar por serlo”.
Hoy no es distinto, estamos al comienzo de una guerra que ya ha sido declarada al fundamentalismo musulmán, es una guerra de religión y de eso se trata, del choque de dos mundos totalmente distintos, en donde una vez más, nadie saldrá ganador: “No despertéis al Ogro, él sólo sabe de comer buenos muchachos”.
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