Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
EL asunto del matrimonio gay es sui generis. Va más allá de las doctrinas ideológicas clásicas. Vemos gente a favor y en contra tanto en la derecha como en la izquierda. Ni siquiera hay consenso entre los gays. Esto parece significar que no se trata necesariamente de ideas buenas contra malas, vanguardistas contra conservadores, liberales contra progresistas sino de algo mucho más amplio que involucra a todos de algún modo, tocando los nervios más sensibles de la sociedad. No tengo nada en contra de los homosexuales en general, aunque francamente me disgusta su estrambótico circo en el "gay parade". En cambio sí estoy en contra de la cháchara política, de las leguleyadas congresales y me pongo en guardia cuando algo se sustenta en la cantaleta de los derechos, la igualdad y la protección del Estado, tópicos favoritos de los charlatanes que pretenden introducir toda clase de mamarrachos legales a costa de todos.
No me gusta andar citando a nadie pero me es imposible no recordar a Popper. La racionalidad, decía él, se sustenta en el diálogo y la crítica, pero también en el saber escuchar la crítica. No hay una racionalidad que emane de una doctrina como si fuese la fuente inagotable del saber. En última instancia es la realidad, los hechos y no las teorías, los que nos servirán como sustento de la verdad. En esta discusión sobre la unión civil de homosexuales me ha parecido escuchar voces altisonantes y excluyentes de los bandos jurídicos y religiosos. Y yo me siento en medio porque no creo en la utilidad de las oraciones ni en la bondad de las leyes.
Observo que entre juristas hay, para variar, discrepancias en torno a las ventajas de la ley de unión civil gay. Unos afirman que todas las ventajas reclamadas para los homosexuales pueden otorgarse modificando las restricciones que tienen algunas malas leyes, sin necesidad de un reconocimiento legal a su unión. Otros han mencionado casos puntuales que requerirían inevitablemente tal reconocimiento, pero sin dejar de caer en vicios populistas como otorgar accesos gratuitos a los servicios de ESSALUD. Ante tal situación me parece que el tema pasa por demostrar objetivamente que solo a través del reconocimiento legal de la unión civil homosexual estas parejas accederían a beneficios concretos, similares a los que gozan las parejas heterosexuales. Si esto es demostrable sin falacias creo que no podría haber motivo razonable para negarse a dicha ley.
Sin embargo hay muchas cosas adicionales que enturbian el debate y causan incordio en amplios sectores, por un lado la estúpida homofobia, y por otro, la no menos estúpida reacción antihomofóbica de los que ven homofobia y religión en cualquier discrepancia. Todo esto se debe al manoseo de conceptos como familia y matrimonio, dos instituciones sociales, culturales y antropológicas que no le pertenecen al Estado. Nadie puede oponerse a que los políticos hagan lo que quieran con instituciones políticas como el Congreso y el voto. Pero arrogarse el derecho de redefinir instituciones sociales está más allá de lo que la sociedad está dispuesta a permitirles a los políticos. Y esto tiene que ser entendido.
Hay quienes alegan una supuesta evolución de la sociedad. Pero esta es una mala referencia porque la evolución no es solo cambio sino muerte, y básicamente muerte, ya que las mutaciones pueden ser muchas pero las buenas son mínimas. Hay además cambios evolutivos que acaban en la extinción de la especie. Sin duda hay nuevas formas de familia, pero estas se han dado de manera natural y son, por ejemplo, la familia con padres separados, el de la madre soltera, el de los padres y tíos, etc. Se aduce ahora que la pareja homosexual unida en unión estable constituye familia. Esto es algo muy discutible, a no ser que hagamos uso del concepto familia en el mismo sentido en que lo usa una promoción escolar, militar, la mafia o algo por el estilo. La familia de camaradería es otro tipo de familia, tal como lo consigna el DRAE en su cuarta acepción.
Ya resulta ocioso referirse nuevamente al matrimonio, una antigua institución antropológica y cultural referida a la unión de un hombre y una mujer que, por sus potencialidades reproductivas, fue revestida con atributos mágicos, místicos y religiosos. Los estados modernos -tan dados a reglamentarlo todo- se han inmiscuido en la vida familiar con ánimo de preservarla, pero no pueden apoderarse de ella. La amplitud de las actuales sociedades ha significado la ruptura de los primitivos vínculos de comunidad; hoy las uniones de pareja se dan sin requerir la bendición del sacerdote ni del alcalde cada vez con mayor frecuencia. Por eso ahora la ley otorga casi todas las ventajas y protecciones del Estado a las parejas de hecho. En tal sentido hace bien la ley Bruce al referirse a una unión civil no matrimonial.
Pese a todo, sigue dándose un debate estéril en torno al manoseo de estos conceptos. El mismo congresista Bruce dice en sus declaraciones que pretende promover "nuevas formas de familia". Esto es un error. No se pueden promover nuevas formas de familia como no se pueden promover nuevas formas de personas o de sociedad. Hacerlo sería una experimentación social inadmisible como las intentadas por nazis y comunistas en épocas ya superadas. La premisa de "nuevas formas de familia" provoca espanto porque no sabemos cuáles son los límites. ¿Hasta dónde se puede llegar con "nuevas formas de familia"? La ley Bruce precisa la unión de dos personas que además no deben tener relación de consanguinidad. Bueno, hasta allí la cosa parece razonable. Entonces no hay pues por qué hablar demás sabiendo que hay ropa tendida.
Al igual que en una típica discusión de pareja, cuantas más cosas se digan, más difícil será entenderse. Hay que ser más concretos. Pero el debate tiende a extenderse más allá por sí solo, hacia la adopción de niños. Al respecto sería una barbaridad establecer un impedimento general, pues los casos de adopción deben resolverse caso por caso. Para eso hay una institución encargada. Es necesario estudiar cada caso para establecer la conveniencia o no de la adopción de un niño, pensando en el beneficio del niño. Lo único que cabe decir acá, a ciencia cierta, es que la orientación sexual de una persona no está determinada por su crianza. Por lo menos eso se puede aseverar. Lo demás es especulación y no viene al caso considerarlo.
En resumen, tiene que haber menos ruido y más pruebas concretas a favor de esta unión civil homosexual. Si hay pruebas objetivas de que este grupo, teniendo uniones estables no puede beneficiarse al igual que las parejas heterosexuales a menos que sean reconocidos legalmente, pues sería imposible oponerse. Pero este debate tiene que centrarse en tales beneficios reales, sin contaminarse con mayores pretensiones de igualdad social en otros términos que no corresponden, ni pretender modificar instituciones sociales. El problema surge cuando se abordan otros tópicos que nada tienen que ver con los beneficios concretos de la comunidad gay sino con una aberrante y ridícula lucha ideológica igualitarista de supuestos vanguardistas contra tradicionalistas conservadores. Para estos sudorosos defensores del "verdadero liberalismo" o del buen progresismo solo tengo dos palabras: no jodan.
No puedo dejar de mencionar que me sorprende ver ahora a tantos liberales posando en la foto del apoyo a la causa gay, reclamando unos derechos que no han sido capaces de defender antes para las personas individuales, cuyas libertades y capacidad de decisión han sido arbitrariamente cercenadas por el Estado, y que podrían aliviar en gran medida los impedimentos de las parejas homosexuales. Por otro lado, tanto o quizá aun más importante que otorgar ciertos aparentes beneficios a las parejas gays, es fomentar la tolerancia y combatir los estigmas, prejuicios y estereotipos generados alrededor de los homosexuales. Los beneficios no se obtienen solo por ley sino fundamentalmente por un cambio en las actitudes sociales.
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