Me contaban
algunos amigos -cercanos al antiguo circulo de los halcones chilenos- que si
bien es cierto que en ese país las élites políticas disentían en cuanto a las
formas de gobierno, la derecha y la izquierda una vez que dirimían quién
conducía el destino de esa nación, tenían la clara conciencia de sus
responsabilidades, y no se prestaba a duda, sobre lo que siempre tuvieron que
hacer. Prueba de esto era que en el gobierno chileno, la remuneración por un
cargo público diferia enormemente con Perú. Un
congresista peruano recibe sueldo, dietas, comisiones y una serie de prebendas con dádivas que ruborizarían a un chileno, pues un congresista de ese país del sur,
recibia una sola remuneración que no pasaba de los tres mil dólares. Esta
diferencia es algo francamente inmoral, y no se diga de las presidencias
regionales en el Perú, no hay control en ese escandaloso dispendio de las arcas
públicas en las “regiones”. Modelo político administrativo heredado de
Alejandro Toledo.
Esto no es más
que una prueba palpable de nuestra pobre preparación -si es que hubiese alguna- para asumir con seriedad las responsabilidades de un cargo público. Pareciera
que el pragmatismo es confundido con el oportunismo, lo relevante con lo
improvisado y lo meritorio con el simple arribismo. Finalmente nos contentamos
con una serie de requisitos minimos para poder acceder a la función pública,
por increíble que parezca, en el caso de las funciones más altas y dependientes
de una votación popular, ni siquiera es necesario saber escribir bien el idioma
castellano.
En Chile
existe una clara conciencia de lo que se quiere hacer, hay mística como país,
no necesitan de un logo que diga “nacionalista” para sentirse patriotas. Ellos
saben que heredaron un territorio en la peores condiciones, y en algunas partes
lo han convertido casi en un paraíso natural. Cuentan con acceso por hermosas
carreteras, aeropuertos o puertos, diferencia que cualquiera puede constatar
visitando esa parte del mundo.
Aquí en Perú
aun no cobramos conciencia de nuestros deberes, envueltos ellos en una serie de
compromisos adquiridos, de una u otra forma, con negocios privados etc. Piñera renunció a la dirección de sus negocios una vez
que fue elegido presidente. Aquí mezclamos los compromisos publicos con las pozas
de maceración de coca, con cocaleros, y con testaferros de algún cartel que
hacen las veces de “asesores” de congresistas para integrar la Comisión
que maneja toda la información clasificada del país. Hasta aquí llegamos. Es
necesario y urgente, redefinir nuestra actitud en el servicio del sector
público, y lo primero que se debería hacer es cortar la parte podrida.
Empezemos por el factor económico-laboral. La Ley de Servicio Civil debería
alcanzar a las altas esferas del gobierno, empezando por el Congreso,
reasignando una escala remunerativa fija de alto nivel.
Que la
postulación a un puesto político no signifique nunca más un negocio particular.
Sólo así nos daremos cuenta que servimos al país por amor a la patria, y
empezaremos a ser concientes de lo que nos debe significar el nombre de ella, el
Perú.
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