Escribe Dante Bobadilla Ramírez
El Perú asiste en estos días al proceso más decadente de su historia política: la institucionalización de la mediocridad en el poder. Un proceso que ha transcurrido sin solución en los últimos 15 años, y que lejos de ser corregido se ha consolidado. Los hechos actuales nos lo confirman: las principales instituciones del Perú tales como el Tribunal Constitucional y la Defensoría del Pueblo parece que serán irremediablemente asaltadas por miembros de una banda de peleles y hasta delincuentes políticos. Esto es apenas un paso más, un paso final, del ya prostituido Congreso Nacional, donde la trapacería hace tiempo tomó el poder.
Las imágenes de un ex presidente rindiendo su manifestación ante la fiscalía que lo acusa de lavado de activos, la de una ex congresista siendo capturada por cargos de narcotráfico, junto a la de un ministro de defensa, que no sabe qué decir en su defensa, frente a un audio que revela su verdadera estatura política, pinta de cuerpo entero en manos de quiénes está el país. Ya no se diga nada de esa insignificancia menor que es Jiménez Mayor, el supuesto presidente del Consejo de Ministros, quien no pinta absolutamente nada en el juego político, dominado en estos días ilícitamente por la Primera Dama. Y como la cereza del pastel está nuestro "cosito" Presidente de la República, que es la nada perdida en Palacio.
¿A quién hay que reclamarle esta situación? Es una respuesta muy compleja. Pero por ahora el señor Ollanta Humala y toda esa gentuza que lo encumbró, protegió y ayudó tienen gran parte de la responsabilidad, sin obviar a la prensa que le dio tantos titulares a un sujeto que se hizo famoso por una asonada cuartelera de lo más ridícula. Ollanta Humala, un salido de la nada, sin oficio ni beneficio, montó su Partiducho Nacionalista cargando a toda clase de escoria que se encontraba a su paso, incluyendo las tristemente célebres cocaleras que acabaron siendo congresistas, junto a unas señoras andinas que solo mostraban una enorme ignorancia, que, a diferencia de sus colegas de bancada, ya ni siquiera podían disimular.
Toda la inmundicia que conformó el Partido Nacionalista fue reforzada en el 2011 con la escoria de izquierda que se le trepó encima apostando por un puestito en el Congreso, sin pensar que gracias al electarado y al papel de un traumatizado Mario Vargas Llosa y la izquierda pituca miraflorina, llegarían al poder. Así fue como perfectas bestias como Rimarachín junto a clásicos de la izquierda retrógrada como Javier Diez Canseco acabaron en el hemiciclo. No conformes con el mal olor que ya despedían, los nacionalistas decidieron elevar un nivel más su descomposición contratando a las cocaleras que no habían logrado su reelección. El delirante Daniel Abugattás inventó un estrambótico programa parlamentario para darles cabida a todos los parásitos del narcosocialismo humaliento.
Instalada la mediocridad, la demencia y hasta la delincuencia en el Congreso, ahora pretenden hacer lo que les da su regalada gana, prostituyendo las demás instituciones del país. La gran pregunta es si los peruanos nos quedaremos de brazos cruzados. Ahora sí necesitamos indignados.
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