Cualquier persona medianamente informada debe saber a estas altura de la historia que la izquierda siempre fracasa. Ya es típico ver a los países regidos por la izquierda caer en situaciones críticas e inmanejables, como las que hoy atraviesa Venezuela. Algo que además empieza a vislumbrarse en Argentina y en menor grado en Ecuador y Bolivia, donde el impulso estatizador ha sido menos intenso, pero cuyo crecimiento se ha estancado después de ahuyentar la inversión extranjera. En todos estos países existen gobiernos de izquierda que apuestan por el socialismo del siglo XXI, un experimento estrambótico basado en el control de la economía por parte del Estado siguiendo absurdas consignas poéticas como "hacer que la economía esté al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía".
En su defensa la izquierda suele afirmar que es el capitalismo el que está en crisis global, señalando a los países europeos que justamente se dedicaron a crear un sistema artificial de bienestar público basado en la intervención del Estado. El capitalismo puede atravesar etapas temporales de crisis porque eso es parte de la dinámica natural del mercado, pero siempre emerge por su propia fuerza y no se convierte en otra cosa ni desaparece, como ocurrió con los países comunistas luego del colapso de los 90. Ellos simplemente desaparecieron del mapa y pasaron a la historia como un modelo fracasado. La crisis actual de Europa también se debe a políticas de izquierda. El progresismo español, por ejemplo, es el responsable de la gran mayoría de gollerías de que goza la sociedad española a costa del erario público. Las cuentas que debe pagar el Estado para sostener toda esa cantidad de servicios y coberturas sociales gratuitas llega a cifras astronómicas, y han generado una monumental deuda que supera los 300 mil millones de euros.
Los países entran en crisis cuando el Estado ya no pueden pagar sus cuentas o son incapaces de proveer las demandas que han generado. Una crisis generada por la deuda impagable del Estado no es una crisis del capitalismo sino del socialismo populista, dadivoso e interventor. Es consecuencia de un Estado que ha asumido más responsabilidades de las que puede manejar y pagar, tal como ocurre hoy en Venezuela donde ya nadie sabe cuántas empresas tiene el Estado y, peor aun, ni siquiera las puede manejar. Estas empresas o haciendas que antes eran muy productivas ahora están en abandono, han dejado de producir y la consecuencia es el desabastecimiento y la miseria progresiva.
Los países entran en crisis cuando el Estado ya no pueden pagar sus cuentas o son incapaces de proveer las demandas que han generado. Una crisis generada por la deuda impagable del Estado no es una crisis del capitalismo sino del socialismo populista, dadivoso e interventor. Es consecuencia de un Estado que ha asumido más responsabilidades de las que puede manejar y pagar, tal como ocurre hoy en Venezuela donde ya nadie sabe cuántas empresas tiene el Estado y, peor aun, ni siquiera las puede manejar. Estas empresas o haciendas que antes eran muy productivas ahora están en abandono, han dejado de producir y la consecuencia es el desabastecimiento y la miseria progresiva.
Venezuela vive una típica crisis de izquierda. Hugo Chávez creyó que bastaba su verbo revolucionario para poner "el capital al servicio del hombre". Montó una oficina pública de control y dio una ley de "precios justos" para someter el mercado a sus sabios designios. Desde que se anunció este disparatado proyecto hace dos años los expertos pronosticaron el colapso, tal como ocurrió a principios del siglo pasado cuando se montó el comunismo soviético. Y es que los disparates no funcionan aunque tengan muy loables intenciones. Lo que hoy vive Venezuela es la crónica de un desastre anunciado. Un espantoso desabastecimiento donde falta hasta el papel higiénico. La producción ha caído en todos los rubros, incluso en la producción petrolera. Venezuela es ya un importador de gasolina de los EEUU. La deuda supera los 130 mil millones de dólares y la inflación es inmanejable, pese a que el Estado cree tener todos los controles de la economía y del mercado. En resumen, Venezuela muestra una vez más el típico desastre socialista, luego de seguir fielmente el manual del gobierno progresista y revolucionario de izquierda.
No es pues una historia nueva. Más bien ya es un cuento viejo: el socialismo fracasa. Ha fracasado siempre en todos lados. La gran pregunta es ¿por qué siguen existiendo idiotas que apuestan por el socialismo? ¿Por qué sigue existiendo esta gente ilusa que cree que el Estado es capaz de dirigir la economía y controlar el mercado? ¿Por qué sigue pensando la gente que el Estado debe otorgar beneficios sociales gratuitos? Esto ya no parece ser un problema político o de teoría económica, pues la experiencia reiterada en el fracaso debería ser suficiente para descartarlas como opción. Existe porque se trata de un problema mental. Hay mucha gente que cree o espera que el Estado sea una especie de Dios capaz de vigilarlo todo, controlar la realidad, derramar bendiciones a granel y garantizar "justicia", que en el cerebro de un progre equivale a "igualdad". Por desgracia esto no es más que pura alucinación. Pero una alucinación muy peligrosa cuando se les permite ponerlo en marcha.
El izquierdismo parte de la curiosa tesis de que el mundo está mal y debe ser reformado. El Estado es el instrumento reformador y debe intervenir para corregir la realidad eliminando por la fuerza las desigualdades, controlando el mercado, manejando la economía e incluso a los propios seres humanos restringiendo sus libertades, dirigiendo sus vidas para crear una nueva conciencia social, un nuevo hombre, una nueva sociedad. La ingenierías social de la izquierda sueña con diseñar toda una nueva cultura. A muchos esto les parece una encantadora idea, una romántica poesía social, un sueño de justicia celestial. Pero en verdad solo es una especie de locura o estupidez colectiva. El resultado será siempre un desastre espantoso por dos razones básicas: en primer lugar, porque quienes dirigen semejante experimento social suelen ser personajes alucinados y alejados de la realidad; y segundo, porque la realidad no puede ser controlada. Los intentos de control por parte de la élite burocrática no pasan de ser burdos intentos costosos y siempre inútiles.
No es que la izquierda fracase , Lo que pasa es que los politicos siempre seran politicos.
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