El Congreso Peruano debe ser uno de los más patéticos del mundo, sin ninguna duda. Es la imagen viva de la decadencia de la clase política del país, proceso degenerativo que empezó en el velascato, para variar, pues esa fue la época en que todo el Perú inició un largo proceso de deterioro social que repercutió en diversos aspectos, incluyendo el educativo, deportivo, cultural y político. Si bien Fujimori logró recuperar el Perú de las nefastas modificaciones que impuso el velascato en el entorno económico, la degradación social iniciada por las reformas emprendidas por la izquierda velasquista nos siguen pasando la factura. La miseria de la clase política es apenas una de ellas.
En 1980 recuperamos la democracia, pero la cultura cívica necesaria para sustentar en los hechos un sistema democrático había dejado de existir. La presencia del PPC, AP y el APRA en la escena política solo se hizo posible gracias a sus viejos cuadros. Prueba de ello fueron los candidatos a la presidencia: Bedoya, Belaúnde y Villanueva. La sociedad había perdido toda su cultura política pero además estaba la izquierda denigrando a la clase política con el mismo discurso del velasquismo. Para la izquierda todos los partidos eran malos y solo quedaba el apocalipsis de su revolución sangrienta. Así las cosas, la falta de nuevos cuadros políticos fue reemplazado con la presencia de saltinbanquis y trepadores improvisados, quienes vieron en la política una forma fácil de sobrevivir.
El Congreso derivado de la Constitución del 78 tenía una estructura clásica de dos cámaras y, solo por ello, tenía mejores posibilidades de funcionar bien. La prueba de fuego se dio durante el disparatado intento de Alan García de estatizar la banca. Mientras que la histeria de los diputados apristas aprobaba al carpetazo el proyecto en una sesión maratónica de madrugada, el Senado presidido por Luis Alberto Sánchez paralizó el proyecto y no lo aprobó. Fue así como el circo de las comisiones interventoras transitorias de los bancos se quedó sin piso. Fueron los últimos años en que el izquierdismo dominó la escena política causando graves estragos en todos los campos.
La herencia que recibió Fujimori en 1990 fue de miseria y caos total, con el signo inconfundible de la izquierda en todos sus matices, desde un gigantesco Estado cuya planilla era impagable, además de cientos de empresas públicas inservibles y quebradas, hasta el terrorismo más despiadado de la historia. Con el Fujishock y la captura de Abimael Guzmán cerramos 25 años de predominio de la izquierda en el Perú. Lo que nos quedó fue recomponer el país y echarlo a andar. Por desgracia el fujimorismo también heredó esa mentalidad contraria a los partidos políticos y a la democracia representativa. Fujimori también apeló al discurso contra los "partidos tradicionales" y los "políticos caducos". La consecuencia de esta mentalidad fue el espantajo de Congreso que nos dejaron en la Constitución de 1993.
Desde la instalación del Congreso unicameral no hemos parado de lamentar los tristes espectáculos que nos ofrecen los advenedizos a la política, desconocidos y sin trayectoria alguna, llamados para llenar las listas o allegados que compran con su dinero un puesto. En los últimos años partiduchos improvisados como Perú Posible y el Partido Nacionalista se han encargado de proporcionarnos la más raleada escoria parlamentaria como las inolvidables cocaleras que se trenzaron a golpes para inaugurar su presencia en la escena política, además de los delincuentes que trafican con los puestos que el Congreso les proporciona para su oficina. Al margen de estos grotescos personajes, la marca más distintiva de nuestros congresistas es la ignorancia, la cual va desde el analfabetismo pleno hasta la incultura más disimulada a base de charlatanería.
Gracias a que la Constitución del 93 no supo diseñar un sistema político que solvente la democracia con una adecuada institucionalidad, tenemos lo que tenemos. Esa es la verdad. Los congresistas de hoy no saben con exactitud cuál es su misión. Hay toda una contradicción conflictiva en su esencia. Se supone que representan a la nación pero son elegidos por una circunscripción. No saben si están en el Congreso para representar a su pueblo o es que tienen que viajar a su pueblo para representar al Congreso. Algunos afirman que son tramitadores del pueblo ante el poder, otros que son visitadores que recogen las inquietudes de sus pueblos, etc., todo lo cual no pasa de ser simple retórica. En resumen, andan perdidos. Eso es lo que tenemos como la principal institución de la democracia en el Perú.
Como colofón de esta tragedia peruana, que ya supera toda tragedia griega o hindú, la escoria parlamentaria ha decidido aumentarse el sueldo descaradamente y contra toda la opinión pública. Más conchudos no podían ser. Es imposible justificar que en una semana de visita a su pueblo lleguen a gastar 15 mil soles. Ya no discutiremos la falta de sentido que tiene esa supuesta "visita de representación". En todo caso tendría que sustentarse la relación de una visita con algún proyecto en carpeta, pero esto no sucede. Sabemos de sobra que estas visitas son de campaña política. Es decir, el pueblo les paga para hacer su campaña de reelección. Ni más ni menos.
Ahora se escuchan voces que piden cerrar el Congreso. Ante el río revuelto, han vuelto a aparecer los fantasmas del ayer, los vengadores desaforados en el 92 que andan en busca de restaurar la C-78. Este es el panorama confuso que debemos enfrentar este año. Como decía mi madre, las cosas mal hechas siempre traen cola y hay que volverlas a hacer tarde o temprano. Antes de que prospere el disparate de los que buscan venganza, el gobierno debería encargar una Comisión de Alto Nivel que se encargue de diseñar la reforma constitucional del Congreso Peruano, reinstaurando las dos cámaras, junto a un conjunto de medidas adicionales como eliminar el voto obligatorio e implantar vías alternas de elección indirecta, por ejemplo, para el caso de los senadores. No actuar ahora para enfrentar este problema solo provocará que el problema siga creciendo hasta salirse de control.
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