Por Martín Santiváñez
Siempre me ha parecido fascinante, a nivel sicológico, la forma en que la izquierda peruana (la jurásica y la 2.0) distorsiona la realidad para legitimar todo aquello que se le cruza en el camino. Lo bueno y lo malo. Lo sublime y lo abyecto. Cuando triunfó en Lima, por ejemplo, se aferró a la idea de que el pueblo votó por sus candidatos para recibir de sus labios inmaculados el evangelio de los derechos humanos, esa religión superior del maniqueísmo caviar. Así, entusiasmada por la victoria lograda a punta de "potoaudios", la izquierda se lanzó a pontificar sobre los derechos de esa deliciosa abstracción sociológica que es el "ciudadano de a pie". Jamás sobre los deberes. Y para ello diseñó en su mente un mundo feliz, una utopía ácrata en la que todos, condecorados por el municipio, danzamos cogidos de la mano al ritmo de una canción de Manu Chao. Este sueño de opio es, por supuesto, una dulce quimera astral, algo inalcanzable, entre otras cosas, porque nunca faltan las Claudias Dammert ensambladas por la burguesía para arruinar el pastel.
Lo interesante es que sucede lo mismo cuando la izquierda pierde o está a punto de perder. Ante la debacle, opta por hundirse más en lo irreal, externaliza los errores, negándose a reconocer lo que de verdad sucede y acelerando su descomposición. El hábito de la autocrítica ha sido abandonado por completo, y ante la ausencia de un análisis serio, proliferan las contradicciones. ¿Que antes la OIM era el cuco? ¡Ahora es un aliado imprescindible! ¿Que hace un año el gran capital sería derrotado por Lima, porque Lima es de todos? ¡Da igual, hoy, bajo el gobierno de la alcaldesa de los ricos, continúa siendo de todos, pero un poquito más de los brasileños! ¿Que Ollanta era el "capitán Carlos"? ¡No importa, ahora nos presta a su principal asesor! Las contradicciones de la izquierda que gobierna la ciudad han debilitado a Susana Villarán. Y las contradicciones surgen cuando no se sabe qué se quiere, cuando se ignora a dónde se va.
Es tal el desconocimiento de la realidad limeña por parte del villaranismo, que no sorprende que la señora alcaldesa se haya gastado, al día de hoy, 15 millones de soles en consultorías. Muchas de ellas, por supuesto, innecesarias. Es interesante, a nivel sicológico, comprobar cómo la izquierda se considera legitimada para indicarnos el sendero luminoso que juntos hemos de recorrer. Y, sin embargo, al mismo tiempo se muestra incapaz de implementar sus propias recomendaciones de manera efectiva. Esta castración gerencial, esta impotencia para el management, convierten el sueño comunitario de la izquierda en una pesadilla de caos, anarquía y excesiva politización. Ante un panorama así, allá tú si prefieres dejar el hogar de tus hijos en manos de esta secta maniquea (o estás conmigo o eres de la mafia) que distorsiona la realidad, en el triunfo y en la derrota, en lo sublime y en lo abyecto, tocando la lira de la ensoñación, mientras la ciudad arde. Son imperdonables. Y son revocables. No merecen el poder. Porque no saben que tocan la lira y no saben que Lima arde.
Fuente: Correo
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