Por Alfredo Bullard
¿Recuerdan a Tans? Era esa aerolínea estatal, creada para cumplir supuestamente un rol subsidiario, es decir volar a destinos donde no era rentable para las empresas privadas brindar el servicio. Pero terminó volando, en abierta competencia desleal, a todas partes, incluyen Cuzco y Arequipa, rutas cubiertas en abundancia por las aerolíneas particulares. Tans fue, como todas las empresas públicas, un verdadero desastre. No contenta con volar a donde no era necesario, se dedicó a estrellar aviones. En sus pocos años y con una flota pequeña, tuvo más accidentes que los que las empresas privadas han tenido en décadas.
¿Cómo se financiaron los costos de sus accidentes y sus ineficiencias? Pues con nuestros impuestos, incluyendo los impuestos de las aerolíneas privadas competidoras que eran forzadas por el sistema tributario a cubrir las pérdidas de su competidor estatal.
El sueño de la empresa pública eficiente es precisamente eso, un sueño. Pero los intentos de convertir el sueño en realidad ha sido siempre una pesadilla.
La actividad empresarial sin dueño es como un automóvil sin chofer. Lo puedes colocar cuesta abajo y puede recorrer unos metros, pero tarde o temprano se va estrellar. Y con la aerolínea se pusieron a volar aviones sin piloto. La empresa se estrelló, literalmente con sus aviones y metafóricamente con su gestión económica y operativa.
La “propiedad” del Estado de una empresa equivale a la propiedad de todos lo que significa propiedad de nadie. Estudios económicos demuestran que las empresas públicas reaccionan a los incentivos de manera distinta. El lugar de reducir costos y generar eficiencia, las empresas públicas maximizan gasto, contratan más personal de que necesitan, invierten en proyectos no viables o claramente ineconómicos, pretende desarrollar actividades de ejecución de políticas públicas o sociales, distorsionando sus resultados y con ello los resultados del mercado. Dejarlas entrar a mercado es como colocar un elefante, ciego y cojo, en una vidriería.
En otras palabras, una empresa pública es una contradicción en términos: Nada hay de emprendedor en la empresa del Estado. Nada hay de empresarialidad. Nada hay de una institución como la empresa que explica el desarrollo económico de la humanidad en los últimos 200 años.
A pesar de haberlo probado cien veces y haber fracasado en mil, el Estado insiste. Cree que hay una fórmula, que se puede encontrar la “piedra filosofal” que convierta las piedras en oro, desafiando la esencia de las cosas.
En la última ocurrencia se pretende forzar a los inversionistas en hidrocarburos a darle “participación empresarial” a Petroperú, un nuevo Tans que no matará pasajeros, pero que matará inversionistas, forzando a las empresas privadas a competir por los lotes dándole una mayor participación en los proyectos a la empresa pública.
La medida es una locura absurda, una rebuznada económica de proporciones, por varias razones. Solo voy a destacar dos particularmente sensibles.
La primera razón es pretender ampliar la participación del Estado en la economía, lo que por definición significa reducir la participación del sector privado. Ello tendrá, sin duda, un efecto nocivo en la eficiencia de las operaciones pues el inversionista (que cargara con todo el esfuerzo económico) tendrá que cargar con su “socio” ineficiente, sin visión empresarial y que perseguirá metas incompatibles con la que tendría cualquier socio razonable. Antes que un socio, lo que quiere crear es un lastre.
Pero además la medida es, en el fondo, crear un impuesto encubierto. Para nadie es su secreto que un proyecto con un socio como Petroperú significará hacer inversiones a costo del privado y en beneficio del Estado. Y se grava no la utilidad, sino la inversión misma, al forzarse a regalar participaciones en un proyecto a quien no aporta nada al mismo. No hay nada más antitécnico que gravar la inversión que es la fuente de la creación de riqueza. Se imagina si al constituir una empresa, por ese solo hecho uno tenga que pagar el 49% del aporte a la misma. Ese va a ser el efecto económico.
El resultado será mucho menos inversión, reducción de las regalías que se ofrecen, menor calidad en los proyectos. La idea se parece a si, en lugar de volar Tans sus aviones comprados con nuestros impuestos, el Estado asignara las rutas a las aerolíneas privadas haciéndolas competir por el número de asientos que le cedería a Tans. Para volar a Cuzco, LAN tendría que entregarle a Tans, por ejemplo, 80 asientos para que TANS reciba los beneficios de una inversión que no ha realizado. Una suerte de código compartido forzoso. Es un Tans sin aviones, pero con asientos recibidos gratuitamente y sin aportar un centavo. La idea es tan mala, que cuando el gobierno ha tratado de explicarla sus voceros suenan como Cantinflas. Argumentos como que Petroperú aportará su know howen el manejo de conflictos ambientales o sociales son chistes de muy mal gusto. Si tienen esas capacidades ¿por qué no han mandado a Petroperú a arreglar el problema de Conga?
Este tipo de ideas nos traerán una Gran Transformación. Pero será una Gran Transformación para peor.
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